No hay derecho a no ser ofendido
Estos días ha generado controversia el programa La Posta XXX de TC Televisión. En un segmento, Luis Eduardo Vivanco y Anderson Boscán explican que allí pretenden caracterizar a un personaje relevante de la coyuntura política. Acto seguido, componen un acróstico en torno al término ofensivo cabrón para describir a Leonidas Iza, ahora presidente de la Conaie.
Después vimos la versión andina de la cultura de la cancelación, tan en boga en Occidente: en nombre de la eliminación de la discriminación racial, del discurso de odio, y muchos otros males reales o imaginarios se pretende eliminar la diversidad de opiniones silenciando a aquellos que no se alinean al pensamiento uniforme de una minoría bulliciosa y organizada.
Esta semana recordé la persecución montada contra Emilio Palacio por haberle dicho matón a un entonces funcionario del Gobierno que se había comportado como tal para intimidar a este Diario. También me acordé de cuando Bonil fue acusado de discriminación racial por mofarse en una caricatura de la evidente falta de preparación de un asambleísta.
Tanto en el caso de Bonil, como en el caso de La Posta XXX, no es la raza del individuo en cuestión lo que motivó el chiste, sino otras características que nada tienen que ver con esta: la capacidad para leer con fluidez, ser anarquista, narcisista o campesino. Tampoco este último término se puede calificar como una expresión despectiva contra ese grupo de personas dado que los periodistas explicaron que eligieron este término porque el señor Iza es presidente del Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi.
En ambos casos se pretendía silenciar a personajes incómodos. En el primero desde el poder estatal y en el segundo desde el poder que tiene una masa bulliciosa y organizada para ‘cancelar’ a quienes no se alinean a las expresiones que ellos desean permitir.
En el mismo programa los periodistas se refirieron a otros individuos como “estafador”, individuo que practica la “ratería inteligente”, “mamarracho”, “caradura”, sin que nadie haya saltado a defender a los afectados.
Esa protesta selectiva en defensa de unos refleja un abandono de la igualdad ante la ley. Si vamos a proteger a unos, debemos exigir la protección de todos. El problema es que más temprano que tarde nos encontraremos con la incapacidad de decir cualquier cosa, conforme crece la lista de cosas que son ofensivas, hasta que ya queden pocas expresiones toleradas.
La libertad de expresión y la tolerancia históricamente han ido de la mano. Lo que buscan estos movimientos identitarios —ya sea el nuevo feminismo, los nacionalismos, los indigenismos, etcétera— es sustituir el principio de la igualdad ante la ley por aquel de la igualdad mediante la ley, esto es, creando una segregación legal e implantando discriminación según la identidad. Por eso es que Iza merece ser defendido y otras personas no.
El periodista danés Flemming Rose sostiene que “en una democracia, no hay ‘el derecho a no ser ofendido’. Como todos somos diferentes, el reto entonces es formular límites mínimos a la libertad de expresión que nos permitan coexistir en paz. Una sociedad que comprende muchas culturas diferentes debería tener más libertad de expresión que una que es significativamente más homogénea”.
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