Argentina: Dicen que el dinero nunca duerme, pero aquí vive bajo el colchón
Se cumple un año de la pandemia. Se cerraron fábricas, comercios, hoteles. Se suspendieron viajes, entretenimientos, servicios personales. Se interrumpieron clases, deportes, administraciones públicas, pero el dinero siguió moviéndose en busca de oportunidades. Porque, señores, el dinero nunca duerme. En la Argentina tampoco, pero es por el pánico que el dinero nos tiene, dados nuestros modales ventajeros. El problema ya no es el alto riesgo país, sino que somos un país riesgoso.
Días atrás, en un café con amigos, surgió este debate: uno de ellos estaba muy enojado con su hijo de 15 años porque le había comprado una costosa bicicleta de $110.000 y él no la cuidó. La dejó sin candado y sucedió lo habitual: se la robaron. Estaba realmente indignado con la actitud de su hijo. Otro amigo lo interpeló: si la bicicleta hubiese sido vieja y muy barata, ¿tu enojo sería igual?
¿Nos molesta la incompetencia o solo si el monto perdido por ella es importante? Me parece que el debate ya es cultural en nuestro país. No tenemos claro si colarse en una fila es una avivada o un delito y esa confusión no está en el acto, sino en el monto de ese acto. Un buen caso de ello es debatir si las vacunas de privilegio fueron 10, 70 o 3000, y no la existencia de privilegios injustificables, independientemente de la cantidad.
Me da mucha impotencia ver cómo colegas míos en otras culturas debaten cómo atraer capitales para invertir en proyectos que dan trabajo y, sobre todo, expectativas positivas a sus habitantes. Aquí castigamos al que produce, al que emprende, al que innova, usando su esfuerzo para financiar a la política que, desde hace años, no produce, no emprende, no innova.
Ahora sí, vamos a lo nuestro, el placer de recibirlos en este espacio. Esta semana tengo la ambición de hacerlos pensar en 2021 y 2022 y dejar atrás el dificultoso 2020. Usé el título de la película Wall Street 2: el dinero nunca duerme, en la cual Michael Douglas, su protagonista, decía: “La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero; es lo que ha marcado la vida de la humanidad”.
Para mí, la codicia no es buena, pero sí una ambición prudente. Finalmente, es lo que hizo que el mundo desarrollado salga rápidamente del pozo provocado por la pandemia, demostrando ya síntomas de una recuperación acelerada.
Dato: en 2020 los estados nacionales imprimieron en promedio un cuarto del dinero existente. En un año se emitió el 25% de todo lo emitido desde la creación del dinero. La diferencia reside en que esta vez ese dinero no fue a los bancos, sino directamente a los ciudadanos, ya que los estados depositaron la mayoría de sus sueldos, sin intermediarios. Ese exceso de liquidez no durmió y se posicionó rápidamente en activos físicos, como las materias primas o productos financieros como las acciones (récord histórico en los mercados), los bonos (baja récord en los rendimientos de estos), o las criptomonedas. Generalmente, estos procesos distorsionan los precios y no son sanos.
Para muchos, entre los que me encuentro, se viene la revancha del consumidor, la revancha del ciudadano, de vivir más el presente, incluso por miedo a una nueva pandemia. Lo podríamos comparar con “los años locos” pospandemia del siglo pasado. Esto traería una catarata de negocios nuevos por exceso de consumo, por vivir el presente como sea y, quizás, por qué no, con el mismo destino: una nueva crisis global como la de los años 30. Como todo ciclo, nunca hubo un boom sin una crisis siguiente, ni una crisis sin un boom subsiguiente.
Pero ahora disfrutemos de la parte buena de esta etapa. Ya habrá tiempo para ocuparse de la próxima crisis.
Para ver por dónde puede pasar la bonanza, pensemos en el futuro, entendiendo que el futuro es también un relato; una construcción personal o colectiva que determina la forma en que actuamos en el presente. Tengamos presente que las cosas son el reflejo de cómo actuamos y somos.
Las sociedades avanzan porque hay individuos que, por ambición o por pasión, creen que es posible conquistar Marte, construir autos voladores, curar el cáncer o, simplemente, hacer más fácil la vida de las personas. Eso es evolucionar, buscar crecer con el otro y no a costa del otro.
Para hacer más concreto el debate sobre el futuro, piense un instante dónde le gustaría que su hijo consiguiera un buen trabajo (no conteste con la respuesta fácil: “En otro país”).
