¿Cumplirá Biden su promesa electoral sobre migración?
El Mayflower constituye el símbolo más potente de la identidad estadounidense. El grupo de peregrinos que viajaba en ese barco que arribó a las costas de Plymouth (Massachusetts) en 1620 —huyendo de la persecución religiosa desatada en Inglaterra— fue la piedra angular sobre la que se edificó Estados Unidos.
Esas personas emigraron al continente norteamericano en busca de libertad y tierra para trabajar. O sea, lo que los impulsó a realizar esa peligrosa travesía fue la búsqueda de mejores condiciones de vida.
Desde entonces, diversas oleadas de inmigrantes han llegado a Estados Unidos con el fin de radicarse allí. Las procedencias han sido de las más diversas pero el motor que los impulsa sigue siendo idéntico al de aquellos peregrinos iniciales. Los perseguidos del mundo —ya sea por razones políticas, religiosas o por bandas criminales que hacen imposible la convivencia pacífica— han nutrido la composición de la sociedad norteamericana, aportando trabajo, esfuerzo y creatividad.
Por tanto, no es exagerado afirmar que la vitalidad de Estados Unidos reside en la potente inmigración que recibe año tras año, que constituye una “marca registrada” de su cultura.
Sin embargo, se da un fenómeno curioso: muchos de los descendientes de inmigrantes de segunda o tercera generación no ven con buenos ojos la llegada de nuevas oleadas, especialmente, si son de zonas del mundo diferente a la suya de origen.
Toda esta situación ha provocado que el tema migratorio despierte apasionadas controversias. Por un lado, están los que no quieren que siga llegando “gente de afuera”, principalmente si son ilegales; y por el otro, quienes aprecian la contribución que los inmigrantes realizan a la economía estadounidense y desean que se les acoja y se les convierta en residentes legales del país.
En las últimas décadas, una gran proporción de los inmigrantes han provenido de América Latina, especialmente de México, Guatemala, El Salvador y Honduras; anteriormente, los cubanos también formaron un contingente numeroso que se radicó primordialmente en Florida.
Esto ha provocado que el voto latino se haya transformado en un factor relevante que todo aspirante a ocupar la presidencia de Estados Unidos debe tener en cuenta. En ese contexto, Joe Biden durante su campaña electoral prometió una profunda reforma de la política migratoria llevada adelante por su antecesor Donald Trump, porque “Estados Unidos debe volver a ser una tierra de acogida para inmigrantes”, según proclamó. Ahora, ya siendo presidente de esa nación, ha anunciado que una de sus prioridades será ponerla en práctica.
Si lo hiciera sería muy buena cosa. No obstante, hay ciertas dudas de que, al igual que hizo el expresidente Barack Obama, el tratamiento de los inmigrantes ilegales —sobre todo los latinos— quede en mera retórica que apele a las emociones (importante para ganar elecciones y relecciones) pero con pocos resultados efectivos. Como se recordará, Obama expulsó durante su administración (2009-2017) a más de 2,7 millones de inmigrantes, más que cualquier otro presidente, incluso, que el “malvado” Trump.
Obama endureció las medidas contra los inmigrantes ilegales para “disuadirlos”. Por ejemplo, construyó las aberrantes “jaulas” donde se encerraban a madres con sus hijos pequeños o a adolescentes que habían viajado solos; o la pretensión de que niños chicos se representen a sí mismos ante el tribunal de inmigración. Esas acciones eran llevadas adelante por la administración Obama para deportar a miles de niños centroamericanos detenidos en la frontera sur.
La mencionada situación provocó que un conjunto de organizaciones defensoras de derechos de los inmigrantes presentara una demanda judicial para obligar al Gobierno de Obama a asignar abogados a esos niños para su comparecencia ante el tribunal de inmigración. Pero la administración argumentó que no era su obligación constitucional asignar abogados a los niños y no consideró injusto que niños muy pequeños se las tuvieran que arreglar solos en las audiencias de deportación.
Otras de las tácticas utilizadas por Obama para apresurar la deportación de inmigrantes ilegales han sido el “rocket docket” y las redadas.
Asimismo, Obama eliminó normas que favorecían a los inmigrantes ilegales como la política de “pies secos, pies mojados”, que permitía que los cubanos que huían de la brutal tiranía de los Castro permanecieran de manera legal en el país si tocaban suelo norteamericano y podían acceder a la residencia. En cambio, si eran interceptados en alta mar eran deportados a Cuba. Pocos días antes de dejar la presidencia, Obama puso fin con “efecto inmediato” esa política que estaba vigente desde 1995.
Dado esos antecedentes, uno de los escépticos con respecto a la política migratoria que implementará Biden es el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En su habitual conferencia matutina, mostró la carta que en 2012 le entregó a Biden, que entonces era el vicepresidente de Estados Unidos y él candidato a la presidencia de México. Afirmó que:
“Hemos estado planteando que se debe regularizar a nuestros paisanos, que llevan años trabajando en ese país, contribuyendo al desarrollo de esa gran nación. Entonces, este es un planteamiento que creo va a reafirmarse el día de hoy, en estos días, por parte del presidente, y es bueno para México. Esto, complementado con el apoyo a países de Centroamérica y al sureste de México para enfrentar el fenómeno migratorio con desarrollo y con bienestar. Este planteamiento se lo presenté al señor Biden desde hace ocho, nueve años”, agregó.
Además, expresó que en marzo de 2012 tuvieron una conversación en la cual Biden se comprometió a regularizar la situación legal de los “38 millones de mexicanos que viven y trabajan en ese país”. Pero Biden no cumplió.
AMLO afirmó que “en la conversación que tuvimos él me planteó, porque esto se da antes de la elección para el segundo periodo del presidente Obama. Él me dice que tienen el compromiso de llevar a cabo la reforma migratoria. Que tenían que enfrentar oposición al interior de Estados Unidos, pero que ya habían tomado esa decisión. Al final no se llevó a cabo la reforma, en el segundo y último periodo del presidente Obama”.
Concluyó su alocución expresando que “pasa el tiempo, ahora llega el presidente Biden, conoce muy bien este planteamiento, él hace el compromiso durante su campaña. Espero que hoy o en los días posteriores se dé a conocer lo del plan de migración, la regularización de nuestros paisanos que están allá. En qué va a consistir, en cómo se les va a respetar el derecho que tienen de ser reconocidos como ciudadanos estadounidenses, que tengan la doble nacionalidad”.
Obama argumentaba que no podía poner en práctica su política humanitaria migratoria debido a la oposición de los republicanos en el Congreso. Esa excusa no vale para Biden porque los demócratas cuentan con mayoría en ambas cámaras.
Así, que ahora se podrá comprobar qué tan sincero fue Biden al realizar sus promesas electorales.
Hana Fischer es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.
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