El lenguaje económico (XI): El comercio
El comercio tiene luces y sombras. Desde una óptica praxeológica, se trata de una actividad útil pues, axiomáticamente, beneficia a todos cuantos participan en los intercambios. El comercio es ético, pues se trata de una actividad libre, pacífica y consentida; sin embargo, los comerciantes no son seres angelicales y a menudo son vistos con suspicacia. El fraude comercial y su corolario, el enriquecimiento ilícito, han sido causantes de la condena moral del comercio. Recordemos el pasaje bíblico: «Entró Jesús en el templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas» (Mateo, 21: 12). Según Antonio Escohotado (2015) este episodio constituyó un ataque injusto, pues tanto el cambio de moneda como la venta de animales tenía por finalidad la ofrenda de sacrificios a Yahvé. De igual modo, hoy veríamos injusto el destrozo de las tiendas que hay dentro de las iglesias donde se venden libros y souvenirs. La condena generalizada al comercio no solo está injustificada, sino que supone un freno al desarrollo económico. Esta secular animadversión al comercio es el origen de múltiples expresiones que hoy analizaremos.
El dogma Montaigne
Posiblemente, el error más funesto y persistente contra el comercio proviene del filósofo y humanista francés Michel de Montaigne (1533-1588), cuyo ensayo Nº 21 se titula: «El beneficio de unos es perjuicio de otros». Es muy extendida la creencia de que la riqueza es una cantidad fija, por tanto, alguien solo puede ser rico a expensas de los pobres. La estadística es utilizada para abundar en este error de «suma cero», por ejemplo, se afirma que el «1% de los ricos del mundo acumula el 82% de la riqueza global», pero nunca se dice que ese 1% enriquece al 99% restante mediante inversiones que aumentan la productividad del trabajo y los salarios reales. Los igualitaristas parecen ignorar que en un mercado no interferido el aumento de la riqueza de unos pocos se produce necesariamente aumentando la riqueza de las masas.
Comercio justo
Todas las iniciativas denominadas comercio «justo» reconocen implícitamente que el libre comercio no lo es, por ejemplo, frecuentemente se dice que existe una inequidad de ingresos entre productores y comercializadores. Supuestamente estos últimos obtienen beneficios «excesivos» a expensas de los primeros. En esta nueva versión de la teoría de la explotación es el comerciante el que abusa del agricultor o ganadero. Pero si la utilidad es subjetiva, ¿cómo saber si un intercambio es o no equitativo? ¿Y quien será el juez de tan espinosa cuestión? Los promotores del comercio justo apelan a la justicia global, los derechos humanos o el medioambiente para alcanzar sus objetivos igualitaristas, pero el comercio afortunadamente es inmune a prejuicios y pseudoderechos. Los defensores del comercio justo, en lugar de demonizar al comerciante, podrían pedir a los gobiernos la eliminación de aranceles a la importación de productos.
El problema del comercio justo es que sus promotores desean eliminar o acotar el ánimo de lucro, sin darse cuenta de la importante función social que desempeña. En un mercado no interferido quien más se lucra es aquél que ha sido capaz de servir más cumplidamente las necesidades de los consumidores. La riqueza se obtiene enriqueciendo a los demás. No hay conflicto de intereses entre compradores y vendedores.
El salario «digno»
La relación laboral es un intercambio económico. El empresario compra el trabajo que el empleado vende. La formación del salario, como precio del trabajo, obedece a las mismas leyes económicas que cuando se compran materias primas, maquinaria o bienes de consumo. Los salarios no se forman atendiendo a la dignidad del empleado ni a sus necesidades personales o familiares, sino a su productividad. Frecuentemente se apela a la «dignidad» para exigir una remuneración superior a la que el libre mercado concede a cada trabajador. Salario «digno», condiciones laborales «dignas», vivienda «digna», etc. son consignas que se utilizan para alcanzar unas condiciones económicas y laborales distintas de las que una persona obtiene con su propio trabajo. En lugar de exigir «dignidad, quién desee mejorar su salario deberá trabajar más horas, cambiar de ocupación o de lugar de residencia, mejorar su cualificación, etc. Pero mientras no lo consiga, deberá admitir que su actual empleador es la persona que más lo valora.
Beneficio comercial «excesivo»
Otras veces se afirma que el beneficio (nunca las pérdidas) comercial es «excesivo» o que la ganancia debería ser «razonable». Por ejemplo, la usura es un caso particular donde se considera que el precio del préstamo —el interés— es excesivo. ¿Pero cómo saber si un precio es razonable o excesivo? Puesto que el valor es subjetivo, el único juez capaz de dirimir esta cuestión es el cliente. Si éste considera que el precio es «excesivo» no habrá intercambio, pero si lo hubiera, asumimos que el comprador lo da por bueno, por elevado que sea éste. Por otro lado, considerar «excesivo» el beneficio comercial no deja de ser una suposición, pues solo el empresario conoce en detalle los costes soportados. Que el beneficio comercial sea elevado no es malo ni censurable, todo lo contrario, es la mejor prueba de que el empresario satisface a sus clientes de un modo superior a sus competidores. Para rizar el rizo, también se critica al comerciante por vender «demasiado» barato, es decir, la denominada «venta a pérdida» o dumping. Haga lo que haga, el comerciante está condenado. Si el precio es muy alto, es avaricioso; si el precio es similar al resto es que hay colusión de precios (cártel) y si el precio es muy bajo, es que hace dumping.
Comercio exterior y balanza de pagos
La distinción entre comercio interior o exterior es únicamente producto de la existencia de Estados, cuyas legislaciones restringen la movilidad transfronteriza de las mercancías y de los factores de producción. «La verdad es que los individuos, al actuar, al proceder ya sea como productores o como consumidores, como vendedores o como compradores, jamás diferencian el mercado interior del exterior» (Mises, 2011: 392). Los errores del mercantilismo siguen instalados en la mente de muchos, por ejemplo, creyendo que que es mejor exportar que importar. La balanza de pagos es un mito porque todo incremento o decremento de los saldos en efectivo siempre es favorable para quienes realizan intercambios comerciales. Exportación e importación son cara y cruz de una misma moneda y ambas tienden a igualarse. Por ejemplo, los euros que salen de España al comprar vehículos Audi o BMW vuelven con los turistas alemanes. Las metáforas de corte nacionalista —soberanía alimentaria o energética— o incluso las campañas de «consumo local» y «kilómetro cero» reproducen el mismo error: creer que la autarquía rinde mejores frutos que el libre comercio.
Bibliografía
Escohotado, A. (2015). Los enemigos del comercio (I). Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=sgl9ZvTjiGE
Mises, L. (2011). La acción humana. Madrid: Unión Editorial.
Montaigne, M. (1580). Ensayos. Edición digital basada en la de Paris, Casa Editorial Garnier Hermanos, [s.a.]. https://www.cervantesvirtual.com
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