Macri y Temer quieren evitar el muro
an Restrepo, uno de los funcionarios más relevantes que tuvo Barack Obama, suele repetir en sus conferencias lo que considera un número mágico en la historia de los Estados Unidos: 14%. Cada vez que una colectividad o etnia llega a esa proporción en el total de la población, dice Restrepo, crece en ese país lo que los especialistas llaman "nativismo". Es decir, orgullo de ser norteamericano y reparos ante una posibilidad difícil de constatar en los hechos: que los no nativos saturen el mercado laboral. Pasó siempre. Entre finales del siglo XIX y principios del XX con los alemanes, por ejemplo, que llegaron en 1910 a ser un 18%. Esta visión explicaría que la minoría atemorizante sean ahora los hispanos, que alcanzaron el año pasado el récord, 17%, según un informe de Pew Researcher.
No hace falta escarbar demasiado para encontrar allí los cimientos ideológicos del éxito de Donald Trump. Y de su proyecto de muro, y que lo llevó el martes a pelearse públicamente con el demócrata Jerry Brown, gobernador del Estado de California. Por el permanente intercambio a que están expuestos, los estados fronterizos son en general más propensos a la apertura. Es cierto que, al menos desde el punto de vista económico, la supuesta amenaza inmigrante tiene por ahora en Estados Unidos solo sustento virtual: el desempleo no supera allí el 4% y las razones del deterioro laboral relativo de la población blanca obedecen más a la tecnología y a los costos que a los recién llegados. El problema no es tanto el latino como los robots: aunque fuera obligada a instalar todas sus plantas en Pittsburgh o Detroit, Apple seguramente haría parte del trabajo con máquinas. Restrepo atribuye esta desconfianza a las redes sociales y a la evolución de las comunicaciones. Dice que su madre española, que vivió la guerra, nunca ha estado tan asustada por los peligros del mundo como en estos tiempos. "¿No viste lo que pasó en Niza", dice que le cuenta por teléfono.
En realidad es un acto reflejo universal. El hispano representa en Estados Unidos lo que el musulmán en Europa. En ese continente, por ejemplo, el rechazo a lo extranjero no ha engendrado todavía un Trump, pero sí electorados quejosos y gobiernos débiles como el de Angela Merkel. Estos humores suelen ser caldos de cultivo para el discurso proteccionista, y el principal muro que deberán saltar Mauricio Macri y Michel Temer si pretenden lograr, como se proponen, el acuerdo Unión Europea-Mercosur. Para dos jefes de Estado de países históricamente corporativos supone un desafío y, al mismo tiempo, un atajo: la gran oportunidad de que tanto el sector privado como la administración pública se adecuen a estándares internacionales y que, como consecuencia, la Argentina y Brasil crezcan en competitividad. "Ustedes respondieron", les dijo el presidente argentino esta semana en San Nicolás a los productores agropecuarios, en obvia alusión sus recientes diferencias con la Unión Industrial Argentina.
Quienes trabajan en un entendimiento entre los dos bloques son optimistas. Afirman que, al menos en los términos de una declaración política a la que después habría que darle contenido técnico, la meta no está tan lejos. En la Federación de Industriales de San Pablo (Fiesp) trataron el tema esta semana. La conclusión fue que, en todo caso, la única posibilidad de que la discusión prosperara sería que se planteara antes de la campaña presidencial, que arranca el mes próximo con la presentación de no menos de 15 candidatos. Si quiere el acuerdo, Temer no puede darse el lujo de que se politice. Para la UIA será también un desafío, porque tiene mucha resistencia interna y ha quedado muy expuesta después de los desencuentros con Macri.
Las conversaciones avanzan sin excesos. Jorge Faurie, canciller argentino, volvió hace dos viernes de Asunción entusiasmado con los resultados de una reunión al respecto y estuvo esta semana en San Pablo con empresarios y el ministro de Hacienda local, Henrique Meirelles. Es cierto que estos asuntos se plantean en un contexto global distinto al de los últimos veinte años. A ese cambio de paradigma ha contribuido la demanda de Asia, un nuevo destino alternativo. ¿Qué sentido tendría para los frigoríficos sudamericanos, se preguntan los partidarios del acuerdo, empecinarse en que Francia aceptara el 100% de las cuotas que pretenden exportar si, mientras tanto, parte de esa producción podría ir a China, India, Vietnam o Japón? Como contrapartida, agregan, el intercambio con europeos los obligaría a niveles de calidad que los volvería más atractivos en otros mercados.
En Brasil, el principal reparo es que las importaciones se hagan cumpliendo lo que se conoce como "normas de origen". Traducido: que no se considere, por ejemplo, como porcentaje de fabricación europea lo que en realidad es componente asiático. El proteccionismo se esconde en los detalles. La otra duda está en lo que queda de esa patria contratista: la Unión Europea tiene proyectados 50.000 millones de euros para incentivar constructoras dispuestas a participar en licitaciones por el mundo. En ese caso, los partidarios de Lula podrán reavivar un viejo argumento: el Lava Jato fue un invento de potencias extranjeras.
Un pacto con Europa podría hacerle olvidar a Macri el mal trago de los aranceles de Trump para el acero y el aluminio. Solo sumando a la Unión Europea como socio, la Argentina, el tercer país más cerrado del mundo, solo superado por Sudán y Nigeria según un trabajo que acaba de publicar el economista Dante Sica, elevaría de 9 a 30% del PBI sus acuerdos comerciales.
Desde esa posición podría negociar con Estados Unidos con mayor holgura. Esos gravámenes, que perjudican a Aluar y a Techint, no se interpretan en el contexto global más que como señales de la Casa Blanca para sentarse a negociar con China, el verdadero desvelo republicano. Esta presunción excede la vieja cosmovisión fabril. En parte porque las decisiones económicas de Trump están subordinadas a una estrategia geopolítica. Diez de los 15 sectores que Xi Jinping pretende apuntalar con su plan 2015-2025 pertenecen al ámbito de las nuevas tecnologías. Trump evitó esta semana que Broadcom, fabricante de procesadores con sede en Singapur, comprara su competidora Qualcomm en 117.000 millones de dólares. Vetó la operación con el argumento de que representaba una amenaza para la seguridad nacional, algo que los analistas corroboran con mayores detalles: teme la presencia oculta de conexiones chinas. En ese mundo inminente, obsesionado por la propiedad intelectual y la presencia de espías, los aranceles tendrán una importancia acotada y simbólica: apenas la de un muro frente a la embestida de un fantasma.
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