Algo más que fútbol…
El fichaje de Neymar Jr., el deslumbrante futbolista brasileño, por el Paris Saint-Germain (PSG), por 222 millones de euros, ha trastornado el mercado deportivo. Las implicaciones desbordan el terreno deportivo y tocan el de la economía global y la diplomacia internacional.
Desde hace ya algunos años, grandes fortunas empresariales han aterrizado en el fútbol europeo haciéndose con la propiedad total o parcial de equipos importantes. Entre estas fortunas, hay algunas que vienen de economías “emergentes”, las que han irrumpido en el mapa de la globalización para pedir un asiento en la mesa de los que cuentan, y otras de potencias políticas que aspiran a hacerse fuertes a escala regional. Ejemplo de las primeras son Roman Abramovich, el ruso que compró el Chelsea FC, o el chino Wang Jianlin, del grupo Wanda, que adquirió el 20% del Atlético de Madrid. Ejemplo de las segundas son Mansour Bin Zayed, jeque de Abu Dhabi, o Nasser Al-Khelaifi, el ex deportista y empresario de Qatar que representa al fondo soberano de su país jefaturado directamente por el emir qatarí Abdullah Al-Thani.
No es novedad que las grandes fortunas se interesen por el fútbol: el italiano Silvio Berlusconi fue dueño del Milan AC y François-Henri Pinaut es propietario del Stade Rennais. Pero son fortunas locales; lo trastornador es que las economías y las diplomacias emergentes se inserten con tanto poder en el fútbol con afanes que van de la búsqueda de rentabilidad hasta el prestigio social y el “poder blando”, según la famosa expresión del intelectual estadounidense Joseph Nye, que hizo la distinción entre “poder duro” (el militar) y el otro, el de la influencia cultural, en la capacidad norteamericana de influir en el mundo.
Hasta ahora, el fichaje más caro era el de Paul Pogba a manos del Manchester United por un total de 120 millones de euros, seguido de Gareth Bale y Cristiano Ronaldo, por los que el Real Madrid pagó en su día 101 y 94 millones respectivamente. Ahora, Neymar ha roto las barreras con un monto que sólo tiene sentido si uno toma en cuenta factores múltiples, incluyendo el impacto comercial que para un equipo como el PSG puede representar ganar la Champions League con un jugador de esas características. Comprar a Neymar no es tanto contratar a un empleado como asociarse con una marca mundial.
El impacto en el deporte y en el mercado futbolístico es considerable: el Barcelona FC, uno de los grandes equipos de la historia, se ha visto incapaz de retener a su segunda gran figura y renunciar a todo un proyecto de futuro, que pasaba por Neymar como relevo del argentino Lionel Messi, mayor que él. Para reemplazarlo, el Barça está teniendo dificultades, dado lo mucho que el precio de Neymar ha elevado las expectativas de todos los equipos a las que se les hacen ofertas por sus jugadores, síntoma de cuánto ha revolucionado esta operación el mercado futbolístico. Además, la irrupción del PSG, antes considerado de segundo nivel, como competidor de las vacas sagradas del fútbol mundial, sugiere la posibilidad de que las jerarquías históricas se vean alteradas y los peces chicos o medianos se coman a los grandes a corto plazo.
Ya es de por sí representativo del mundo globalizado de hoy el que grandes fortunas emergentes quieran codearse, a través del deporte, con sus pares europeos. Pero es aun más significativo como fenómeno contemporáneo el que pequeños países árabes a los que la geopolítica daba poca importancia hasta hace poco consideren al fútbol como un vehículo de respetabilidad internacional, influencia diplomática y, en suma, “poder blando” a través del cual jugar un rol entre los grandes.
Es el caso de Qatar, propietario, a través de su vehículo de inversión Qatar Investment Authority, del PSG francés. Este pequeño reino árabe del Golfo Pérsico era, hasta hace unos años, ninguneado por completo porque en esa zona del mundo sólo había un referente: Arabia Saudita. Los pequeños reinos árabes eran considerados satélites de Riad o instrumentos dóciles de los designios geopolíticos de las potencias. De allí que Qatar sea, desde hace unos años, sede de la principal base militar estadounidense de la zona.
Pero la combinación de dos factores -los ingresos originados en el petróleo y el gas natural así como la multiplicación de las oportunidades de expansión económica ofrecidas por la globalización- crearon la oportunidad de modificar el “estatus” internacional de estos pequeños reinos. Desde luego, no era suficiente esta combinación. Hacía falta también una visión. Es evidente que, de todos los países pequeños que han entendido que la globalización y el dinero del petróleo les permitían aumentar su tamaño internacional, Qatar, hoy dueño de Neymar, es el que más visión ha tenido.
Cuando el reino qatarí estableció en 2005 su holding soberano, el Qatar Investment Authority, las intenciones eran más económicas que políticas. Como muchos otros países con recursos fiscales abundantes provenientes de los hidrocarburos, Qatar quería invertir el dinero en el exterior para obtener rentabilidad. El fondo soberano permitiría, si las inversiones eran apropiadas, diversificar una economía demasiado dependiente de los hidrocarburos. De allí que se propusieran invertir en muchas áreas, desde los bienes raíces y el transporte aéreo hasta la industria farmacéutica o la energía nuclear, en Estados Unidos, Europa, China o Rusia. El fondo fue creciendo (hoy gestiona algo menos de 350 mil millones de dólares en activos) y con él, la visión de los responsables, la familia Al-Thani, que gravita sobre el territorio qatarí desde hace siglo y medio.
