Educación para el Trabajo
Revista Valores – Academia del Plata
Cada vez que salgo a la calle o a visitar a las familias, la gente me pide trabajo, lo cual es un buen signo. Ya nadie más me pide dinero, sino trabajo. Aquí nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes, saldremos de la pobreza”.
Padre Pedro Opeka[1]
El 18 de julio de 2018,en el Auditorio de la Universidad del CEMA, tuve el privilegio de entregarle al Padre Pedro Opeka el Doctorado Honoris Causa por su “distinguida y extensa trayectoria como sacerdote católico dedicado a la elevación, formación, educación y autoestima de miles de hombres, mujeres y niños en situación de marginalidad (en Akamasoa, Madagascar), promoviéndolos de manera genuina, sin apelar o caer en clientelismos y subrayando el valor de la dignidad y de la libertad de cada ser humano”.
Durante el acto de entrega, el Padre Opeka remarcó la necesidad de educar a la gente para el trabajo. La verdadera ayuda, dijo, “proviene de la educación para el trabajo, para emprender, para hacer”.
Educación para el trabajo. Una expresión que surge una y otra vez en el intercambio epistolar que he tenido con el Padre durante el año previo a su visita a la Argentina. En sus palabras: “No debemos asistir, porque cuando lo hacemos, disminuyendo a la gente, los convertimos en dependientes, casi en esclavos de nosotros. Y Dios no vino al mundo para hacernos esclavos sino para liberarnos, ponernos de pie. Tenemos que trabajar. Hay que combatir ese asistencialismo hasta en la propia familia porque, si no, no dejamos crecer a los hijos. De lo contrario, los hijos se acostumbrarán a recibir todo de los padres, y estos envejecen. Lo mismo sucede con los pobres. El problema en muchos países, incluyendo Argentina, es que los dirigentes políticos se encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los problemas…Cada vez que salgo a la calle o a visitar a las familias en Akamasoa, la gente me pide trabajo, lo cual es un buen signo. Ya nadie más me pide dinero, sino trabajo. Aquí nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes, saldremos de la pobreza”.
Pensamientos imbuidos de una lógica similar los encontramos en las más diversas fuentes. Por ejemplo, en Benedicto XVI, quien en su Encíclica Caritas in Veritate, señala: “El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”.
También en los escritos de Juan Pablo II, quien en su Encíclica Laborem Exercens señala que: “el trabajo es un bien del hombre -es un bien de su humanidad-, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido se hace más hombre”. El mismo Juan Pablo II, en un discurso pronunciado el 3 de abril de 1987 en Santiago de Chile, ante los delegados de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, expresó: “El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro subsidio, la posibilidad intrínseca de revertir aquel proceso circular que habéis llamado repetición de la pobreza y de la marginalidad. Esta posibilidad se realiza, sin embargo, sólo si el trabajador alcanza cierto grado mínimo de educación, cultura y capacitación laboral, y tiene la oportunidad de dársela también a sus hijos. Y es aquí, bien sabéis, donde estamos tocando el punto neurálgico de todo el problema: la educación, llave maestra del futuro, camino de integración de los marginados, alma del dinamismo social, derecho y deber esencial de la persona humana. ¡Que los Estados, los grupos intermedios, los individuos, las instituciones, las múltiples formas de la iniciativa privada, concentren sus mejores esfuerzos en la promoción educacional de la región entera!”. Educación para el trabajo, una vez más.
La lógica de esta idea no es nueva; podemos encontrarla hace más de 800 años en el pensamiento de Maimónides, quien colocaba en la más alta escala de la filantropía el dar a un pobre los medios para que pueda vivir de su trabajo sin degradarlo con la limosna abierta u oculta.
La hallamos también en los escritos del Barón Maurice de Hirsch, una de las tantas figuras olvidadas de nuestra historia, quien en 1891 escribió en su único paper publicado: “Me opongo firmemente al antiguo sistema de limosnas, que sólo hace que aumente la cantidad de mendigos y considero que el mayor problema de la filantropía es hacer personas capaces de trabajar de individuos que de otro modo serían indigentes, y de este modo crear miembros útiles para la sociedad”. ¿Cómo lograrlo? Educación para el trabajo, nuevamente, tal como lo propuso en 1873: “La pobreza se origina en la falta de educación, y solamente la educación y el entrenamiento de las nuevas generaciones podrán remediar esta desafortunada situación.”