Le pedí ayuda a mi amigo Jorge Dyszel, que vive en Estados Unidos y es muy creativo, para imaginar escenarios. Me parece relevante tener en cuenta que, para surfear una buena ola, hay que tomarla en el momento justo, ni muy temprano, porque se pierde impulso (antes de Google existía AltaVista), ni muy tarde, porque se pierde la mejor parte. Por este motivo es bueno revisar tendencias que aún están lejos de la cresta de la ola.
1. Tesla nos enseñó que no es una empresa que vende autos, es una empresa tecnológica que vende sustentabilidad ambiental utilizando recursos para contaminar menos. Es más caro, pero más limpio. En el mundo desarrollado, en los lugares públicos con estacionamiento hay cargadores gratuitos para autos eléctricos. Cualquier compra o envío por mensajería viene con un sistema para poder reciclar el papel o el cartón de envoltura. Es un buen negocio generar bienes limpios, la gente los quiere y está dispuesta a pagar por ellos.
2. Poseer la logística para trasladar un producto de un lado a otro marcará un diferencial de rentabilidad.
3. Las compañías de celulares nos enseñaron que un artefacto es un instrumento de conexión con el mundo para simplificar la existencia. Con un celular, no necesito efectivo, puedo pagar un alfajor, ver a un cliente a 16.000 kilómetros de distancia, encender el aire acondicionado de mi casa antes de llegar, o ver las cámaras de seguridad de un comercio desde donde quiero. Un celular hace más fácil lo cotidiano. Es la plataforma de llegada a un individuo, más allá de su condición económica y social. Una variante son las aplicaciones vinculadas con la salud, que no solo miden pasos y latidos, sino también el alcohol en sangre. Las que ayudan a meditar o a ponerse de pie cuando se está muy cansado, a seguir un ayuno intermitente, las que alertan para tomar agua o caminar menos encorvado.
4. La eficacia en el uso del tiempo. Todo documento o trámite tiene respuesta instantánea. Todo tiende a verificarse con el uso de fotografías o huellas digitales.
5. En la búsqueda de talentos, todas las universidades de renombre tienen empresas de head hunters que las ayudan a conseguir los mejores alumnos secundarios, educarlos y reinsertarlos. En el juego de la perinola todos ponen y todos ganan.
6. Los desarrolladores inmobiliarios nos enseñaron que la gente prefiere ahora vivir a cierta distancia en busca de espacio y naturaleza, y quizás tener un lugar pequeño en el centro para dormir ocasionalmente. Entonces, los microcentros serán con el tiempo complejos de viviendas modernas, con mucha tecnología y poco espacio. Estudios de abogados, contadores y agentes financieros readaptaran sus espacios físicos, y este también es un tema del kiosco o de la fotocopiadora de la zona. La descentralización es el nuevo concepto.
Seguramente, los comercios serán espacios para entretener; lugares de esparcimiento y lugares para vivir “experiencias nuevas”. Un buen chef quizás gane más dinero que un petrolero, y un espectáculo quizás recaude más que un banco al dar créditos.
7. Ropa para pocos días. Lo casual como único modelo, que permitirá viajar sin valijas y hacerse del vestuario en el destino, para luego dejarlo.
8. Viajes, muchos viajes a lugares impensados. Este último mes las acciones de las empresas de aviación y de cruceros multiplicaron por dos su valor, incluso algunas llegaron a valer lo mismo que en la prepandemia.
Por favor, que los agentes de viajes aguanten que viene su revancha, sobre todo con relación a los lugares de turismo de aventura y pesca.
La interacción constante entre los usuarios con más tiempo gracias a la robótica, la nanotecnología, los drones, la genética, la tecnología agrícola, las blockchains y la inteligencia artificial, dará lugar a una nueva rutina, a una nueva forma de relacionarnos y, con ello, a nuevos negocios.
Amigo lector, permítame concluir la nota con algunas adaptaciones personales, basadas en la película Wall Street 2 el dinero nunca duerme.
“El fundamentalismo destruye cualquier negocio”. Por eso en la Argentina hay más dinero fuera del sistema (en cajas de seguridad o bajo los colchones), que en el Banco Central.
“Cuando se trate de dinero, controla tus emociones”. Es solo dinero, amigos, se recupera. La vida y el tiempo perdido, nunca.
“Lo más valioso es la información”. Pero la interpretación de esa información es la clave diferenciadora.
“Un tonto y su dinero no están juntos mucho tiempo”. Me encantaría que la justicia argentina me permita cambiarlo por: “Un corrupto y su dinero no están juntos mucho tiempo.”
Por último, para tener siempre en cuenta: “El dinero es como alguien que se acuesta contigo, pero nunca duerme”.
- 23 de julio, 2015
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