¿Otra constitución?
La historia de Latinoamérica es la historia de intentos frustrados de realizar cambios políticos deliberados y, luego de tantos fracasos, insistimos en volver a ensayarlos.
El abogado peruano Enrique Ghersi explica que el primero de estos experimentos fallidos sería aquel de los Borbones cuando llegaron al trono del imperio español. Los Borbones, que sucedieron a los Austrias, “trataron de introducir orden en el aparentemente caótico sistema administrativo de sus antecesores” y “pretendieron imponerle un diseño elaborado deliberadamente, fuertemente influido por el racionalismo cartesiano”, que suprimió la autonomía económica efectiva que las provincias de ultramar del imperio español habían logrado.
Podría decirse que fueron las reformas borbónicas (segunda mitad de los 1700) las que provocaron los movimientos de independencia de principios de los 1800. Nuestros próceres hablaban de recuperar el autogobierno citando el derecho castellano y la historia de España. Como ejemplo contemporáneo, admiraban la república liberal de EE.UU.
Pero, con contadas excepciones, estaban contagiados del constructivismo de los Borbones y pretendieron implementar profundos cambios políticos y económicos de manera deliberada. La euforia constitucionalista que se da en las Américas a principios de los 1800 se nos presenta con decenas de textos constitucionales de inspiración liberal.
Pero pareciera que al intentar hacerlo todo de un solo golpe y no de forma gradual y consensuada, se impusieron cartas que reflejaban el programa de gobierno de determinados grupos en el poder. Ghersi dice que “las constituciones latinoamericanas no son un límite al poder, sino su reflejo”. Por esta razón, en muchas partes de la región, no se ha desarrollado un Estado de derecho sólido.
Los avances que se han dado, porque sí que los ha habido, han ocurrido de manera casi accidental y de forma evolutiva, no como resultado de un esfuerzo de cambio deliberado. Un ejemplo de esto es quizás la reforma más profunda que se ha realizado en el Ecuador durante los últimos 100 años: la dolarización. Esta reflejó la preferencia revelada de la gente, no las de una élite en el poder. Surgió de abajo y no requirió de una constitución nueva, de hecho la Constitución vigente decía que la unidad monetaria era el sucre.
Por eso resulta más conveniente y eficaz luchar por reformas puntuales como la descentralización de funciones (como la tributaria) y servicios públicos, la propiedad de los recursos del subsuelo, la flexibilización laboral y la eliminación del monopolio de la seguridad social, por mencionar solo algunas, que pretender imponer un nuevo programa de gobierno a través de una asamblea constituyente.
¿Que la Constitución actual es una camisa de fuerza? Solo si es que tuviéramos la costumbre de respetar las cartas políticas, cosa que nunca hemos tenido. Si al menos lográsemos una de esas reformas –acomodándose la Constitución actual o haciéndose de la vista gorda las autoridades de control constitucional– habríamos logrado ya un Ecuador de personas más libres y prósperas, así no hayamos resuelto todos los problemas.
La probabilidad de que de una nueva aventura salga una constitución liberal que limite el poder del Estado es igual de baja que en 2006.
Los cambios profundos y duraderos surgen de las costumbres y hábitos de la gente. Aquellos que contradicen esto terminan siendo letra muerta.
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