‘Joker’: una interpretación szasziana
(Aviso: spoilers)
A pesar de su recepción muy positiva entre público y crítica -incluyendo una ovación ensordecedora de 8 minutos en su estreno en el Venice Film Festival- la película Joker, dirigida por Todd Phillips, no ha carecido de detractores. Varios comentaristas y críticos, predominantemente provenientes del mundo angloparlante, han calificado la película como peligrosa, irresponsable o insensible hacia la gente que padece enfermedades mentales. Tales desaprobaciones dejan en evidencia la ubicuidad y centralidad del concepto de la enfermedad mental en sí en nuestra sociedad y, por consiguiente, el corolario de que las enfermedades mentales deben ser categorizadas y tratadas como cualquier otra enfermedad. Nadie parece cuestionar este dogma actual o tan siquiera plantear la posibilidad de que lo que llamamos “enfermedad mental” es más bien un fenómeno sociopolítico, jurídico, económico y espiritual que se encuentra fuera del campo de la medicina.
El polémico psiquiatra libertario húngaro-estadounidense Thomas Szasz (1920-2012) desafió abiertamente este concepto con la publicación de su libro El mito de la enfermedad mental en 1961. La tesis principal de Szasz es que el término “enfermedad mental” es una metáfora, puesto que las enfermedades son sensu strictissimo lesiones físicas del cuerpo humano, ya sean de sus órganos, sus tejidos o sus células. Dichas lesiones se pueden medir con pruebas científicas objetivas. No obstante, cuando nos referimos a “la mente” o a “lo mental” estamos refiriéndonos a conceptos abstractos e inmateriales, los cuales, por definición, están fuera del campo de las ciencias físicas. Por ejemplo, se puede comprar o vender una casa pero no se puede comprar o vender un hogar, salvo en términos metafóricos. Por analogía, un cerebro es un órgano que puede enfermar -e.g. de Parkinson´s, epilepsia, neurosífilis, etc.-, pero una mente no. Cuando usamos el término “enfermedad mental” en realidad nos estamos refiriendo o bien a “problemas vitales” y “conflictos internos y externos”, que todo ser humano conoce demasiado bien, o bien a “preferencias y conductas extremas y desaprobadas socialmente”.
Mi interpretación de Joker es szasziana, pues interpreto los actos del protagonista epónimo como conductas adaptativas e inteligibles cuando tenemos en cuenta la horripilante tragedia que es su historia vital así como su entorno socioeconómico. En cuanto reducimos el personaje del Joker a una serie de sinapsis neuronales y de reacciones químicas lo deshumanizamos.
La película comienza presentándonos a Arthur Fleck, un hombre solitario y paupérrimo de mediana edad que vive en un cuchitril con su madre mayor. La ciudad de Gotham de esta película podría ser perfectamente la Nueva York de los años 70 de obras de Scorcese como Taxi Driver o Mean Streets. Fleck se encuentra estancado en sesiones terapéuticas obligatorias con una trabajadora social. Tanto la “terapeuta” como el “paciente” entienden que el propósito real de esta farsa es proporcionarle a Arthur las recetas para sus siete “medicamentos” psiquiátricos cuya función es aturdirle ante su dura realidad. Su madre está constantemente enviando cartas a Thomas Wayne, CEO de Wayne Industries y su anterior empleador, 30 años antes del comienzo del film. Ella cree firmemente que él se acordará de ella y que proporcionará los medios necesarios para sacarlos a ella y a Arthur de la penuria. A lo largo de la película Arthur experimenta brotes periódicos de risa involuntaria, una condición llamada “el efecto pseudobulbar”. Posteriormente volveremos a este punto.
El aprieto existencial en el que Arthur se encuentra se exacerba con el tiempo. Su jefe lo despide por culpa de uno de sus compañeros de trabajo que le “presta” un revólver para su “protección”. En uno de los momentos más catárticos de la película, Arthur es agredido por tres jóvenes trabajadores financieros en el metro durante uno de sus ataques de risa. Una vez que es empujado al límite, Arthur saca el revólver y liquida a sus asaltantes. Aunque no ha sido la intención de Arthur, este acto asesino sirve como catalizador para un nuevo movimiento social sediento de sangre cuyo eslogan es “eat the rich”.
