Comey y Trump: como el ratón y el gato
Por una vez, es posible que el presidente Donald Trump no agradeció que la atención mundial se centrara en su persona. No obstante, el pasado jueves Washington y toda la nación amanecieron con la fiebre de ver en directo el testimonio del ex director del FBI James Comey.
La comparecencia de Comey ante el Comité de Inteligencia del Senado para responder a preguntas sobre la trama rusa y su presunto vínculo con la campaña electoral del actual presidente tomó un giro inesperado: la posibilidad de que el mandatario haya tenido intención de obstruir la justicia presionándolo, según, Comey, a que dejara a un lado la investigación centrada en Michael Flynn, su ex asesor de seguridad nacional. Presuntas presiones que interpretó como “órdenes” que esquivó, pero que acabaron costándole el puesto.
En la histórica jornada el protagonismo lo acaparó el ex director del FBI, cuyo testimonio –si bien no garantiza el camino del impeachment o la prueba fehaciente de que hubo obstrucción de justicia– es un indicio más de que el inquilino de la Casa Blanca no reúne las condiciones para llevar las riendas del país con un mínimo de integridad y coherencia.
Un día antes de que Comey respondiera ante el panel, el Comité dio a conocer el documento en el que el destituido director del FBI detalla los encuentros y llamadas que sostuvo con el presidente a lo largo de cuatro meses. Lo fascinante de este escrito es que es un reflejo de la psicología de Trump, un hombre dispuesto al acoso pertinaz con tal de lograr sus objetivos; y de todas las preguntas que Comey respondió posteriormente, la más reveladora es la que tiene que ver con lo que lo impulsó a tomar notas de todas sus reuniones y conversaciones con el presidente: le preocupó sobremanera el talante de un interlocutor que, a su juicio, era capaz de mentir sobre la naturaleza de dichos intercambios.
Es evidente que Comey se vio cercado muy pronto, pues no perdió tiempo en elaborar una serie de memorándum, anticipando que llegaría el día en que tendría que vérselas con un presidente que rompe todos los moldes. Cuando comprobó que Trump estaba decidido a establecer con él una relación “inapropiada”, intuyó que sus anotaciones le servirían como testimonio de las irregularidades en las que al parecer incurrió el mandatario, más preocupado por confirmar que no estaba siendo investigado que por conocer a fondo lo que Rusia había hecho para dinamitar el proceso electoral estadounidense.
Hoy el talón de Aquiles de Trump es precisamente lo que en el pasado le proporcionó fortuna y poder: sus modos de empresario implacable que ha manejado sus negocios a su antojo. O lo que él llamaría el “arte de la negociación”, como si dirigir el destino de una nación es equiparable a cerrar un trato para abrir un casino o un hotel.
Acostumbrado a mandar con mano firme, aparentemente Trump creyó que podía doblegar a Comey. De ahí su insistencia en exigirle “lealtad” a un funcionario que sólo le pudo prometer “honestidad”. Tan acosado se sintió, que llegó a desear confundirse con las cortinas de la Casa Blanca con tal de no llamar la atención de quien lo acechaba, seguro de que Comey comprendería su mensaje: o se plegaba a sus supuestas presiones o sus días al frente del FBI estaban contados.
Para alguien con más intereses que principios resulta difícil entender la mente de un funcionario metódico y apegado a las normas como Comey. Con el entrenamiento de un investigador avezado, el ex director del FBI resistió las maniobras de Trump, dirigidas, de acuerdo a su testimonio, a que se apartara de una investigación que lo acerca peligrosamente a la injerencia del Kremlin en los comicios de 2016.
Desde el principio Comey se vio obligado a evadir a Trump para no caer en sus encerronas. Hoy es inevitable recordar el vídeo que salió a relucir en plena campaña electoral cuando todavía aspiraba a ocupar la Casa Blanca: una grabación de 2005 en la que Trump presume frente a otros hombres de que por ser famoso puede agarrar a las mujeres por los genitales porque “te dejan hacerles cualquier cosa”. No hace falta ser mujer para sentirse acosado por el presidente. James Comey puede dar fe de ello.
©FIRMAS PRESS
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