Ecuador: Repotenciación del intervencionismo
La cuestionada repotenciación de la refinería de Esmeraldas podría servir como un microcosmo de lo que ha ocurrido a nivel nacional. Después de haber gastado $ 2.200 millones en un proyecto que el ministro del ramo dijo en 2007 que solo costaría $ 170 millones, el país se queda con una refinería en mal estado que tiene que realizar paralizaciones no planificadas a un costo de $ 1,4 millones por cada día que no esté en operación. Pareciera que no se repotenció la refinería, sino que más bien se la utilizó como medio para repotenciar el despilfarro y la corrupción.
El candidato Correa prometió “darles correazos” a los corruptos de la vieja partidocracia. Propuso hacerlo concentrando todo el poder en una Asamblea Constituyente de poderes ilimitados para, por supuesto, hacer el bien. Algunos advertimos desde 2006 el peligro del hiperpresidencialismo y que la solución no era hacer un borrón y cuenta nueva, sino reformas que gradualmente vayan distanciando al Ecuador de su pesado legado histórico: estatismo, caudillismo y mercantilismo. Pero muchos más se treparon con entusiasmo en la camioneta del Socialismo del Siglo XXI –que por fortuna nuestra es la versión dolarizada– y terminaron repotenciando ese legado nefasto.
Ahora, luego de haber sometido todas las instituciones del Estado ecuatoriano a un solo partido político, lo que hemos obtenido como resultado ha sido más despilfarro y corrupción, lo cual ha comprometido nuestro crecimiento a mediano y largo plazo.
La refinería de Esmeraldas no es un caso aislado. Hay otros megaproyectos, como la Universidad Yachay en la todavía más faraónica “Ciudad del Conocimiento”; la inexistente Refinería del Pacífico que sigue generando costos –encima de los más de $ 1.500 millones que ya se han gastado en ella–, entre muchísimos otros que ya iremos conociendo poco a poco.
Vale la pena recordar a la izquierda que hoy se opone a los correístas y/o al presidente, que este sistema que ha permitido una corrupción generalizada –en el que figuran hasta las más altas autoridades (supuestamente) de control– lo promovieron cada que hacían llamados a que el Estado (léase: los políticos en el poder) adquiera más poder y recursos. Ahora se los ve sorprendidos de que el ratón que pusieron a cuidar el queso se lo ha estado comiendo.
Si uno se atreve a sugerir un verdadero giro en la tradición estatista del país hacia un modelo en el que prime la división de poderes, en el que nadie esté por encima de la ley, ni siquiera un vicepresidente o un presidente en funciones o fuera de ellas, y en el que haya un mayor grado de libertad económica, entonces ponen el grito en el cielo: ¡neoliberal! Pero habría que preguntarles ¿qué proponen? Haciendo más de lo mismo no se obtendrán resultados distintos, incluso teniendo una bonanza petrolera…
El economista Ludwig von Mises decía: “Por desgracia, los funcionarios y sus dependientes no son angelicales. Pronto advierten que sus decisiones implican para los empresarios considerables pérdidas o, a veces, considerables ganancias. Desde luego, también hay empleados públicos que no aceptan sobornos; pero hay otros que están ansiosos de aprovecharse de cualquier oportunidad ‘segura’ de ‘compartir’ con aquellos que sus decisiones favorecen […]. El intervencionismo engendra siempre corrupción”.
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