«Nada más tonto que un obrero de derechas»
Cuando la izquierda no recaba el apoyo electoral de aquellos individuos cuyos intereses dice representar, rápidamente emerge desde algunos grupúsculos ese desprecio arrogante y elitista contra el lumpen que no se ha dejado salvar por esos abnegados y superiores salvadores. Así, por ejemplo, Juan Carlos Monedero repitió recientemente la consigna de que “no hay nada más tonto que un obrero de derechas” cuando afirmó que “los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein”. No es que toda la izquierda se haya sumado a esta campaña de desdén general hacia los ciudadanos que no votan bien —Errejón ha salido hábilmente a la palestra a afearle a Monedero sus declaraciones: "Hay que persuadir más y regañar menos"—, pero desde luego sí nos hemos podido topar ampliamente en redes sociales con ese tipo de declaraciones desde dentro del bloque de la izquierda.
"Los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein" https://t.co/6V1uIQKtsG @MonederoJC en @AquiCuni #EleccionesMadrid
— Cadena SER (@La_SER) May 5, 2021
La aseveración de que “no hay nada más tonto que un obrero de derechas” parte de dos premisas harto discutibles. En primer lugar, que 'ser de derechas' —favorecer una política económica que no atente contra la libertad de empresa— es perjudicial para los obreros; en segundo lugar, que los obreros deberían votar en función de sus intereses y no en función de principios morales generales e imparciales.
Por un lado, ¿es verdad que los intereses de los obreros pasan por atentar contra la libertad de empresa? A corto plazo, podría ser cierto que un trabajador salga ganando a costa de consumir el capital que ya haya inmovilizado un capitalista; a largo plazo, sin embargo, existe el peligro de que el capitalista deje de reinvertir ese capital y, por tanto, que la economía se descapitalice, perjudicando así al obrero a través de menores salarios y peores estándares de vida. Capital y trabajo no tienen por qué ser en todo momento factores productivos sustitutivos y competitivos: también pueden complementarse y cooperar para enriquecerse mutuamente.
La segunda de las premisas acaso sea más interesante, por cuanto quienes la postulan no suelen siquiera plantearse sus implicaciones: y es que sostener que un obrero ha de votar a la izquierda porque sus intereses son defendidos por la izquierda supone equiparar moralidad o justicia con interés propio. ¿Es posible que los obreros (o cualquier otra persona) no se muevan solo por intereses materiales egoístas sino también por criterios más generales y abstractos de justicia? Imaginemos un obrero que tiene la opción de robarle la cartera a su vecino sin que nadie pueda descubrirlo, ni siquiera sospecharlo. ¿Debería en tal caso robarle la cartera? Hacerlo sin duda redundaría en su interés egoísta: su bienestar material se incrementaría a costa del de su vecino. Por tanto, si justicia fuera igual a interés personal, deberíamos concluir que sí, que ese obrero debería robarle la cartera a su vecino y que si, por algún motivo, decidiera no hacerlo, ese obrero sería un tonto derechista. Ahora bien, tan pronto como constatamos que el contenido de la justicia no queda restringido a un estrecho interés material egoísta, debería resultarnos del todo comprensible, y razonable, que ese obrero declinara robarle la cartera a su vecino. No solo no sería un tonto derechista, sino una persona recta, honesta y justa para con su vecino.
Pues exactamente lo mismo cabe decir del obrero que se opone a atracar estatalmente a los empresarios o a los ricos aun cuando ese atraco social pudiera redundar en su beneficio a corto y largo plazo: quien se opone a algo que le beneficia porque lo considera injusto no es un tonto derechista, sino una persona que antepone sus convicciones a sus intereses y, por tanto, estaríamos más bien ante una persona íntegra y honesta. Desde luego podrá debatirse si tales convicciones son razonables o si, como aseguraba Monedero, proceden de una falsa conciencia de la realidad o de una falsa conciencia de clase: pero, incluso en esos casos, el obrero de derechas estaría anteponiendo su ideal imparcial de justicia a sus intereses egoístas. Algo que no debería ser criticado sino más bien aplaudido. En lugar de insultarlo por no volverse lo suficientemente codicioso como para sumarse al reparto del botín, la izquierda debería tratar de persuadirlo sobre la superioridad de sus ideas y de sus valores. El desprecio en este caso dice mucho más del despreciador que del despreciado.
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