Hoy, 205 años después, los argentinos aún debemos luchar por nuestra independencia
Cada 9 de julio los argentinos celebramos la independencia que las Provincias Unidas del Río de la Plata obtuvieron de España. Desde aquel día de 1816 celebramos lo que supuso la libertad del pueblo del Virreinato del Río de la Plata de la opresión que representaba la monarquía borbónica.
De hecho, la independencia implicó terminar con sistema de abusos y privilegios que venían rigiendo desde el mismo momento en que se produjo la conquista. La idea de “romper las cadenas” del sometimiento implicaba que el nuevo gobierno respetaría los derechos de cada uno de los habitantes de estos territorios.
A la luz de las ideas de la ilustración, se suponía que ya no habría derecho de sangre y que todos por el solo hecho de haber nacido éramos libres del poder arbitrario de las potencias extranjeras, así como del abuso de las autoridades constituidas.
Está claro que el proceso que siguió a la declaración del 9 de julio no se concretó de forma inmediata, ya que debieron pasar muchas décadas hasta que el país pudiera organizarse institucionalmente. En este sentido, según quién interprete la historia podrá fijar como fechas fundacionales la sanción de la Constitución de 1853, la consolidación de la Organización Nacional en 1880 o, quizás, la sanción de la Ley Saénz Peña de 1912 que otorgaba el sufragio universal, secreto y obligatorio a todos los ciudadanos hombres. Pero más allá de la fecha o el acontecimiento que decidamos poner como culminación del proceso de emancipación, hay algunas cuestiones que todavía nos siguen interpelando. Ya en 1837, cuando predominaba la figura de Juan Manuel de Rosas, quien gobernaba con la suma del poder público, Juan B. Alberdi, en su Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho, sostenía que los argentinos habíamos logrado la independencia de las potencias extranjeras, pero no éramos libres en el ámbito interno.
Esta reflexión alberdiana podría aplicarse en la actualidad. El presente estado de cosas, nos hacen reflexionar sobre cual es el grado de independencia que tenemos los argentinos y cuán cierto es que se terminaron los privilegios contra los que se levantaron los Hombres de Mayo. Al observar la doble vara que se aplica a políticos y ciudadanos de a pie, se aprecia claramente de que la ley no aplica para todos igual. Vacunaciones de privilegio, restricciones al desplazamiento dentro y fuera del país, procesos judiciales interminables, inmunidades parlamentarias, reelecciones eternas, políticos que saltan de un cargo a otro sin solución de continuidad, suelen ser solo una muestra de que todavía seguimos viviendo en un país en el que no todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos.
Según Alberdi, un país que realmente es independiente es aquel en que la sociedad se rige por un sistema republicano en el cual imperara la división de poderes y el estado de derecho, algo que hace tiempo no ocurre en Argentina. Elegir a una casta de privilegiados cada 2 años no significa que seamos libres ni independientes. Lamentablemente, tantas décadas de estatismo e intervencionismo no se revierten de un día para el otro. La independencia o dependencia de una potencia extranjera es fácilmente identificable, lo verdaderamente difícil es darnos cuenta de qué significa ser independientes de los caprichos de la autoridad de turno. Elegir libremente a nuestros representantes es una condición necesaria pero no suficiente.
Todavía nos falta recorrer un largo camino para poder ser ciudadanos independientes dentro de nuestro propio país. En primer lugar, se debe respetar nuestra libertad individual y el derecho de propiedad. En este sentido, los argentinos debemos enfrentamos a la insaciable voracidad del Estado que por medio de la expoliación impositiva (avalada por ¿nuestros? representantes) se queda con una parte de nuestras vidas. Quizás alguno piense que la afirmación es exagerada, pero nadie que trabaje más de medio año para pagar impuestos, puede considerarse una persona cabalmente independiente.
Pensemos por un momento que haríamos si nuestros empleadores nos pagaran la mitad del salario acordado o si alguien nos tuviera encerrados por medio año trabajando para ellos. Seguramente diríamos que nos han privado de nuestra libertad o propiedad de manera ilegítima. Que un gobierno tenga la posibilidad de crear leyes no significa que esas leyes sean legitimas. Los monarcas de la antigüedad también sancionaban sus leyes y decretos abusando de su poder y contra ese abuso se levantaron los patriotas de comienzos del siglo XIX.
Visto lo dicho, parecería que a 205 años de aquel 9 de julio todavía debemos luchar por aquella parte de la independencia de la que hablaba Alberdi. Afortunadamente, a finales de año tenemos la opción de elegir a representantes que hagan propuestas que busquen modificar el estado de cosas que nos han llevado a la situación presente. Quizás todavía no sea tarde para rendir homenaje a los padres fundadores que soñaron con un país libre tanto en lo externo como en lo interno.
El autor es Dr. en historia. Profesor de la Universidad del CEMA (las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la opinión de la UCEMA).
- 23 de enero, 2009
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