El fin de dos atropellos

El País, Montevideo
El tratamiento a los jubilados en general en nuestro mundo es una vergüenza. No se necesita ser un experto en matemática financiera ni ser un actuario para percatarse de la estafa monumental que han sido objeto los jubilados en muchos lugares de un largo tiempo a esta parte. En cajas estatales financiadas bajo el sistema quebrado de reparto o el mucho más sensato y poco permitido de capitalización con cuentas individuales en teoría a interés compuesto pero siempre obligando a otros que hacer con el fruto de sus trabajos.
Es importante destacar que la errada premisa de sostener que si el aparto estatal no se ocupa que la gente aporte coactivamente no preverán para su vejez. Este disparate conceptual no solo se da de bruces con el comportamiento de los inmigrantes en nuestra región sino que los mismos que suscriben este pensamiento no siguen el razonamiento hasta sus últimas consecuencias: con ese criterio de la irresponsabilidad generalizada, cuando se cobre la pensión habrá que destinar un policía para evitar que el titular se emborrache en el bar de la esquina con lo que así se cierra el círculo macabro del Gran Hermano orwelliano.
Cada persona debería poder usar y disponer de lo que honestamente obtiene de su trabajo como mejor le parezca sin obligarlo en ninguna dirección preconcebida, con sistemas de pensiones privados locales o internacionales, inversiones en activos varios o combinaciones y destinos diversos en competencia y liberados de la prepotencia de gobernantes que además del bochorno señalado se suelen usar las instituciones de jubilados para financiar oscuras componendas políticas y a veces otros fines non sanctos a través de diversos subterfugios.
No son nunca suficientes los calificativos que pueden emplearse para describir el saqueo a los jubilados. Son personas que han trabajado décadas y décadas para recibir miserables mendrugos que no guardan relación alguna con lo que le han descontado mes a mes de sus salarios. Un insulto a la inteligencia y, sobre todo, un asalto a la decencia más elemental.
Ahora bien, hay varias maneras de resolver el grave problema que confrontamos a raíz de este miserable maltrato a los jubilados sin caer en el error mayúsculo de pretender retoques circunstanciales que no van al fondo del horror que se está viviendo (si es que puede decirse con justicia que es una forma de vida la que llevan jubilados con migajas que en muchos casos ni siquiera les permiten sobrevivir).
Antes de hacer la propuesta es relevante hacer referencia a las mal llamadas “empresas estatales” pues se conecta con ellas una de las salidas posibles al aludido tormento a jubilados. Decimos mal llamadas pues una empresa tiene la característica de arriesgar capital propio de modo voluntario y no arriesgar recursos de otros por la fuerza, esto es más bien un aparato infernal y no una empresa. Si además estos aparatos son deficitarios, monopólicos y prestan pésimos servicios la situación no puede ser peor. Pero aun sin estos esperpentos la asignación de los siempre escasos factores productivos se destinan a campos que la gente no hubiera asignado (si el aparato estatal hace lo mismo que las personas hubieran elegido, no tiene sentido la intervención con los consiguientes ahorros de honorarios). Por último en esta línea argumental, si se dice que hay que hacer excepciones con áreas antieconómicas puesto que ningún privado las encarará, es de gran importancia subrayar que en la media en que se encaran proyectos antieconómicos se derrocha capital y consiguientemente se contraen salarios e ingresos en términos reales, es decir, se incrementa el empobrecimiento y por tanto se expanden las zonas inviables.
Hace tiempo con Martín Krause publicamos un libro en dos tomos titulado Proyectos para una sociedad abierta (Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1993) donde en uno de los capítulos titulado “Jubilaciones: cuenta regresiva a la miseria” detallamos la historia argentina de los sistemas de pensiones y las notables contribuciones de emprendimientos privados para atender la vejez en el pasado, junto a propuestas para desembozarse de los entuertos monumentales del sistema estatista.
Mucha razón le asiste al premio Nobel Friedrich Hayek cuando escribe que hay la manía de abundar en “lo social” sin advertir que ese adjetivo unido a cualquier sustantivo lo convierte en su antónimo. Por ejemplo, justicia social que significa sacarles a unos lo que les pertenece para entregarlo a otros, a contramano de “dar a cada uno lo suyo”.
También en su momento propuse que las denominadas empresas estatales que con patrimonio neto positivo en sociedades anónimas, entreguen acciones sin cargo a los empleados de las mismas. Mi hijo Joaquín aludió a la posibilidad de unir ambas preocupaciones en una propuesta, a saber, la entrega de acciones a jubilados y actuales aportantes que como contrapartida saldaría a valor presente el compromiso de pensiones futuras, lo cual apuntaría a resolver dos problemas en simultáneo: el de los jubilados y fortalecer la propiedad de cada cual para darle en el futuro el destino que estimen apropiado y simultáneamente deshacerse del estropicio de las llamadas empresas estatales que carcomen los ingresos de todos. En todo caso, resulta imperioso abrir un debate sobre estos asuntos cruciales.
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