¿Se acaba la guerra?
El País, Madrid
A juzgar por las informaciones de la prensa, las conversaciones de paz entre Ucrania y Rusia han tenido un progreso considerable en los últimos días. Rusia ha hecho saber a Ucrania que puede ser miembro de la Unión Europea, siempre que se comprometa a no pertenecer a la Otan. Según Ucrania, se sometería a esta condición siempre que tres o cuatro países independientes puedan asegurarle su protección frente a interferencias rusas en su territorio. En verdad, el entusiasmo de la prensa parece poco convincente.
En primer lugar, para ser miembro de la Unión Europea un país debe ser absolutamente libre, algo que no ocurriría con Ucrania ya que solo sería miembro de la futura Unión Europea siempre y cuando se viera privada de pertenecer a la Otan, el organismo de defensa del Occidente. Y Rusia proseguiría no solo la guerra, sino la intervención en el seno de ese país, “protegiendo” a las republiquetas que ella misma ha creado en el norte del país, para someter a Ucrania a una especie de vasallaje sistemático en los años futuros.
Fuera de Rusia es posible hablar de una guerra que ha causado ya muchos muertos. ¿Cuántos? No lo sabemos. En Rusia no se puede pronunciar la palabra “guerra” y si un ciudadano distraído la pronuncia, va a la cárcel. También está prohibido manifestarse contra la guerra; quienes lo hacen ya están entre rejas. ¿Qué es, entonces, lo que hacen los rusos en Ucrania? Luchan contra los nazis, según Vladímir Putin, y las bombas que lanzan contra sitios residenciales, hospitales y colegios son, por lo visto, puramente imaginarias. Pero la verdad es que, un mes y días después de la invasión, las tropas rusas no han podido tomar Kiev ni ninguna ciudad importante de Ucrania, a la vez que los rusos pierden muchos hombres y los rumores que recogen los corresponsales de guerra es que las cifras oficiales que se dan en Moscú no tienen nada que ver con la realidad. Y que esta, en cambio, hasta donde se puede saber, es que Rusia ha contratado a mercenarios chechenos para que apoyen a las fuerzas invasoras que, por lo visto, han sido detenidas por los soldados ucranianos. Estos, dicho sea de paso, cuentan con la solidaridad de casi todo el mundo.
El único periódico que se oponía a la guerra en Moscú ha debido dejar de salir por el número de advertencias que recibía de las autoridades. En verdad, las cosas no parecen haber progresado, aunque el presidente de los Estados Unidos haya tenido que tragarse las palabras que pronunció cuando dijo que “un hombre como Putin no puede estar al frente de un gobierno en Rusia”. Estados Unidos se ha apresurado a negar que pretenda decidir por el pueblo ruso quiénes se encuentran al frente del Kremlin. Por otra parte, la delegación ucraniana en Estambul ha advertido a sus miembros que se abstengan de comer todas las comidas locales, para no correr el riesgo de envenenamiento a que habría sido sometido uno de los millonarios rusos y amigo o examigo de Putin, Román Abramóvich.
Todo parece indicar que la decisión de Vladímir Putin de invadir Ucrania fue precipitada y que ha llevado a toda Europa occidental a cerrar filas, mostrando una unificación que no se veía hacía muchos años, y a la gran mayoría de países en el mundo a solidarizarse con los ucranianos y a condenar la acción militar rusa en la que muchos periodistas y estadistas ven un intento de reconstruir el antiguo imperio soviético. Una reconstrucción que, por ahora al menos, parece totalmente improbable, por la alergia al sistema comunista que revelan los antiguos países satélites, salvo aquellos que tienen dictaduras según el modelo soviético —la de Bielorrusia, por ejemplo— contra los que la mayoría de este bloque ideológico guarda simpatías.
