El idioma de los precios: cuando lo barato resulta muy caro
¿Cuánto estás dispuesto a comer en un restaurante bajo la modalidad de tenedor libre? ¿Te servís hasta que estás satisfecho o un poco más? ¿Comerías más si el cubierto costara $2500 pesos en lugar de $1500?
Se supone que uno se satisface con la misma cantidad, pero está comprobado que cuando uno más paga, más come. El dinero invertido influye sobre la sensación de oportunidad no aprovechada.
Es muy raro explicarlo, puesto que el placer de seguir comiendo o la diferencia del gusto de la comida se va perdiendo en la medida que uno más satisfecho está, pero nos seguimos sirviendo porque el sentimiento de no estar aprovechando la oportunidad es más relevante que el futuro dolor de panza.
Ahora sí, el placer de recibirlos con este ejemplo, que me sirve como propuesta del artículo de esta semana: los precios no solo son un idioma, sino que también actúan como incentivo para tomar decisiones no siempre acertadas.
Un claro ejemplo es que, con tal de amortizar lo pagado en un tenedor libre, somos capaces de una ingesta que no nos dejará trabajar al día siguiente, provocando un lucro cesante mayor a lo que creemos falsamente haber ahorrado en el restaurante.
Por algo Colman’s, “el Rey de la mostaza”, dijo que el éxito en sus ventas se basa en el desperdicio de servirnos en exceso, más que en la mostaza que ingerimos.
Con tarifa fija o plana, los individuos consumen mucho más de lo que necesitan para satisfacer sus necesidades, ya sea en una comida, o usando servicios eléctricos u otros servicios públicos.
Para analizar el precio de un bien, no solo hay que pensar en los costos incurridos para obtenerlo, sino también en el valor agregado que le produce al comprador de ese bien. Estoy dispuesto a pagar más por un café calentito si me estoy muriendo de frío, que si estoy en un lugar de alta temperatura.
¿Cuánto vale un chocolate cuando estás a punto de ver un nuevo capítulo de tu serie preferida?
¿Cuánto vale un dólar si ves con qué velocidad se licúa el valor de tus pesos? ¿Realmente están esperando una respuesta técnica? Claramente, muchas veces los precios reflejan un estado de ánimo.
Los precios como incentivo incorrecto en nuestra economía:
1) Si una persona que trabajó toda su vida, haciendo un esfuerzo descomunal por mejorar, por aprender, con mucho desgaste físico y mental, haciendo todos los aportes previsionales incluso durante más tiempo de lo necesario, sacrificando consumo presente o bienestar inmediato para ser prevenido y tener un mejor pasar en su adultez mayor, termina cobrando la misma jubilación o una más baja que alguien que nunca aportó al sistema, se termina desilusionando. Se siente poco valorado. Para algunos es igualdad, para mí es injusticia. Con este ejemplo, las nuevas generaciones no le encuentran incentivos a aportar al sistema formal, generando más inequidad para todos en el futuro.
2) Si el esfuerzo por producir energía, explorar territorios de manera sustentable, con procesos más sofisticados intentando no contaminar, no es compensado, las empresas dejarán de hacerlo. Es fácil regalar o subsidiar el esfuerzo ajeno. Para algunos es igualdad, para mí es injusticia.
Las empresas dejarán de producir y la sociedad terminará lamentando el desabastecimiento de energía. Si usted está pensando que el Estado puede administrar mejor los recursos, revise qué pasó cuando suministró servicios por debajo de su costo de producción por mucho tiempo con SEGBA (electricidad), Gas del Estado, Obras Sanitarias de la Nación (agua) o Entel (teléfonos). Terminó siendo más caro para la ciudadanía el desabastecimiento que si se hubiera aplicado una tarifa más justa.
3) Pueden subsidiar a millones de personas para asistir a marchas o utilizarlos de soldados políticos. ¿Pero de dónde sale ese dinero, del ahorro del líder de turno o de la emisión estatal? Si la respuesta es lo segundo, ¿cuánto tiempo lleva para que la inflación deteriore el poder adquisitivo del dinero recibido? Pero no solo el de ellos, sino el de todos los ciudadanos. Es más caro ese precio que el de educar a la nueva generación en oficios.
El dinero resulta ser con mucha frecuencia la forma más cara de motivar a la gente. La educación y las normas morales no solo son más baratas, sino que a largo plazo son más efectivas.
Muchos planes sociales implican que algunas personas gasten el dinero de otras personas para satisfacer a un tercer grupo de personas. Diría Milton Friedman: “Nadie gasta el dinero de otros con el mismo cuidado que gasta el suyo. Nadie tiene la misma dedicación para lograr los objetivos de otra persona que la que muestra cuando persigue los suyos propios”
4) Creo que hasta altura es redundante poner el ejemplo de la recompra a Repsol de las acciones de YPF, o del arreglo de la deuda pública en manos de privados. Creíamos que comprábamos barato o conseguíamos una gran quita y terminamos gastando más en honorarios de abogados por los pleitos ocasionados de lo que creíamos haber ahorrado, y encima perdimos los juicios y tuvimos que pagar más; o sea, lo barato, salió carísimo.
5) En un país normal cuando la gente le compra mercaderías a un comerciante, éste se pone muy contento y vuelve a abastecerse. Si eso mismo pasa en la Argentina, el comerciante sospecha que algo pasa y, por las dudas, prefiere no vender para no quedarse sin mercaderías.
6) Suben los cereales y aquí les ponemos más impuestos, quitándole rentabilidad al productor y eso desalienta a la producción. Entonces terminan sembrando menos, y por lo tanto cae la cosecha y como consecuencia los precios suben más. Debería ser al revés, a más producción menos impuestos para alentar más oferta y con ello una baja en los precios.
Con nuestra necesidad de la “satisfacción inmediata”, muchos de nosotros “hemos perdido la capacidad de esperar”. La paciencia “era” una de las virtudes del ser humano.
Milton Friedman, quien ahora cumpliría 110 años nos enseñó que:
“El argumento más fuerte a favor de la libre empresa es que impide que alguien tenga demasiado poder. Ya sea que esa persona sea un funcionario del gobierno, un dirigente de un sindicato o un ejecutivo de una empresa. O bien tienen que producir algo por lo que la gente esté dispuesta a pagar, esté dispuesta a comprar, o bien tienen que dedicarse a otro negocio”.
“La sociedad no tiene valores. Las personas tienen valores. Una sociedad que antepone la igualdad -en el sentido de igualdad de resultados- a la libertad, no tendrá ni igualdad ni libertad. El uso de la fuerza para lograr la igualdad destruirá la libertad, y la fuerza, introducida con buenos propósitos, acabará en manos de personas que la utilizaran para promover sus propios intereses”.
Por último y como cierre, a propósito del idioma de los precios, no puedo dejar afuera de esta nota un reclamo de mi Bobe Ana: “Ingale, ojalá que cuando yo me muera no vendan mi colección de teteras de porcelana al precio que les dije que las compré”. Y en secreto me decía: “Pagué mucho más, pero nunca le cuentes al Zeide”.
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