Los verdaderos motivos del impeachment a Trump
Como la izquierda nunca ha podido desarrollar un programa económico y político que respete los derechos individuales y que -por lo tanto- sea exitoso, ha desarrollado grandes habilidades tácticas para el engaño. Son maestros en el arte de la trampa.
Finalmente, como hacen abuso de las mismas recetas la máscara se cae y la izquierda entra en crisis, pero nuevamente se reinventa bajo un nuevo disfraz que no permite distinguir lo que se esconde detrás: miseria, persecución, violencia y la decadencia absoluta de los valores fundamentales de los seres humanos libres.
Lo curioso es que cada disfraz que eligen usar lleva una etiqueta que describe justo lo contrario de sus objetivos, por eso los comunistas de nuestra época prefieren ser llamados “progresistas”. Además, usan el método de la proyección, acusando a terceros de delitos, de faltas o de las malas intenciones que les competen a ellos mismos y a nadie más. Todo esto acompañado con un discurso dramático y moralista, con la dosis de demagogia que corresponde para engañar a quienes andan distraídos conmoviéndose por el purismo de las causas populistas.
Esto es justamente lo que está sucediendo en este momento –y hace muchos años- con el Partido Demócrata americano, hoy convertido en el mayor y más fuerte representante de la izquierda a nivel mundial.
Para entender el contexto, este “progresismo” del primer mundo esconde sus intenciones de señor feudal moderno detrás de la máscara que conocemos como “globalismo”.
El globalismo es, nada más y nada menos, que la estructura de poder que busca eliminar la soberanía de los países, borrar las fronteras (institucionales) y centralizar el poder en organismos internacionales. Todo esto acompañado por una maraña incontrolable de regulaciones y leyes que permitan controlar y observar cada paso de cada ser humano que habita la Tierra. Cámaras de vigilancia, eliminación del secreto bancario, control sobre la propiedad privada con la excusa del “ecologismo”, control sobre la vida, sobre los actos privados, e incluso control sobre la muerte y, como no podía ser de otra manera, muchísimos impuestos.
El pueblo americano, ejemplo desde su fundación en adelante de una excepcionalidad ética que les permitió ser la primera República Federal que ha reconocido a todos los seres humanos como iguales, sigue hoy adelantándose al resto del mundo al advertir los intentos de tiranizarlos y socavar el sistema que sostienen heroicamente con sus vidas y con sus más sólidos principios.
Fueron ellos quienes poco después de que Obama asumiera la presidencia formaron de manera espontánea el movimiento “Tea Party”. Eran simples ciudadanos que advertían las intenciones explícitas de Washington de transformar el “We the People” (Nosotros, el Pueblo) en “Nosotros el Gobierno”. Con la Declaración de Independencia, la Constitución y los principios de los Padres Fundadores siempre a mano para sostener su reclamo, los ciudadanos nucleados en el movimiento “Tea Party” buscaron volver a sus valores fundacionales.
Este fenómeno tuvo un impacto muy fuerte en el Partido Republicano y en las elecciones venideras. Muchos políticos del establishment del GOP (Grand Old Party, tal como se lo conoce al Partido Republicano) fueron reemplazados por otros nuevos que habían nacido del seno del Tea Party o que habían recibido su apoyo.
Esta ola “conservadora” finalmente impactó en las presidenciales de 2016 dónde contra todos los pronósticos de medios viciados de soberbia y de dólares del lobby “progresista”, Donald J. Trump ganaba las elecciones para convertirse en el 45° Presidente del país más poderoso del mundo.
Aquellos que con arrogancia y pedantería se burlaban de Donald Trump y quienes con suma soberbia subestimaron a su propio pueblo intentando venderles encuestas y noticias falsas, pronto se pusieron en alerta. El nuevo Presidente americano había dejado detrás el estilo culposo y condescendiente con quienes buscan destruir las libertades. Donald Trump, claro y contundente, fue el artífice de una nueva era en Estados Unidos tomando la responsabilidad que las bases del Tea Party habían sembrado a partir del 2008 inspirados nada más y nada menos que en los Padres Fundadores de los Estados Unidos de América.
Trump rompió con el globalismo y esto fue el principio del pánico demócrata. Ellos son globalistas, y el globalismo no solo es poder, el globalismo es una corporación de una elite inalcanzable que lleva adelante grandes negocios a costa de las libertades individuales, con las oscuras consecuencias que esto trae.
La desesperación de ver a un presidente con agallas, acompañado por el equipo correcto para tomar el toro por las astas y romper sin vueltas con organismos y políticas globalistas (neo-socialismo) llevó a los líderes del Partido Demócrata y a la prensa amiga del establishment “progresista” a promover lo que ellos llamaron la “resistencia”. La verdadera intención era bloquear la gobernabilidad, y esto lo demostraron inmediatamente. Como no lo lograron, entonces fueron mucho más a fondo y pretendieron tomar el control del Senado sin ir a elecciones, de poner en jaque al Presidente Trump y, en lo posible, sacarlo del poder.
