El lenguaje económico (XVI): Inflación
El común de hablantes entiende por inflación la subida generalizada de los precios en el mercado. Sin embargo, la inflación genuina es el aumento de la oferta monetaria, que a su vez es la causante de la subida de los precios. ¿Y por qué suben los precios? Si mantenemos la producción inalterada, al haber una mayor cantidad de dinero pugnando por comprar los mismos bienes, estos últimos se encarecen. En definitiva, la subida generalizada de los precios es el efecto (no la causa) de la inflación. Estamos ante un primer error conceptual cuyo fin es ocultar la naturaleza inmoral de la inflación, entendida como robo que perpetra el gobierno contra las personas productivas. Para ello, algunas agencias gubernamentales (INE, Eurostat) registran y analizan los cambios temporales de los precios para una cesta «estándar» de productos y servicios.
Periodistas y diletantes que confunden a la opinión pública tampoco faltan. Por ejemplo, John Lanchester, novelista, reseñista de libros, periodista futbolístico, escritor de necrológicas y crítico de restaurantes; se permite el lujo de afirmar en su libro Cómo hablar de dinero que la inflación es el «aumento de los precios a lo largo del tiempo» y que «no hay consenso en torno a sus causas» (Lanchester, 2015: 195). La literatura producida siempre alude a la inflación de los precios, siendo escasos los autores que denuncian el verdadero origen del mal.
Inflación desbocada
La inflación no se «desboca» como los caballos. Una metáfora ecuestre más acertada sería afirmar que los políticos se «van de caña» (en singular) imprimiendo billetes. La inflación no es un fenómeno misterioso e incontrolable, sino que obedece a causas precisas y conocidas. La inflación es el aumento de la oferta monetaria y se produce de dos formas: a) El Banco Central imprime billetes y los entrega al gobierno que lo gasta en nóminas, obras públicas, pensiones, subsidios, etc. b) La segunda forma, más sibilina si cabe, es provocada por la banca comercial. Los bancos prestan a terceros la mayor parte del dinero depositado a la vista (cuentas corrientes) por sus clientes, un fraude legalizado llamado «reserva fraccionaria». En España, el coeficiente de reserva es 2%, es decir, el gobierno permite que un banco preste a terceros hasta el 98% del dinero depositado a la vista. De igual forma que un banco central imprime billetes (expansión monetaria), la banca privada imprime cheques y pagarés que se intercambian como si fuera dinero (expansión crediticia). El profesor Huerta de Soto (2011: 126) encuentra 7 razones jurídicas para repudiar el depósito bancario con reserva fraccionaria.
Los chivos expiatorios
El segundo engaño consiste en buscar chivos expiatorios de la inflación: guerras, pandemias, subida del precio de las materias primas o de la electricidad, avaricia de los empresarios, consumismo, etc. Sin embargo, la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario. Por ejemplo, es falso que el encarecimiento del petróleo cause una subida «generalizada» de los precios. Si la producción y la oferta de dinero se mantienen inalteradas, cuando unos precios suben otros bajan. Supongamos que cada mes usted gasta 100€ en gasolina. Si el precio de ésta sube 50% y usted recorre los mismos km., para equilibrar su presupuesto, deberá abstenerse de consumir una cantidad equivalente de otros bienes. La menor demanda de estos últimos provocará una bajada de sus precios y el nivel «general» queda inalterado. Si la oferta monetaria no aumenta, no hay inflación posible pues el sistema de precios funciona como un circuito de vasos comunicantes. En ausencia de un banco central que imprime dinero y de la banca con reserva fraccionaria, la inflación sólo podría venir por alguna causa sociológica (i.e. milenarismo) que indujera un súbito aumento de la preferencia temporal de los consumidores y un gasto masivo de sus saldos en efectivo. Por tanto, también se puede culpar de la inflación al consumismo desaforado de las masas. Según Daniel Lacalle (2022), el gobierno es el más beneficiado por la inflación, pero puede echarle la culpa a los demás y, encima presentarse como solución al problema.
La falacia keynesiana del gasto público
La palabra «estímulo» es engañosa. Imprimir más dinero (expansión monetaria) o prestar dinero que no se tiene (expansión crediticia) no es una pócima que mejore la salud económica. La riqueza no consiste en tener más dinero, que al fin y al cabo es un medio de intercambio, sino en tener a disposición una mayor cantidad de bienes de consumo. A tal efecto, cualquier cantidad de dinero (fraccionable) sirve cabalmente a las necesidades comerciales. Solamente mejorando la productividad, incrementando la tasa de capitalización, puede mejorar la economía. Si la ciencia económica, desde los escolásticos hasta los austriacos, ha advertido los efectos nocivos de la inflación, ¿cómo pudo Keynes vender su falaz Teoría General? Cuando ésta se publicó, en 1936, el clima intelectual era favorable a las ideologías colectivistas —comunismo, fascismo— y a la intervención económica de los gobiernos. Además, las ideas de Keynes eran un pretexto «científico» al anhelo de todo gobernante: gastar, gastar y gastar. En palabras de Rothbard (2010: 37): «La Teoría General no era verdaderamente revolucionaria, sino una frecuentemente refutada falacia mercantilista e inflacionista, vestida con un brillante ropaje y construida con una nueva jerga incomprensible».
Bibliografía
Huerta de Soto, J. (2011). Dinero, crédito bancario y ciclos económicos. Madrid: Unión Editorial.
Lacalle, D. (2022). «Inflación persistente, fenómeno monetario».
- 23 de julio, 2015
- 7 de junio, 2011
- 26 de enero, 2016
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