El misterio de los monolitos, o cómo romper la monotonía de la pandemia
Podría ser puro azar, pero los monolitos han comenzado a aparecer justo cuando la imaginación colectiva está necesitada de estímulos.
En plena pandemia, cuando medio mundo está resignado a condiciones de semi confinamiento y a no viajar por un buen tiempo, de pronto aparecen en diversos lugares unas misteriosas estructuras metálicas que invitan a fantasear sin salir del salón de estar.
El primer obelisco apareció en el desierto de Utah el pasado 18 de noviembre. Poco después una construcción similar se asomó en una región montañosa en el norte de Rumanía. Y hace tan solo unos días un tercer monolito sorprendió a los senderistas en la localidad de Atascadero, situada entre San Francisco y Los Ángeles.
Si el primer bloque de metal brillante fue toda una sensación mediática, atrayendo a curiosos y a los amantes de la ciencia ficción, la tercera aparición ya es una versión degradada del monolito primigenio que adornó el adusto paisaje de Utah.
Según los lugareños de Atascadero, la estructura en cuestión era un poco chapuza y endeble. Quienquiera que se dedicó a emular a los creadores del primer “happening” ya no pusieron el mismo empeño, más preocupados por propagar el fenómeno en las redes sociales que en alimentar el enigma de los monolitos que se multiplican en estos tiempos de encierro.
Hasta ahora nadie se ha responsabilizado de la autoría de estas creaciones que se suman a gestos como los murales del artista británico Banksy, quien desde el anonimato comete toda clase de travesuras que descolocan al mundo del arte a la vez que su obra se revaloriza con precios astronómicos en las subastas. Una de sus últimas sorpresas fue la de una pintura que, una vez adquirida por más de un millón de dólares, se autodestruyó mediante un ingenioso mecanismo. Más allá del valor de su arte, Banksy es un maestro del “marketing”, lo que contribuye a gran parte del prestigio que acaba por tener una obra ante los ojos de los coleccionistas.
En lo que respecta a los monolitos, que no son particularmente atractivos, pero sí llaman la atención en medio de la agreste naturaleza, tarde o temprano se conocerá más acerca de la intención de quienes están detrás de la ocurrencia. Puede acabar siendo un reclamo publicitario o sencillamente un movimiento artístico con algún mensaje telúrico.
En todo caso, ha sido inevitable comparar estas estructuras con los monolitos de la serie de novelas de Arthur C. Clarke y su adaptación cinematográfica: la mítica “2001: una odisea espacial”, dirigida por Stanley Kubrick.
En la memoria perdura el monolito flotante en el espacio, una máquina de color negro mate construida por una civilización extraterrestre. Los obeliscos de Clarke (que en la saga literaria son tres) también podían representar a un Dios omnipresente. En el filme Kubrick quiso resaltar el viaje cósmico del hombre en la grandeza del universo, partiendo desde su más elemental existencia hasta aventurarse al inmenso vacío del espacio, tras los pasos de un monolito que podría conducirlo a otro ecosistema en un planeta lejano.
Sin duda los monolitos que ahora dan tanto que hablar le deben mucho a la célebre película del director de origen estadounidense, pero en versión acero inoxidable y con un mensaje por ahora indescifrable que tiene entretenidos a los medios y al público.
Sobre sus monolitos de ficción, Clarke los describió como faros que vigilan “los mundos en los que vibra la promesa de la vida”. Una buena analogía en estos tiempos tan extraños.
©FIRMAS PRESS
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