Desigualdad de ingresos no significa pobreza
Durante años he publicado columnas sobre desigualdad, entre ellas: “Huyendo de la igualdad”, “Injusticia redistributiva”, “Los ricos no existen”, y otras reproducidas en mi libro “Reflexiones sobre la Libertad”. Invariablemente, este tema crea la correspondencia con más odio que recibo. Determinado, trataré nuevamente, motivado esta vez por el excelente análisis de Steven Pinker en su último libro Ilustración Ahora.
Comencemos definiendo los términos, como demandaba Voltaire. Defiendo solamente la desigualdad resultante de creación legítima de bienes y servicios. Es importante cómo surge la desigualdad. Ganancias resultantes de privilegios gubernamentales, prácticas comerciales injustas, deshonestidad, corrupción, favoritismo, etc. son ilícitas y deben perseguirse vigorosamente. No me ofende la desigualdad como tal, sino la que surge de ingresos ilícitos.
Tomaré un ejemplo ofrecido por Pinker. J.K. Rowling es la novelista británica que creó las series de Harry Potter que vendió más de 400 millones de copias. En su historia “de harapos a la riqueza”, Rowling fue de vivir de beneficios del Estado a ser el primer autor billonario. Es una de las personas más ricas del mundo y ha donado mucha de su fortuna a obras caritativas.
Como aficionados, hemos traspasado voluntariamente a Rowling una parte de nuestro capital por el placer de leer sus libros o ver las películas de Harry Potter. La hicimos muy rica y así incrementamos la desigualdad, pero esto no ha empobrecido a nadie. Lo mismo puede decirse de los productos creados por Microsoft de Bill Gates, Apple de Steve Jobs, y muchos otros que han mejorado nuestras vidas y les hemos agradecido financieramente.
La riqueza no es, como en la repetida analogía, un pastel de tamaño fijo que hay que repartir forzosamente para alcanzar alguna igualdad artificial. La riqueza global, medida por crecimiento económico, es un pastel siempre creciendo y ofreciendo mayores pedazos para cada uno. Aunque, de acuerdo, los pedazos no serán necesariamente del mismo tamaño para todos.
Y aquí está la paradoja. Como destaca Pinker, la vida “debe haber comenzado en un estado de igualdad original, porque cuando no hay riqueza todo el mundo comparte pedazos iguales de nada”. Es solamente cuando se comienza a crear riqueza que algunos terminarán con más que otros. Cuando una sociedad comienza a crear significativas oportunidades para la riqueza, algunos indudablemente tomarán mayores ventajas de esas oportunidades.
“Sea por suerte, habilidades o esfuerzo”, las ganancias serán desproporcionadas. Ausente algún esquema artificial de redistribución de ingresos, la desigualdad “absoluta” es matemáticamente necesaria. Pongo “absoluta” entre comillas para distinguirla de la “relativa” desigualdad. Desigualdad absoluta es la diferencia entre los más ricos y los más pobres. Cuando los países se enriquecen, algunos individuos se enriquecen más que otros, pero todos estarán relativamente mejor. Lo relevante es cuánto ingresamos o consumimos, no lo que está arriba o abajo que clasificamos comparados con otros.
La desigualdad de ingresos es notoriamente difícil de medir. Una de las mejores herramientas de medirla es el coeficiente Gini en varias versiones. El índice Gini trabaja más o menos así: un coeficiente Gini de 0 significa igualdad perfecta, por ejemplo, si todo el mundo tiene el mismo ingreso. Un coeficiente de 1 significa que una persona recibe todo el ingreso, desigualdad perfecta. En la práctica, los valores Gini se mueven en un rango entre 0.25 para los países más igualitarios hasta 0.70 para aquellos con una distribución elevadamente desigual. Las naciones pobres africanas muestran gran desigualdad, mientras las ricas naciones escandinavas son más igualitarias.
Las medidas se complican cuando consideramos transferencias sociales como cupones de alimentos y otras asistencias para familias necesitadas. A finales de los 2000 el coeficiente Gini en EEUU antes de transferencias sociales era 0.486; después de las transferencias descendía a 0.378. Más interesante aún, si medimos el coeficiente Gini por lo que consumimos más que por el ingreso, el incremento de desigualdad reportado recientemente desaparece completamente.
El coeficiente Gini muestra que la desigualdad en el mundo declina, pero cometemos un error analítico y moral cuando nos enfocamos estrechamente en la desigualdad de ingresos. Lo realmente importante es qué tan bien están las personas, no su posición con relación a otras personas.
El ultimo libro del autor es “Reflexiones sobre la Libertad”.
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
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