La fobia al mérito
En varias oportunidades el presidente argentino Alberto Fernández se refirió en términos despectivos hacia la “meritocracia”. En su opinión, “la pandemia es una oportunidad, hay que ocuparse de los argentinos que la meritocracia dejó de lado”. El mérito, en consecuencia, además de gobernar es excluyente, con lo que podríamos suponer que la falta de mérito podría ser incluyente.
No son palabras dichas al vacío, es el último grito de la moda en el sendero del igualitarismo como criterio moral central para avalar a un socialismo que no puede mostrar otro resultado que satisfacer el resentimiento social. Y eso es fuente de poder, no es que esta ética esté desprovista de interés concreto. Por lo tanto hay que hacer que ese impulso nocivo sea lo moral en sí mismo y que merecer algo ya no solo no quiera decir nada sino que esté mal. Es como la última frontera del anticapitalismo.
La idea es desarrollada en el libro “The Meritocracy Trap: How America’s Foundational Myth Feeds Inequality, Dismantles the Middle Class, and Devours the Elite”, del profesor de la Universidad de Yale Daniel Markovits. Parece ser que el capitalismo pone énfasis en que cada uno se gana lo que tiene según su esfuerzo, pero ocurre que los hijos de los exitosos, sin tener mérito alguno, irán a mejores colegios y universidades que les asegurarán un posición ventajosa en una aparente competencia con los hijos de los que no se esforzaron y que tal cosa es injusta.
El papa Francisco, que tal vez sea la inspiración de Fernández, también condena a la meritocracia como fuente de males y ha dicho que “usa una palabra bella, el mérito, pero se está transformando en una legitimación ética de la desigualdad”. No sé cómo se encaja en esa concepción la idea de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, pero asumo que en la meritocracia en sí misma ve alguna trampa a este precepto porque lo asocia a los despidos en las empresas. En todo caso no lo ha explicado hasta ahora.
Lo primero que habría que bajar a la realidad es esto de que el mérito gobierna, que eso es lo que indica el término meritocracia. Gobierna en todos lados un aparato político, el Estado, en muchos casos en base a elección de la gente ¿Es por mérito la elección? Eso es, por lo menos, bastante discutible. Que los gobernantes se hayan ganado el lugar que ocupan en un sistema democrático es algo que queda circunscripto a haber sido elegidos por la gente. No es consecuencia de un concurso de antecedentes o de galardones académicos o pruebas de esfuerzo. Es la gente la que determina méritos según su leal saber y entender, lo que no hace a tales cualidades algo contrastable objetivamente.
No es casual que se confunda a todo otro éxito fuera del aparato político con el uso de un poder que desafía a la política. Es que el mérito del privado, del que no se impone porque no dicta leyes, ni tiene tanques o policía a su disposición, es visto como un obstáculo a los planes políticos puestos acá en el pedestal de la igualdad.
Mejor despejemos las falsas metáforas y que quede claro que no es el mérito el que gobierna en una democracia sino exclusivamente el gobierno elegido por la voluntad de los votantes y que ese gobierno es limitado porque no se considera que la sociedad sea un ejército, sino que las personas tienen derecho a manejarse según sus propias aspiraciones. La segunda aclaración que habría que hacer es que fuera del Estado, el mérito en sí mismo tampoco es un parámetro de éxito, sino que está directamente vinculado también a las elecciones de la gente. No sé si a Plácido Domingo le va a ir mejor que un gran vendedor de su música o si el empleado que se queda hasta más tarde es el que obtiene el mejor aumento.
Tampoco rige el esfuerzo en el mercado. Maradona jugando al fútbol se ha dado una vida mucho mejor que la mayoría de la gente que ha tenido un desgaste físico y mental mucho mayor al de él. Lo que gana en el mercado es el valor, no el esfuerzo ni el mérito, es decir la capacidad de producir lo que es querido y premiado por la gente que elige. Los consumidores no dan medallas al almacén que abrió más temprano sino al que tiene el aceite que le gusta para hacer las milanesas.
