Sí, pero ¿qué es el centro?
ABC, Madrid
Como en otros países en tiempos poselectorales, en España se discute acerca del «centro», noción infinitamente más gaseosa –incluso misteriosa– de lo que parece. Lo cual me lleva a preguntarme si es cierto que las elecciones se ganan por el centro o si a esa afirmación le falta algo.
Un vistazo a distintos países y distintos momentos nos depara una constatación curiosa: el centro se mueve constantemente. En el Reino Unido de los noventa, proponer la nacionalización de empresas era de un extremismo escandaloso y preservar el legado de Thatcher, como hizo Blair en buena parte, era lo centrista, es decir, lo moderado. Década y media antes, proponer su privatización era, para los comisarios del centrismo, lindar con el fascismo. En los ochenta, dar la batalla contra el burocratismo de Europa desde la lealtad al proyecto europeo, como lo proponía Thatcher, era ser extremista de derechas. Un poco después, eso mismo se volvió casi un postulado de izquierdas, pues el euroescepticismo pretendía abiertamente el Brexit, que acabaría llegando años después. La normalidad, el centro, se había corrido a la derecha.
En buena parte de la América Latina de los ochenta, proponer la apertura comercial era estar en la extrema derecha («desarme arancelario», le llamaban); años después, en una región que se había abierto al mundo, proponer el proteccionismo era lo extremista (por tanto, una bandera del socialismo del siglo XXI) y la moderación centrista estaba en mantener o ampliar esa apertura.
En la España de hoy, donde la presión fiscal bordea un alto 35 por ciento, proponer una bajada importante de impuestos se considera reaccionario en amplios sectores del mundo político y mediático, pero en Irlanda, donde es doce puntos porcentuales más baja, el centrismo no está en mantener una alta presión tributaria o aumentarla, sino en preservar el bajo nivel de impuestos, especialmente el de sociedades, que tanto escandaliza a otros europeos que no saben competir con la patria de Joyce.
Cuando Macron llegó al poder, reducir el intervencionismo estatal, como había propuesto, parecía lo centrista (Macron era entonces el símbolo del centrismo en Europa). Hoy día, el activismo callejero ha corrido la normalidad hacia la izquierda y el propio Macron aumenta impuestos (compensando los que ha bajado) para no ser crucificado como extremista. Al socialista Felipe González lo moderado le parece llevar a Venezuela hacia la democracia acabando con la dictadura, y al socialista Rodríguez Zapatero lo moderado le parece acabar con la oposición venezolana. Al socialista Borrell lo moderado le parece hospedar a Leopoldo López a condición de que no critique a Maduro.
La conclusión quema los ojos: el centro está donde una masa crítica de ciudadanos quiera que esté. No existe como noción objetiva y permanente. ¿De qué depende el lugar donde ese consenso se sitúa? De muchos factores, no todos identificables o mensurables; pero uno de ellos sí sobresale: el liderazgo intelectual y político.
Los líderes cumplen un papel clave –aun si no son el único factor– en la percepción que tienen los ciudadanos del centro. Por ello, los líderes tienen dos opciones frente al consenso: abrazarlo o modificarlo. Los países que mejor van –y donde la sociedad es más abierta y libre– no han llegado allí porque, bajo la premisa de que las elecciones se ganan por el centro, han sido muñecos de ventrílocuo del statu quo, sino porque, gracias a la persuasión y los resultados, han llevado el consenso a un lugar donde se ha vuelto centrista aquello que parecía extremo. Convendría que los líderes españoles que hoy debaten intensamente acerca del centro político lo recuerden.
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