Por otro lado, es difícil que Vladímir Putin salve su pellejo en el poder, después del fracaso de su ofensiva militar contra Ucrania. Dijo que iría a luchar contra el grupito de “nazis” que había usurpado el Estado, y la verdad es que Volodímir Zelenski, que está al frente del gobierno ucraniano, y la totalidad de sus ministros no parecen representar semejante cosa, sino dirigir a un pueblo valiente y decidido, que ha recuperado la libertad, a luchar por ella y, también, por su integridad territorial. Eso es lo que ha despertado la inmensa solidaridad de que gozan los ucranianos, y, consecuentemente, el desprestigio de Putin y quienes lo siguen, en Rusia, donde, en las últimas semanas, hemos visto —¡por fin!— casos muy notorios de críticas al poder, pese a que el precio que se atreven a pagar los disidentes de la política de Putin sea tan elevado que recuerde las brutalidades de la época de Stalin. Es posible que, luego de esta metedura de pata, Putin salga ileso, pero no será por mucho tiempo. Tarde o temprano, en los mullidos y discretos pasadizos del Kremlin se cocinará su defenestración, pues lo ocurrido ha hecho perder a muchos aliados en el mundo a Rusia, países que habían sido laboriosamente seducidos y que, de la noche a la mañana, acaban de mostrar una solidaridad total con Ucrania, a la que consideran, obviamente, víctima del apetito imperialista de Putin. Este ha llegado a hablar de las factorías de bombas atómicas y de hidrógeno que posee, pero la alarma que ha habido al respecto en el mundo entero es exagerada. Rusia no se atreverá a usar sus arsenales atómicos, pues sabe muy bien que, si lo hace, inmediatamente será víctima de una réplica que podría asfixiar y destruir aquellos arsenales, a la vez que infligir un serio quebranto a la mayoría de su población.
Semejante chantaje, por otra parte, no ha hecho más que debilitar la causa que parece defender el pueblo ruso con la invasión a Ucrania.
Al mismo tiempo, los disidentes más notorios —ya encarcelados— acaban de recibir nuevas sentencias que, en teoría al menos, los tendrían en la cárcel indefinidamente. Pero todo dependerá de si Putin siga en el poder o sea alejado de él discretamente, a la manera soviética. Está visto, por un artículo de Pilar Bonet en este mismo diario, que los asesores que se atreven a proponer un apaciguamiento son defenestrados por Putin. Pero esto solo acumula las responsabilidades que pesan sobre él, luego de arrastrar a su país a perpetrar una invasión a Ucrania que, por donde se le mire, resulta un flagrante fiasco para Rusia. Eso tiene un precio, que, tal vez tarde, pero inevitablemente, vendrá. Y que puede significar para Rusia salir de una vez por todas de esa atmósfera siniestra que, desde la subida de Putin al poder, impera en el país, que, luego de una caótica libertad, ha vuelto con Putin al período soviético, hasta la mayúscula equivocación que ha sido la invasión militar a Ucrania.
Pero de esta podría venir también la solución para Rusia. Vladímir Putin ha cometido un grave error que sus enemigos le harán pagar tarde o temprano. Ojalá para Rusia que sea más temprano que tarde, y que el país vuelva a gozar de la libertad (algo caótica) que tenía en los días de Yeltsin, quien, pese a que bebía demasiado, era un demócrata. Solo que es lamentable que eligiera a un sucesor como Putin, que, educado por el KGB, trata ahora de reconstituir el imperio soviético. Pero esos delirios de grandeza le han hecho cometer el error de su vida. Algo por lo que tendrá que responder, viéndose apartado del poder, que ha usado tan mal, y que, luego del error cometido, por el que será castigado, abra al fin a Rusia un período en el que recupere la libertad y pueda, por fin, coexistir con otros países, pacíficamente, practicando esa democracia por la que claman tantos de sus compatriotas.
La guerra no se acabará tan pronto. Pero el fin de ella puede ser también el fin de la Rusia de Vladímir Putin.
© Mario Vargas Llosa, 2022.
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