Aquí es donde comienzan a usar la táctica de la proyección que siempre les resulta, al menos en un principio, porque agarra desprevenido al público. Primero fueron con la colusión de Trump con Rusia, que resultó falsa. Cuando empezó a salir a la luz que esto no era como ellos decían, sino por el contrario, que los lazos con los rusos para intervenir en la vida de un candidato a Presidente venía desde el mismo seno del Partido Demócrata, el tema cambió al “impeachment” o juicio político.
En esta segunda oportunidad, vuelven con el mismo método, y tiran sobre el Presidente Trump la acusación que debiera haber recaído sobre el ex Vicepresidente Joe Biden.
Cuando Obama era Presidente, el hijo de Joe Biden –Hunter Biden- fue contratado por una empresa ucraniana de energía por un millón de dólares anuales. Esta empresa estaba en la mira de las autoridades judiciales de Ucrania, acusada de varios delitos. Cuando el fiscal general ucraniano tomó cartas en el asunto, fue el mismo Joe Biden quién pidió que lo echaran bajo la amenaza de no otorgar los préstamos que Estados Unidos da a Ucrania. Esto no lo sabemos por un testimonio de terceros, esto lo sabemos porque el mismo Biden en uno de sus tantos actos de pedantería lo contó en público.
El fiscal general Viktor Shokin fue echado, los fondos fueron enviados y 53 millones de dólares de los contribuyentes americanos fueron desembolsados para promover la industria energética en Ucrania. Lo más llamativo de esto no fue la pedantería ni la corrupción aparente de la administración Obama, sino que Hunter Biden no tenía las calificaciones mínimas ni siquiera para trabajar de recepcionista en una empresa de energía, mucho menos para cobrar un millón de dólares anuales y menos aun para ocupar un lugar en el directorio de dicha empresa.
La investigación sobre estos hechos tan llamativos no han comenzado con Donald Trump sino con “la Oficina de Fraudes Graves del Reino Unido, el subsecretario adjunto de Estado George Kent, el ex socio comercial de Hunter Biden, un reportero de la Casa Blanca de ABC, Good Morning America, ABC, el Washington Post, el New York Times, fuerzas del orden ucranianas y el Departamento de Estado de Obama” tal como lo expresara Pam Bondi (defensora legal de Trump en el Senado).
Todo está documentado, grabado y al alcance de la mano de cualquiera. La pregunta de Trump al presidente Ucraniano no fue un delito, fue una obligación frente ante un escandaloso conflicto de intereses de Joe Biden que pone en duda el verdadero interés y destino de los millones de dólares que los contribuyentes americanos que la administración Obama envió a Ucrania.
De todos modos y, a pesar del gran circo que montaron los demócratas, el impeachment avanzó. La mayoría conseguida en la Cámara Baja como consecuencia de las mentiras de la colusión rusa con la familia Trump, permitió dar lugar a un juicio político sin delito.
Finalmente, luego de un show mediático de meses y del stand-up demócrata en la Cámara Baja, los Senadores republicanos (con excepción del moralista Mitt Romney) absolvieron al Presidente Trump de los dos cargos que usaron como excusa para el juicio político.
Si bien se esperaba que Trump fuera absuelto, el efecto de control que los demócratas buscaron sobre el Senado no fue logrado y, lo que fue peor para ellos, no pudieron desgastar al Presidente Trump. Por el contrario, el querer ir contra las instituciones, el querer denigrar los usos y costumbres y esa búsqueda incesante por quebrar el sistema que protege la inalienabilidad de los derechos, los terminó quebrando a ellos.
Un día antes, con una imagen en caída de quién hace muy poco fuera una líder indiscutida y respetada dentro de la elite demócrata, Nancy Pelosi rompía en un acto premeditado el documento que llevaba impreso el discurso del Estado de la Unión, dónde no solo se enumeraba el indiscutible progreso de estos últimos tres años, sino dónde se rindió homenaje a héroes americanos.
Cuando los Padres Fundadores pensaron y diseñaron el sistema que hoy rige en Estados Unidos contemplaron como objetivo fundamental evitar que facciones organizadas (incluso actuando dentro de las instituciones) pudieran romper el sistema.
Una vez más, ha quedado demostrado que el sistema americano sigue siendo excepcional y que las facciones de izquierda que triunfan en Europa, Latinoamérica y en el resto del mundo, en Estados Unidos no pueden avanzar porque sus Padres Fundadores legaron una República Federal que se sigue sosteniendo no solo por la perfección de su estructura sino principalmente por las bases éticas de una ciudadanía de avanzada que sigue siendo excepcional y el reaseguro de la libertad no solo propia sino del mundo entero.
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