Ellos entendieron bien que tener participación, mayoritaria o minoritaria, en símbolos estadounidenses como el Empire State Building o alemanes como la Volkswagen, o franceses como Areva, le daba a Qatar algo más que dividendos: proyección internacional, influencia y prestigio. A los objetivos económicos se sumaron, pues, objetivos relacionados con el “poder blando”.
El deporte, que atrae multitudes y se imbrica con la política local, era un área natural para la estrategia del “poder blando”. De allí que Doha (capital de Qatar) colocara en los hombros de Nasser Al-Khelaifi, un ex tenista prestigioso vinculado a las autoridades qataríes, la responsabilidad de pilotar la estrategia de penetración en el fútbol europeo. Eso es lo que ha hecho Al-Khelaifi desde que adquirió en 2011 el 70% del club parisino (más tarde completó el resto).
Desde 2011, el PSG es el club que más dinero ha invertido en fichajes después del Manchester City (seguido de cerca por el Manchester United y el Chelsea). Se calcula en total unos 941 millones, a los que pronto habrá que sumar algunos más porque el PSG negocia en este momento la contratación de más estrellas (la más cara es Kylian Mbappé, el joven de 18 años que es la sensación de Europa y pertenece al Mónaco FC). Todo ello en pos de títulos que conviertan al equipo parisino no sólo en ganador de la Ligue 1, el campeonato francés que ha ganado cuatro veces desde 2011, sino del torneo que más importa, la Champions. Así habrá logrado el PSG ganar para el reino de Qatar y el emir Al-Thani el “poder blando” con que sueña Doha.
Esta proyección internacional ha traído consecuencias en el Golfo Pérsico. Para Riad, la potencia regional y el interlocutor privilegiado de Washington y Europa en la zona, la idea de que un pequeño reino vecino de 2,5 millones de personas adquiera personalidad propia y de que sus ínfulas de autonomía diplomática estén respaldadas por una estrategia mundial de “poder blando” es intolerable. El conflicto estaba desde hace rato en el aire.
Qatar no sólo no hizo nada para evitarlo, sino que salió a buscarlo frontalmente. Por eso la televisión que fundó el reino qatarí, Al-Jazeera, jugó un papel tan importante y desestabilizador para las monarquías árabes durante la Primavera Árabe, cuando informó con mucha independencia crítica acerca de los regímenes dictatoriales contra los cuales irrumpieron las revoluciones, casi todas fracasadas a la larga, que conocemos.
Nada es blanco o negro en el mundo árabe, de manera que no era el de Al-Jazeera un posicionamiento democrático contra las dictaduras árabes. Después de todo, Qatar es un reino con una monarquía absoluta que maneja verticalmente el poder ni más ni menos que de varios de los gobiernos contra los cuales informó y opinó Al-Jazeera. Sin embargo, las circunstancias colocaron a Al-Jazeera, y por tanto a su dueño, el régimen de Qatar, en alianza con los sectores democráticos y liberales de las revoluciones de la Primavera Árabe. Esos sectores, hoy lo sabemos, eran minoritarios, porque el grueso de las revoluciones tenía que ver con sectores fundamentalistas islámicos, muy concretamente con los Hermanos Musulmanes y sus aliados, que estaban enfrentados a las monarquías árabes (y a los que Al-Jazeera ha dado mucha cabida).
La confrontación entre Qatar y Arabia Saudita (y sus aliados del Golfo) llevó a Doha a tender puentes y afianzar relaciones con otros países para protegerse. Eso incluye a Estados Unidos, donde está la importante base aérea de Al-Udeid, pero también a Turquía, desde hace tiempo interesado en pisar fuerte en el mundo árabe a través de la conexión islámica, y Teherán, que explota conjuntamente con Doha el mayor yacimiento de gas natural del mundo.
Desde Riad, la percepción es que Qatar se ha aliado con el chiísmo, el gran enemigo, y pretende derrocar a las otras monarquías del Golfo. Arabia Saudita, por tanto, acusa a Qatar de financiar el terrorismo, algo de lo que se hacen eco otros países. Sin embargo, en esto las monarquías del Golfo, empezando por Arabia Saudita, comparten responsabilidad, pues una de las formas en que se han protegido contra movimientos subversivos potenciales es apoyando financiera y políticamente al fundamentalismo. Arabia Saudita es, además, el origen del wahabismo, corriente fundamentalista que se alió con la casa de Saud en el siglo XVIII y desde entonces inspira movimientos fanáticos en el mundo musulmán.
Cuando Arabia Saudita lideró hace pocos meses un boicot de los países del Golfo contra el vecino qatarí, todo parecía indicar que pondría a Doha de rodillas. Sin embargo, Estados Unidos, después de dar un aparente guiño aprobatorio a Riad, tomó una equidistancia, negándose a apoyar el boicot, igual que ocurrió con Europa. De inmediato se alinearon algunos países con Doha, equilibrando la balanza y dejando a Riad, la gran potencia sunita del Golfo, en una situación descolocada.
El conflicto no está resuelto pero el empate da una idea de cuánto éxito ha tenido este pequeño país en su estrategia de posicionamiento internacional. Una estrategia de la que Neymar Jr. es hoy una inesperada e improbable punta de lanza.
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