Casi 150 años más tarde, cuatro Premios Nobel de Economía nos proveen la misma repetida respuesta. Veamos cronológicamente sus opiniones:
Milton Friedman, Nobel de Economía 1976, declaró alguna vez que “una mejor educación ofrece una esperanza de reducir la brecha entre los trabajadores más y menos calificados, de defenderse de la perspectiva de una sociedad dividida entre los ricos y pobres, de una sociedad de clases en la que una élite educada mantiene a una clase permanente de desempleados”.
Hace ya 70 años, Theodore Schultz, Nobel de Economía 1979, nos explicaba el porqué. En su visión, la educación es el principal motor de movilidad social, dado que las diferencias de ingresos entre las personas se relacionan con las diferencias en el acceso a la educación, la cual incrementa sus capacidades para realizar trabajos productivos.
Por su parte, Robert Lucas, Premio Nobel de Economía 1995, nos ha enseñado que una persona más educada no sólo es más productiva sino que también incrementa la productividad del resto de los factores de producción. Un escaso nivel de capital humano genera que el capital físico sea menos productivo y, si ambos son menores que los de otro país, su nivel de ingreso también lo será. Más razonable e intuitivo, imposible.
Pero entonces, ¿cómo enfrentar la pobreza y la desigualdad en el largo plazo? Eric Maskin, Nobel de Economía 2007, nos provee la obvia respuesta: educación y entrenamiento laboral. Durante una conferencia llevada a cabo en el marco del XXV Seminario Anual del Consorcio de Investigación Económica y Social de Lima, Perú, en noviembre 2014, Maskin afirmó que “los programas sociales pueden proteger de los efectos de la pobreza extrema pero este efecto es de corto plazo, no va a reducir el problema a largo plazo”. ¿Cuál es en su opinión la solución para el problema de la pobreza y la desigualdad en el largo plazo? Educación y entrenamiento laboral. En sus propias palabras el diagnóstico es unívoco: “la población que no tiene capacitación queda marginada o detrás de los trabajadores que sí están capacitados”. De igual forma, la solución también lo es: “la población debe tener los medios para ganarse su propio sustento y los programas sociales pueden ayudarles a llegar a ese punto dándoles asistencia, educación y capacitación laboral”.
Educación y capacitación laboral, ese es eslabón que debemos construir. Como muestra basta un botón. Hace pocos meses, Daniel Herrero, presidente de Toyota Argentina, señaló en un encuentro virtual de “Charlas del Rotary Club de Buenos Aires” que Toyota buscaba contratar operarios para ampliar su producción en la planta de Zárate y que ello era algo sumamente difícil pues no encontraban 200 personas con el secundario completo, requisito excluyente para trabajar en la automotriz. En sus propias palabras: “Se nos hace difícil en nuestra área geográfica encontrar esas 200 personas con secundario completo, porque en Buenos Aires se perdió el valor de un secundario. Y se les hace difícil hasta leer un diario”.
¿Cómo es posible que Toyota no consiga en la zona de Zárate-Campana tan sólo 200 jóvenes que hayan terminado la secundaria y estén interesados en una posición de operario, con sueldos de $ 150.000, muy por encima del promedio de mercado?
Un informe del Observatorio Argentinos por la Educación, elaborado por Mariano Narodowski, lo explica con claridad en función de que la población objetivo, varones pobres de la zona, en general no terminan el secundario. Sin educación, no hay trabajo.
Es claro que esta ilustración es tan sólo la punta del iceberg de un escenario mucho más complejo. Por un lado, la política seguida por el gobierno nacional durante la pandemia dejará su huella. La deserción en el colegio secundario, de sobremanera de estudiantes pertenecientes a familias económicamente desfavorecidas, es un hecho reconocido hace ya más de un año por el mismo ministro de Educación, Nicolás Trotta, al afirmar en declaraciones radiales que “lo que más me preocupa, además de una vuelta segura a las aulas, es que vamos a sufrir un desgranamiento, un abandono sobre todo en la secundaria”, a lo cual agregó que “la pérdida de la rutina de ir a la escuela implica una profundización del desgranamiento, y mucho más en una situación como esta con el impacto económico y social que tuvo la pandemia”.
