Recordando a Desmond M. Tutu
Tras el reciente fallecimiento del arzobispo Desmond M. Tutu, al leer un artículo sobre su funeral, me detuvo su descripción de él como "diminuto". Al rememorar nuestra velada junto a él, tuve que concentrarme para recordar que, sí, era un hombre bajo, pero su presencia era inmensa, emanando amor, humor e inspiración.
La ocasión fue la Gala por la Libertad 2008 del Independent Institute, en la que conferimos el Premio Alexis de Tocqueville a tres hombres extraordinarios: el capitalista de riesgo y filántropo William K. Bowes, Jr.; el músico, actor, director y defensor de la libertad cubana Andy García; y el arzobispo Desmond Tutu.
El Premio Alexis de Tocqueville no conlleva ningún reconocimiento monetario, y los galardonados se encargan de organizar su propio viaje. Creado por David J. Theroux, el premio ha sido aceptado por una extraordinaria variedad de individuos verdaderamente notables, y siempre le estaré agradecido por haberme posibilitado conocer a los homenajeados y ser inspirada por ellos. Y entre tal panteón de estos justificadamente famosos, el excepcionalmente humilde Desmond Tutu se destacó.
La organización de galas como ésta, en las que participan personas de renombre mundial con múltiples obligaciones, casi siempre conlleva algún reto de última hora que hay que superar. En este caso, unas semanas antes del evento, llegó la noticia de que el arzobispo Tutu tenía que estar en Ginebra a las nueve de la mañana un día y medio después de nuestro evento para asistir a una reunión muy importante del comité de la ONU. Al buscar vuelos comerciales, la logística parecía imposible, por lo que se inició una amplia campaña para contactar a todos aquellos que pudieran proporcionarle un vuelo privado a efectos de que pudiera asistir. Finalmente, sin resultados, la única opción que parecía imposible de aceptar por parte de este eminente sobreviviente de cáncer de 77 años, era tomar un vuelo nocturno vía Newark que lo llevaría a Ginebra justo la mañana antes de su reunión.
No obstante, en este caso, eso es lo que aceptó hacer.
La noche de nuestra gala, el arzobispo Tutu se mezcló jovialmente con nuestros invitados en la recepción, posó alegremente para innumerables fotografías y, en general, emanó extrema amabilidad y buena voluntad. La cena se organizó de manera tal que cada plato expresara la cocina típica del hogar del respectivo homenajeado, y que cada uno presentara el premio Alexis de Tocqueville después de "su" plato: una ensalada del Área de la Bahía de San Francisco para el primer plato, seguida del premio a William Bowes; comida cubana para el plato principal, seguida del premio a Andy García; culminando con un postre sudafricano y la presentación del arzobispo Tutu.
Su discurso fue fascinante, evocando por momentos las lágrimas al relatar las horribles descripciones de los abusos de la era del apartheid, que se curaron gracias a la reunión de las víctimas y los perpetradores en el marco de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, y, al final, las risas, y luego el asombro, al expresar una visión que arrastró a toda la audiencia con él.
En definitiva, el arzobispo Tutu mostró al mundo al hombre tal y como Dios nos hizo ser, e hizo que cada uno de los que le conocimos quisiéramos cumplir el mandamiento de amar al prójimo. Seguramente lo modeló y lo vivió, y siempre estaré agradecida por la oportunidad de llevar su inspiración conmigo.
Los invito a ver su presentación para que la experimenten también:
Traducido por Gabriel Gasave
La autora es Vice Presidente Senior del Independent Institute.
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