Alberdi diría: “Vivimos tiempos de licencias, no de libertades”
La cuarentena es un régimen de licencias. Es un tiempo, enmarcado por los efectos de una pandemia, que llegó de imprevisto con fuertes restricciones a las libertades económicas y sociales en donde todo queda sujeto a una autoridad legal. Pero la ley, si tuvo verdadero origen constitucional, conforme a sus corrientes de pensamiento cristalizados en un régimen (o valores) no podría tener en vistas como objeto y finalidad contrariarla. Lamentablemente, un poco más de 200 años de experiencia política argentina con tendencias autoritarias muestran múltiples formas de ejercicio del poder con impulso y destino de concentración en sus diferentes dimensiones o acepciones: desde lo ilegal, pasando por la ilicitud, el iliberalismo y hasta una inimaginable afectación total de los derechos humanos individuales e inalienables.
Ahora, ese imprevisto originario se transformó en una actualidad administrativa, sin más. Puro derecho administrativo reglamentario de la vida social y productiva. La sociedad abierta y de mercado, como ideal, se nos alejó aún más. Ya vivíamos en una sociedad fuertemente regulada con múltiples monopolios, oligopolios y opacidad que aún no valora ciertamente la libertad y diversidad. Así, transcurre la vida en una sociedad de planes quincenales, dicen los dirigentes, en donde imaginan que quedan dos o tres quincenas más de administración central del espacio y tiempo.
La imaginación se proyecta entonces hacia una fuga de estos tiempos de licencias, pero se encuentra con un nuevo horizonte de nuevos regímenes expandidos y socializados de modo universal: el de los protocolos.
En esos tiempos venideros, pos fuertes restricciones quincenales, y ya en tiempos de protocolos en alza, el reencuentro quizás resulte irreconocible por los tapabocas, pero cumpliendo deberes básicos de cuidado, horarios, turnos, distancias, cobertura, y como suele ocurrir en tiempos aciagos: sospecha y temor ante todo aquel que se atreva a incumplir con las nuevas licencias debidas para ejercer el aspecto y gesto de sociabilidad.
Y a todo esto, no resulta menor que este tiempo de licencias por suerte no han llegado a suprimir los límites de la reflexión. No emergió la policía del pensamiento en toda su dimensión. No hubo censores ni moralistas de los modelos de vida, tal vez algún que otro trasnochado que endilgó a otro el cumplimiento de una licencia, sin más. Podría haber sido peor, existe vasta experiencia de enanos fascistas con el bastón de mando en la mochila. Igual, es un alerta que no se debe olvidar ni creer que es un temor superado.
Entonces, vendrán los tiempos masivos para poder desenvolverse en sociedad, por definición y práctica, de modo tolerante, con todo lo que ello implica, al decir de Locke, Mill y Popper. Ese paso con el que se recobrarán los espacios, los ámbitos propios de decisión y la responsabilidad de interpelarse mediante un esfuerzo de auto regulación sin precedentes para las décadas de vida en democracia.
Es importante, precisar que ser libres implica sobre todo autorregularse. Para ello, se necesita recobrar el sentido amplio de la existencia auto percibida despojándose del paternalismo y la radicalidad del horizonte, respetándose y sin afectar a otros. La responsabilidad individual entonces supone un esfuerzo mayor y constante de ejemplaridad y producción de bienes simbólico-reales que permita conservar la independencia y optar por las interdependencias requeridas para realizar cada propio proyecto de vida.
Por esto, en momentos en donde la opinión pública se concentra en una agenda pública que jerarquiza el debate sobre el dilema de licencias de salud vs. economía, errado dilema para una argentina federal y con más del 40% de la población bajo la línea de pobreza, importa entonces ver ahora cómo se recupera lo sustantivo en materia de libertad para recuperar la autonomía de los sectores productivos regionales que le dan sentido a la idea actual de un proyecto común en tanto unos son el sustento móvil del resto de la sociedad, hoy inmovilizada.
Hoy más que nunca queda entonces claro que alentar y sostener divisiones dilemáticas como: política vs economía, campos vs ciudad o interior vs centro, son planteamientos binarios, irreflexivos y temerarios frente a la complejidad en que se vive. En esto, en lo que le toca vivir a la gran mayoría de la sociedad no se puede plantear la posibilidad de tal dilema, no resiste su existencia. En cambio, el Gobierno se juega un pleno a una sola dimensión, la otra nunca fue opción en tanto no ve a la economía como la administración de la escasez, sólo sesgadamente administra emisión y la culpa de un posible default a terceros internos y externos.
Sin perjuicio de lo cual, en abstracto el dilema resulta incomprensible en la dimensión real y humana. Podría, sólo darse un dilema entre dos opciones de solución a la pandemia desde la óptica sanitaria (mejor o peor) y otro tanto desde la economía (crecimiento o depresión) pero nunca entre sí, en donde desde lo analítico se forzaría una disyuntiva que no dejará de afectar a una realidad indivisible que es la situación en particular de cada persona afectada por las condiciones socio-económicas en curso.
Corresponde recordar al más importante pensador argentino del Siglo XIX en materia de política, economía y derecho constitucional, quien fuera combatido y perseguido en vida, pasando gran parte de su existencia fuera del suelo argentino y que en el final de sus días fue escasamente reconocido por su aporte institucional. Como corolario, su muerte, lejos de ensalzarlo no hizo más que profundizar su olvido de parte de la historia oficial, de la narrativa política y de la ejemplaridad pública hasta hoy.
Esa figura olvidada de la modernidad fue Juan Bautista Alberdi, quien aleccionaba en 1854, y hoy podría ser parte de una advertencia de una analista en un panel económico en el prime time, que cuando en una sociedad exigen licencias para ejercer trabajos esencialmente industriales, consagran implícitamente la esclavitud del trabajo, porque la idea de licencia excluye la idea de libertad. Quien pide licencia para ser libre, deja por el hecho mismo de ser libre: pedir licencia, es pedir libertad; la Constitución ha dado la libertad del trabajo, precisamente para no tener que pedirla al gobierno, y para no dejar a éste la facultad de darla, que envuelve la de negarla.
Lo que resta por alertar es que, en esta tardo modernidad o posmodernidad vigente, no se extienda a eternidad la regularidad de los protocolos y se den por normalizados los controles centrales estatales vía aplicaciones, sensores variados, registros electrónicos, algoritmos, DNI digitales o semejantes, en tanto no serían más que una actualización tecnológica de una de las principales preocupaciones de los pensadores de la modernidad: el control total sin presencia física o el grado máximo de realización de una omnipotencia del Estado en detrimento de la libertad individual, según sentenció Alberdi, en una de sus últimas intervenciones públicas.
El autor es Analista de Asuntos Públicos de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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