Este hecho coyuntural no hace sino potenciar la tremenda realidad que enfrenta nuestro país hace largos años: los millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, comúnmente denominados ni-nis. Recordemos sino las declaraciones de Daniel Arroyo, ministro de Acción Social del actual gobierno hasta agosto pasado, en noviembre de 2015, en una nota de Perfil, la cual reportaba que durante todo el período de la administración kirchnerista el número de personas entre 18 y 24 años que no tenían una actividad regular ni se educaban no disminuyó. Los comúnmente denominados ni ni, por su marginación del sistema educativo y el mercado de trabajo, ascendían a un millón y medio de jóvenes, número similar a una década atrás. Hoy no hay duda que la situación es aún mucho peor.
Señalaba Arroyo, casi seis años atrás, que “es necesaria una reforma que revise los objetivos de la escuela” y una de las posibles acciones que consideraba recomendables era el sistema dual en la escuela secundaria. En sus palabras, “existe un abismo entre la escuela y el trabajo… Para achicar esa brecha, la idea es ir al sistema dual de modo que vaya empalmando estudio y trabajo”.
Hace ya muchos años que impulso infructuosamente dicha propuesta. Una adaptación del sistema dual a nuestra realidad ayudaría, no tan sólo a motivar a muchos jóvenes a no abandonar el secundario, como viene sucediendo desde muchos atrás, sino también ayudaría a enfrentar la tremenda deserción que dejará la pandemia.
¿En qué consiste el mismo? En mayo de 2018, invitado por la Fundación Friedrich Naumann, tuve la oportunidad de visitar varias ciudades alemanas y comprobar in situ las virtudes del sistema de educación dual para aquellos estudiantes que se encuentran cursando los últimos años de sus estudios secundarios y no desean, o no califican, para seguir estudios universitarios. Dos tercios de dichos jóvenes participan de programas de educación dual. El sistema de educación dual actúa como una transición entre la escuela y el lugar de trabajo, con la mayoría de los participantes de entre 16 y 19 años. Los estudiantes pasan muchas horas de su tiempo adquiriendo experiencia laboral en empresas, aún antes de su graduación de la escuela secundaria. Conforme van pasando los años, el estudiante incrementa el tiempo en la empresa y reduce el tiempo en la escuela. El resultado de ello es que luego se habrá de incorporar a la empresa no tan sólo con conocimientos técnicos específicos, sino también habiendo adquirido las habilidades sociales necesarias para desenvolverse exitosamente en dicho ámbito.
Usualmente, los aprendices reciben durante este período un salario cercano a un tercio del que percibe un trabajador al inicio de su carrera, alrededor de €300 – €600 al mes, similar al de una beca estudiantil. En su mayor parte, los jóvenes que están realizando el aprendizaje continuarán viviendo con sus padres durante la duración del curso, ya que el salario no es suficiente para vivir de forma independiente.
Conforme va transcurriendo el proceso de aprendizaje, el estudiante incrementa el tiempo de entrenamiento en la empresa y reduce el tiempo de aprendizaje en la escuela, logrando de esa forma incorporarse, provisto de capital humano, al proceso productivo.
En Alemania existen alrededor de 350 profesiones con una duración de dos a tres años, después de lo cual los estudiantes obtienen una calificación reconocida por la industria que es otorgada por una Cámara de Comercio. El sistema se encuentra reglamentado por la Ley de Formación Profesional y, por cierto, cuenta con el apoyo de los sindicatos.
Alrededor de 400.000 empresas participan del programa, de las cuales aproximadamente dos tercios ofrecen a los estudiantes contratos de trabajo al final del aprendizaje. Algunos estudiantes eligen buscar empleo en otro lugar, y muy pocos no encuentran empleo. Dado que un alto número de estudiantes que no habrán de seguir estudios universitarios participa del programa, Alemania disfruta de una baja tasa de desempleo juvenil.
