Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo (LVIII). Religión y economía (I): El capitalismo
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La cuestión es qué papel podría jugar la religión a la hora de sustituir las funciones estatales, en la limitación de su poder, y cómo operaría en una sociedad sin estado. Como ya hemos señalado alguna vez, una hipotética sociedad sin estado no estaría compuesta de individuos atomizados maximizadores de utilidad como plantean los economistas neoclásicos, sino de comunidades fuertemente cohesionadas de tal forma que se presten a la acción común cuando sea necesario y que sean capaces de prestar, con ayuda de organizaciones de mercado, los mismos servicios que ahora ofrecen los estados. La religión es por tanto un elemento de enorme relevancia para conseguir este fin. Por supuesto que es posible crear alguna comunidad de este tipo con principios ateos pero estos tendrían que buscar sus lazos de unión en algún otro principio más o menos trascendente. La prueba está en que los estados no gustan mucho de las religiones que no pueden controlar o que lo sustituyen y cuando es así buscan disminuir su fuerza para que las personas, entonces atomizadas, busquen su trascendencia en el estado o en instituciones afines.
El ancap debería mostrar cierto respeto por la religión, aunque no crea en ella, pues a ella se le debe sin duda la aparición y consolidación del capitalismo, que es parte fundamental de nuestro ideario, tanto o más que los propios principios de la anarquía. Una anarquía, por ordenada que fuese, sin un sistema capitalista de asignación de bienes, poco valor tendría. A diferencia del comercio, que si es algo que está presente en la conducta humana desde tiempos immemoriales, el capitalismo es un invento humano, muy complejo y difícil de comprender. Es bueno distinguir entre libre comercio y capitalismo, pues si bien están relacionados no son lo mismo. El comercio, incluso desarrollado, ha existido en todas las grandes civilizaciones. Gengis Khan facilitó la creación de la Ruta de la Seda, como bien recuerda Frankopan en su libro El corazón del mundo. Chinos y musulmanes contaron con grandes centros comerciales, al igual que Grecia y Roma, pero no desarrollaron el capitalismo. Los comerciantes cuando se enriquecían no reinvertían el capital de forma “racional” sino que lo gastaban en lujos, fincas de recreo, concertar matrimonios ventajosos a sus hijos o comprar títulos de nobleza. No se producía por tanto un mecanismo de acumulación de tipo capitalista sino que persistía el viejo sistema circular de flujo en el cual la riqueza simplemente se distribuía sin darse incrementos sustanciales en la producción, algo que si se da en un sistema capitalista.
El capitalismo es así una suerte de accidente histórico, que se produjo en una sociedad que ya estaba preparada para que pudiese llevarse a cabo. Como bien sabe cualquier historiador económico uno de los problemas más discutidos en esta disciplina es el de la acumulación originaria esto es la forma en que se acumulan los capitales que dan el impulso inicial al capitalismo. Esta acumulación original (que los marxistas achacan erróneamente al expolio colonial) sólo puede darse en poblaciones que sean muy frugales y que sean capaces de dilatar en el tiempo el consumo y los placeres con él asociados. El debate sería si una sociedad sin conocimientos económicos profundos como las del siglo XIX es capaz de controlar el propio cuerpo y la mente de tal manera que nos resistamos al embrujo del placer instantáneo a cambio de una futura e incierta situación mejor, ya para el cuerpo ya para el alma.
Desde luego, las religiones se prestan bien a esta función, por lo menos las que mejor conocemos. Cualquiera que haya tenido una formación religiosa en nuestro entorno recordará el énfasis que se le da al control de los instintos y al dominio del propio cuerpo. Los viejos pecados capitales son un buen ejemplo. De forma simple se nos enseñan los males potenciales de la pereza, la gula, la ira o la lujuria por poner algún ejemplo, todas ellas pasiones humanas y muy naturales, pero que debemos reprimir o limitar si queremos aspirar a algo mejor en esta vida o en el más allá (en el más allá mejor aún pues la preferencia temporal sería aún más baja. Si conseguimos dominar instintos y pasiones es de ahí fácil deducir que podamos también diferir en el tiempo nuestro consumo y por lo tanto posibilitar la existencia de ahorros que puedan financiar procesos intensivos en capital.
Las religiones, sobre todo aquellas que buscan reprimir los instintos usando sanciones no violentas como el pecado, la penitencia o la amenaza de un castigo ultraterreno, pueden contribuir a establecer el sustrato moral necesario tanto para la construcción del capitalismo como de una sociedad sin Estado. Algunas religiones como los cuáqueros ven con disgusto el consumo conspicuo y lo desalientan, favoreciendo por tanto el ahorro y la inversión capitalista. Esto sin duda es buena estrategia para la capitalización, pero yo quiero insistir en que es el hecho de ser capaces a través de la formación moral de diferir en el tiempo el consumo, esto es reprimir el ansia de consumo y placer inmediato, es la base del capitalismo y de ahí que religiones como la católica que no desaprueban radicalmente el consumo también hayan operado bien, a pesar del tópico, en el proceso de construcción del capitalismo. Como dice George Clason en su librito El hombre más rico de Babilonia la clave de la riqueza (y del capitalismo) está en vivir siempre un poco por debajo de las necesidades de cada uno, ahorrar y pensar en el futuro. Pero para ello es necesario un duro proceso de interiorización de valores de represión que nos permita hacerlo y no ceder al instinto del consumo inmediato. Aún va a tener razón el viejo Freud cuando nos decía que la esencia de la civilización es la represión de los instintos.
