América Latina y la eterna vigilancia
América Latina ha experimentado los últimos años la aplicación de un discurso político particular y ha vivido, en consecuencia, las contradicciones de un modelo político agotado e incapaz de reinventarse en los términos que la democracia lo permite. El socialismo del siglo XXI ha calado hondamente en el ideario de las sociedades latinoamericanas, tan diversas como comunes, sobre todo, en América del Sur, subcontinente al que me referiré en este artículo.
Aquel modelo que pretendió representar el verdadero cambio en un entorno donde los problemas de inseguridad, desigualdad y ausencia de instituciones seguían en la agenda social y que los Gobiernos fueron incapaces de resolver eficazmente durante la última mitad del pasado siglo, protagonizó lo que hoy conocemos como uno de los mayores fracasos del reciclado comunismo cubano, expresado, primero, en el populismo caudillista del expresidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Por supuesto, la persecución política, la corrupción institucional y las políticas liberticidas en general, son aditivos ineludibles de ese totalitarismo que se ha intentado aplicar en Ecuador, Bolivia, Argentina y que en Venezuela está en plena vigencia.
Lo curioso es, precisamente, que aquellas contradicciones de un modelo nefasto para la gente que, paradójicamente, se expone como la solución a la crisis y la fórmula para superar las eternas dificultades en Latinoamérica -pobreza, desigualdad, injusticia-, es el principal impulsor de la destrucción institucional y, por lo tanto, de la democracia en su esencia más elemental.
Las protestas en Ecuador y Chile pusieron en evidencia la aún difícil tarea de la aplicación en la región de políticas económicas liberales. Todavía hoy aquellas reformas que han funcionado exitosamente en cualquier parte del mundo, incluidos países asiáticos, tienen un coste social muy elevado.
Pero el problema no acaba ahí. Sabido es que, aunque el resultado de las políticas ejecutadas por los Gobiernos alineados con el socialismo del siglo XXI ha sido perjudicial para la ciudadanía a nivel institucional, económico y social, dada la popularidad del discurso caudillista y prebendal a favor del intervencionismo estatal que sigue teniendo gran cabida en el ideario colectivo de la región, y la incapacidad de algunos Gobiernos de resolver los errores de sus antecesores, nada garantiza el retorno de líderes con mensajes exacerbados que promuevan aquel discurso antidemocrático y caduco al que apelaron en su día Chávez, Lula, Morales y Correa, entre otros.
Argentina es el caso más paradigmático. Después de una gestión desastrosa en el plano económico, Cristina Fernández ha vuelto victoriosa como vicepresidenta del ejecutivo argentino. Las protestas en Chile han obligado al presidente Piñera ha convocar una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución, cuestión que pone en evidencia las dificultades que atraviesa el sistema institucional chileno, a pesar de que ese país se ha caracterizado por ser uno de los que más crecimiento ha reportado en todos los ámbitos los últimos años.
Por su parte, Jair Bolsonaro no está siendo capaz de concretar las propuestas de su campaña electoral y pone en duda la eficacia de una gestión cada vez más cuestionada no solo por los sectores de oposición. La campaña internacional de Lula suma a ello la dificultad de dar continuidad a un Gobierno que, como el de Macri, no es capaz de ejecutar su programa.
En Bolivia, tras la renuncia de Morales y la formalización como candidata de la actual presidente Jeanine Añez, las últimas encuestas ponen al candidato de Morales como favorito, seguido por más de diez puntos de diferencia del segundo en la preferencia electoral, el líder de Comunidad Ciudadana y expresidente, Carlos Mesa. Aunque es el retorno de Morales al poder es improbable, el problema real es la posible continuidad de un modelo que tanto daño ha hecho a los bolivianos los últimos catorce años. Si bien este problema es hoy evidente en Bolivia, es fácilmente trasladable a otros países de la región.
No obstante, en ese nuevo eje político regional hoy se observa la mesura de un Gobierno argentino que está en plena renegociación de su deuda con el Fondo Monetario Internacional y el limitado y torpe intento de liderazgo que protagoniza López Obrador.
Es evidente que la región se enfrenta a desafíos complejos que la democracia per se no ha podido resolver. Hace falta una implicación seria de la ciudadanía para la defensa de la libertad y la democracia, que evite el retorno de ideas trasnochadas que han perjudicado la evolución institucional y el fortalecimiento de la sociedad como sujeto activo en el desarrollo de los países de la región y el crecimiento económico.
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