El señor Miyagi, ¿apólogo de la violencia o un explotador de becarios?
Para todos aquellos que disfrutamos de nuestra infancia en los años 80, el término karate está vinculado al señor Miyagi, personaje de ficción de la famosa saga de cine Karate Kid.
En la primera película el anciano japonés tiene que enseñar a defenderse a un adolescente para poner fin a una serie de episodios de bullying que éste padecía, ya que según nos mostraban en la película, los intentos civilizados por resolver la situación no tuvieron éxito.
Lejos de provocar controversia, la trama de la película fue aceptada por el público de la época sin mayor problema. De hecho era de una simpleza deliberada.
Pues al parecer 33 años después de su estreno nos encontramos con un titular que pone de manifiesto que si el señor Miyagi existiera en nuestros tiempos lo iba a pasar muy mal: Denuncian a un gimnasio de Madrid por proponer hacer frente al acoso escolar peleando.
¿Qué ha pasado en estos 33 años para que el héroe de una saga taquillera sea considerado un delincuente por aquellos que disfrutaron viendo la película?
La alt-right contestaría a esta pregunta con el típico discurso sobre la pérdida de valores en Occidente y la imposición de lo políticamente correcto desde las élites imperantes, que desean que los ciudadanos no puedan defenderse por sí mismos.
Lo cierto es que, aunque haya algo de verdad en este razonamiento, se queda bastante lejos de explicar qué está ocurriendo. Vamos a ir algo más allá de la noticia y meditemos sobre el asunto; si la policía municipal investigara al señor Migayi y su entrenamiento de Daniel, ¿dónde pondrían el foco? ¿En la finalidad del mismo (autodefensa) o en que el señor Miyagi se vale de su condición de maestro de karate para obtener un lavado de coches, lijado de suelo y pintura gratis?
Pues con toda la seguridad el segundo delito ganaría con bastante al primero.
La realidad es que a estas alturas del siglo XXI lo de menos es saber si el señor Miyagi es un apólogo de la violencia, un explotador o un malvado inmigrante expandiendo su cultura antioccidental entre nuestra juventud. Lo importante es que cualquier interacción que quiera tener con otro individuo, especialmente si es menor de edad, va a ser sometida al debate público entre las distintas facciones de la sociedad y, por tanto, terminará siendo regulada hasta la náusea por las administraciones públicas.
Y esto nos lleva a situaciones absurdas donde intentar enseñar artes marciales como método de autodefensa a los niños se considera ilegal por propiciar un incorrecto desarrollo de la personalidad de los menores. O que aprender con los mejores cocineros del país dando tu trabajo a cambio sea motivo de polémica e intento de linchamiento social para los cocineros que lo ponen en práctica.
¿Quiero decir con esto que aprender artes marciales me parece la mejor opción para afrontar un acoso escolar? ¿Trabajaría gratis durante meses para aprender del mejor cocinero de mi región?
Pues ni lo sé ni me importa. Si dos personas han acordado hacer algo ellos sabrán lo que hacen. En el caso de menores de edad, se les aplica lo mismo siempre que los padres o tutores participen del acuerdo y sus derechos básicos estén a salvo.
Y sí, ya sé que esta respuesta es muy molesta. Lo valiente sería escoger un bando y defenderlo hasta llegar al absurdo. Sucumbir ante esa tentadora excusa que te reafirma en que esta vez, sólo esta vez, es totalmente necesario dirigir la vida de otras personas por un bien superior.
Que el bien superior a estas alturas sea cosas tan poco importantes como no ingerir mucho azúcar o aceite de palma, no ver bañarse a una señora con un burkini, no sufrir las terroríficas molestias que supone un piso particular utilizado por turistas o que cierto grupo no pueda mostrar su ignorancia sobre la carrocería de un autobús, dudo que haga que el pequeño dictador de andar por casa en el que se ha convertido el ciudadano medio vaya a recapacitar.
Así que más nos valdría empezar a preocuparnos menos por escapar a lo políticamente correcto y empezar a pensar en escapar del mero debate político en general. Da igual que algo lo apoye la mitad más uno o la mitad menos uno, la clave es por qué demonios hay que apoyar cualquiera de las dos posturas. Y lo que es más importante: qué habría que hacer para que la panda de iluminados que quieren guiar nuestras vidas retiren su manto protector de todos aquellos que, imprudentes de nosotros, creemos no necesitarlo.
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