En otro momento clave de la película, Arthur abre de manera subrepticia una de las cartas que su madre había escrito a Thomas Wayne. En ella, Arthur descubre que según su madre él es en realidad el hijo ilegítimo de Wayne, fruto de un amorío entre Thomas y su madre cuando esta aún era empleada suya. Cuando Arthur se enfrenta a Wayne directamente durante una gala benéfica de Wayne Industries, Wayne le explica que su madre perdió su trabajo y fue confinada al asilo psiquiátrico de Arkham debido a su inestabilidad psicológica. Para más inri, Wayne afirma que Arthur es en realidad adoptado. Arthur se niega a creerlo, pero viaja hasta Arkham y se hace con el archivo del caso de su madre y descubre que no sólo es verdad todo lo que le había contado Thomas Wayne, sino que además su madre permitía que uno de sus exnovios violentos abusase de Arthur cuando era pequeño, y debido a dicho trauma Arthur desarrolló su risa incontrolable.
En este momento crucial del film vemos a Arthur empezar a transformarse en Joker, la emblemática encarnación del mal caótico. Sofoca a su madre en su habitación del hospital. Asesina a sangre fría a su excompañero de trabajo que le prestó el arma de fuego. En la televisión nacional, le vuela los sesos a un famoso comediante prepotente que lo invitó al programa solo para humillarlo en público. En una de las últimas escenas de la película, vemos a Arthur posando triunfantemente en lo alto de un coche de policía en llamas delante de decenas de miles de admiradores devotos mientras se pinta una sonrisa malévola con su propia sangre: Arthur Fleck ha muerto, ha nacido el Joker.
Desde mi punto de vista, los actos de Arthur Fleck eran totalmente voluntarios e instrumentalmente racionales. De hecho, el director nos hace ver cómo las percepciones de Arthur empiezan a agudizarse más en cuanto se le corta el acceso a sus “medicamentos”.
¿Podría ser que Arthur padeciera una enfermedad que la ciencia aún no ha identificado que haya anulado su total libre albedrío y que le haya obligado a asesinar a su antojo? Es una explicación innecesariamente compleja: la tragedia humana y el conflicto humano sirven para elucidar los motivos de Arthur. Si reflexionamos un poco sobre esto, las conductas de Arthur tienen sentido, al menos para él. ¿Por qué Arthur mata a los jóvenes en el metro? Porque lo humillaron y lo asaltaron. ¿Por qué Arthur mata a su madre? Por venganza, por odio, por traición. ¿Por qué Arthur mata al comediante Murray Franklin? Lo dice él mismo explícitamente: “tú sólo querías burlarte de mí, igual que los demás”.
El espectador observador notará el cuidado y el cálculo con los que actúa Arthur a lo largo de la película. Muestra mucha inteligencia y planificación para acercarse a Thomas Wayne, para esquivar a la policía en el metro y para matar a Murray Franklin, por ejemplo. Cuando se nos revela que su noviazgo con su vecina Sophie era un “delirio” en su imaginación, notamos que la presencia imaginaria de Sophie no interfiere con la instrumentalidad de los actos de Arthur. Al fin y al cabo un delirio es un término psiquiátrico para referirse a una creencia falsa. ¿Pero quién no tiene o no ha tenido creencias falsas reconfortantes en algún momento de su vida? En todo caso, entendemos perfectamente por qué Arthur se querría imaginar tener una novia. Tampoco tenemos por qué justificar o eximir los actos de Arthur para entender por qué él prefiere ser un líder de un movimiento vengativo y sangriento de los de abajo contra los de arriba en vez de un pobre perdedor solitario y desconocido.
Es revelador que el propio actor que interpreta el papel de Arthur Fleck, Joaquin Phoenix, rechace la etiqueta de enfermo mental para su personaje. En una entrevista con el diario Abc Phoenix declara:
Personalmente, no veo a Arthur como un enfermo mental sino como un narcisista. En su cabeza existe una idea de su lugar en el mundo y hace lo posible por alcanzarla[1]
Considero que la grandeza de Joker es cómo Phillips y Phoenix hacen que el espectador entienda por qué el villano se comporta como se comporta, y de una manera bella, espectacular, dramática, catártica e incómoda a la vez que seductora. Creo firmemente que son las grandes obras de arte, y no el reduccionismo cientificista, lo que realmente nos ayuda a entender lo que al principio parece ser no entendible. Recordemos, pues, una cita inolvidable del mejor guionista de la historia: “Aunque todo es locura, no deja de observar método en lo que dice.”[2]
[1] https://www.abc.es/play/cine/noticias/abci-joaquin-phoenix-sombra-joker-heath-ledger-comia-socializaba-nadie-201910040306_noticia.html
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