La diferencia es bien importante porque si no se entiende que el asunto de la economía es el valor y que el valor solo se expresa en elecciones individuales que multiplicadas dan pautas de comportamiento que unos saben seguir mejor que otros, o están dispuestos a seguir más que otros, tampoco se entiende por qué las cosas son así. Lo son porque lo que en última instancia buscamos es sobrevivir y mejorar nuestra situación y premiamos eso al elegir, el resultado que nos acerca al objetivo. La economía es un complejo entramado de relaciones y elecciones que conduce a resultados, no a méritos despojados de ellos.
Es cierto que esto ocurre fundamentalmente a partir del capitalismo donde la vida privada se libera de dictadores morales y políticos. Por eso a los dictadores morales y políticos les molesta tanto el comercio y el dinero. Para ellos llevan a cosas sin mérito en sí mismas, menores que las que tienen para proponer porque el mérito está determinado por lo que ellos en su iluminación han decretado, pero que pareciera que la gente dejada a su suerte nunca elige. Lo curioso es que al final ningún argumento alcanza para detener eso y se tenga que hacer un argumento contra el mérito en sí mismo, porque esa sociedad que sigue sus propias aspiraciones genera un mérito que no les permite hablar de mera suerte al nacer.
Los moralistas que razonan así tienen una alternativa, porque como en una sociedad civilizada las personas eligen si quieren ir al cine o asistir a una filípica. Esa alternativa es adquirir el mérito de la persuasión renunciando a la imposición. Tendrían que poder demostrar que lo que proponen, que nadie merezca lo que tiene, es mejor. Pero está difícil quitarle al mérito su mérito. Sería como exigir que gobiernen los que perdieron las elecciones.
El mérito tomado como esa capacidad de resolver problemas en el mercado se premia porque es una forma de supervivencia. Atacarlo no es nada más cuestionar la remuneración al valor sino a su producción. Si la economía voluntaria ha sacado a muchísimos millones de personas de la hambruna en el mundo es porque el valor es remunerado. Alguien podrá pensar desde una escala de valores que resigne por completo lo que la gente quiere, desde ahí arriba en un pedestal, que habría que rever por completo la forma en que se premian las acciones y ofertas del mercado, lo que insumiría una dosis gigante de violencia que no sé cómo encaja en esa escala de valores. Pero aún les quedará el problema de destruir todo el sistema de producción, de derribar el intrincado entramado de descubrimiento y producción de valor en cuanto a apetencias reales y no a manuales revelados. Tendrá que lidiar con diezmar a la población una vez que lo resultados dejan de ser premiados.
Los exitosos apoyan a sus hijos como lo hacen los no exitosos. Esto puede verse desde el mero resentimiento social o un sentido de justicia que parte del supuesto equivocado de que nuestra vida como individuos es común y no independiente. Pero el aparato político que estará inspeccionando cómo viven los hijos de las personas no va a ser neutral, se convertirá necesariamente en una pesadilla. Y lo que es más importante, como el mérito en sí mismo no es el problema sino la capacidad de producir valores, a nadie le sirve que el que tiene la ventaja de entrenarse mejor para servir al mercado no alcance ese objetivo. Esos hijos con menos esfuerzo que el padre puedan abaratar la vida de los demás y ser los empleadores de muchos otros, no podemos saberlo. De nada les serviría el reparto político de ventajas que otros obtuvieron si pagan el precio de que mejorar sus vidas no sea ya útil para quienes tienen la capacidad de hacerlo. Pan para hoy, hambre para mañana. Destruir las ventajas es, huelga aclararlo, desventajoso. Y como las ventajas de unos no son consecuencias de las desventajas de otros eso no se parece en nada a un acto reparador. Eso es algo que en el razonamiento que critico ya ha sido reconocido al identificar al mérito como base de la argumentación.
En la vida el problema no es hacer justicia en una carrera deportiva común que no existe. La supervivencia depende de producir valor y de aprovechar las ventajas, la suerte y el mérito en función de eso, las tenga quien las tenga.
Eso es lo que Markovits no puede ver. El sistema maximiza la producción de valor. El mira únicamente las remuneraciones y no entiende que esos hijos aventajados que estudian en buenas universidades (y está por verse si en el futuro cercano eso será el secreto del éxito) solo se mantendrán en la cima si continúan siendo eficaces en eso. Mira solo el valor de lo que recibirán y no el que generarán.
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