El sistema dual está normalizado en toda Alemania para que un joven que complete su formación en un Estado pueda garantizar que su cualificación sea reconocida en cualquier otro. De hecho, el sistema alemán de estudios duales se encuentra tan bien conceptuado que muchos jóvenes encuentran fácilmente empleo en otrospaíses.Austria, Luxemburgo, Suiza y Bélgica utilizan esquemas similares.
En la Unión Europea varios países lo están experimentando, entre ellos Eslovaquia, España, Grecia, Italia, Letonia y Portugal. El interés se ha extendido más allá del continente europeo: China, India, Rusia y Vietnam firmaron acuerdos de cooperación con el gobierno de Alemania, así como lo hizo también el estado de Minnesota en Estados Unidos.
Veamos este último caso a modo de ejemplo de esta estrategia educacional.
En noviembre de 2015, la Revista Forbes publicó una nota titulada “¿Por qué el Estilo de Educación Alemana está Llegando a América?” La misma se basaba en testimonios de Terri Bonoff, miembro del Senado del estado de Minnesota, quien propuso una legislación inspirada en el sistema dual alemán para ayudar a solucionar la falta de conexión entre las calificaciones de los jóvenes y las necesidades de las empresas. La legislación, usualmente denominada Minnesota Pipeline (por las siglas en inglés de inversión privada, educación pública, y experiencia laboral e industrial) fue aprobada por la legislatura del Estado en 2014. A partir de la misma, las empresas crean puestos de aprendices y les pagan un salario, mientras que el Estado provee los fondos para la educación de tales jóvenes.
Como bien señala la Senadora Bonoff, “para comenzar, se requiere que todas las partes – la industria, las instituciones educativas y la Cámara de Comercio – se reúnan para determinar cómo podríamos aprender del modelo de educación dual para desarrollar un enfoque que nos sea de utilidad” y agrega:
“Anteriormente los empleadores y los proveedores de educación no se comunicaban. Cada uno necesita comprender la perspectiva del otro”.
Es claro, como bien resaltó Dieter Euler, ex presidente del Consejo Consultivo del Instituto Federal de Formación Profesional de Alemania que: “no se trata de transferir al pie de la letra el sistema de formación alemán. La experiencia demuestra que la formación dual en Alemania puede servir de modelo, pero no de patrón. Quien desee transferir a su país un sistema de formación extranjero, debe tomar en consideración las condiciones generales existentes y orientar la formación profesional dual de acuerdo con sus propios objetivos educativos, sociales y económicos”.
¿Por qué no pensar en una adaptación del sistema dual a nuestra realidad, para incentivar a miles de jóvenes a no desertar de la escuela secundaria, y facilitar su incorporación a la sociedad productiva con el capital humano que les permita desarrollarse exitosamente?
La educación, fundamentalmente técnica y la capacitación laboral, constituyen la hoja de ruta para enfrentar la pobreza, pero millones de jóvenes no cuentan hoy con el capital humano imprescindible para desenvolverse en la sociedad del conocimiento en la cual les ha tocado desarrollarse. ¿Imaginemos tan sólo si 10 años atrás se hubiese tomado conciencia de ello y se hubiese incentivado su capacitación? ¿Cuántos menos argentinos vivirían hoy en condiciones de pobreza?
Si deseamos que los jóvenes de las familias de menores ingresos terminen el secundario es necesario generar salidas laborales al mismo. Educación para el trabajo. El sistema de educación dual alemán es una alternativa que merece ser considerada pues puede convertirse en la llave del reino para acceder a una Argentina distinta, una Argentina en las cuales los jóvenes, aún aquellos de las familias más humildes, terminen su educación obligatoria, con el incentivo de comenzar una trayectoria laboral que les permita a acceder a un mejor nivel de vida.
Educación y trabajo, como bien señala el Padre Pedro Opeka en la cita que prologa esta breve nota, la hoja de ruta para dejar atrás la pobreza, la cual, para un país con las posibilidades que tiene la Argentina, es motivo de la mayor de las vergüenzas.
[1] https://www.cronista.com/columnistas/El-asistencialismo-no-ayuda-a-poner-de-pie-a-un-pueblo20170906-0010.html
El autor es Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación.
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