Obviamente este es un resultado no buscado. Las grandes religiones históricas no podían pretender deliberadamente la aparición de un sistema económico que ni siquiera estaba imaginado (a diferencia del socialismo que si fue objeto de utopías y sueños literarios) . No sólo eso sino que durante mucho tiempo se opusieron activamente a uno de los elementos que constituyen el núcleo del capitalismo, el cobro de interés en los préstamos limitando con ello la aparición del cálculo racional que es su elemento básico, junto con la propiedad privada y un dinero sano. Las grandes religiones no atacaron al capitalismo en sus dogmas, básicamente porque no lo conocían, aunque si pusieron trabas al desarrollo de algunos elementos esenciales. Su papel en la construcción del capitalismo es pues indirecto como acabamos de ver, pues aparte de enseñar a dominar los propios instintos y por tanto favorecer la formación de capital nos ofrecen otros aspectos fundamentales para este proceso.
Max Weber, un auténtico genio, aparte de llamar la atención sobre la relación entre ética religiosa y capitalismo (aunque creo que se equivoca en relación al calvinismo pues los católicos están también en el origen del capitalismo) en su magna obra Economía y sociedad, que curiosamente se debate muy poco en círculos ancap y austríacos a pesar de su indudable valor, se refiere a la religión como un elemento de civilización moral, que expresado en términos de los economistas de hoy minimizaría los costes de transacción. Se presume según este que las personas religiosas que cumplen sus preceptos con cierto coste tenderán a ser más de fiar que las que no lo son (señalización, que diría Francisco Capella) las cuales tendrían que buscar otro tipo de “avales” para ser confiables en el comercio. Weber nos relata el caso de una secta protestante de muy dura observancia y que tenía entre sus prohibiciones más estrictas la de la mentira en cualquier circunstancia. No es de extrañar que dicha secta prosperase en el ámbito del comercio dado que los clientes preferían comprarles a ellos dado que no mentían ni engañaban en la venta. Digamos que la religión puede contribuir a incrementar el capital social y la confianza mutua en el seno de una sociedad determinada y que puede contribuir a la fluidez de los tratos y del comercio entre sus miembros.
Todo esto que hemos afirmado no quiere decir ni que la religión haya favorecido conscientemente al capitalismo, que no lo ha hecho y en muchos casos sigue sin hacerlo, al menos de forma explícita, ni que personas no creyentes no puedan tener espíritu capitalista, que de hecho hay muchas. Tampoco que la religión sea suficiente para conformarlo dado que es necesaria la existencia de tecnologías capitalistas como la contabilidad moderna, mercados de valores o instituciones bancarias y de crédito desarrolladas.
Lo que se pretende afirmar es que el capitalismo es una consecuencia no intencionada o no buscada de determinados valores religiosos presentes en algunas religiones, en el sentido de que ponen los prerrequisitos conductuales para que este pueda surgir y florecer. También que una vez instaurado contribuye a su mejor funcionamiento, y sobre todo a su mantenimiento.
A día de hoy el sistema capitalista ya se ha desarrollado y la obtención de capitales para financiar proyectos de producción es mucho más fácil que en sus inicios. Ya no dependemos de capitales estrictamente locales para emprender sino que podemos recurrir a mercado de crédito mundiales, y aunque nuestra sociedad no sea muy ahorradora obtener los recursos necesarios. También cambia la forma en que se ahorra, pues ahora se descansa más en el ahorro calculado de las empresas (que no deja de ser en última instancia ahorro de sus propietarios) y parece por tanto que no es necesario el ahorro individual. Pero como cualquier buen capitalista sabe, el capital no es necesario sólo para iniciar el sistema, valga la redundancia, capitalista sino sobre todo para poder mantenerlo en funcionamiento.
La mayor parte de los humanos ahorra y gasta de acuerdo con valores aprendidos culturalmente y muchos de ellos aprendidos en el seno de la religión. Si la pérdida de valores religioso trae acompañado hábitos de vida que conduzcan al despilfarro o a un endeudamiento excesivo el capitalismo (que no tiene porque traerlos) el capitalismo tiene los días contados. Sobre todo si se trata de arreligiosidad , esto es vivir la vida sin principios morales fuertes, dedicada al mero disfrute, más que de un sentimiento antirreligioso consciente que normalmente si ha reflexionado sobre moral y ética. Pero no esta de más recordar aquí a Keynes, famoso ateo, cuando al final de su vida reflexionaba y afirmaba que había podido vivir una vida plena y próspera como ateo precisamente porque el resto de sus sociedad no lo era y esto había sentado las bases de la civilización de su época.
(En el próximo artículo sobre esta temática tocaremos el tema de la religión el anarquismo y el estado)
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