¿Será Trump un inesperado vehículo para expandir la libertad?
La gente suele encasillar a los demás en categorías binarias: bueno-malo, solidario-egoísta, derecha-izquierda, demócrata-autoritario. Posiblemente, eso se deba a pereza intelectual. Es decir, al conocer a alguien enseguida lo colocamos en alguna categoría prestablecida, para así ahorramos el continuo esfuerzo posterior de tener que juzgar cada una de sus acciones en forma independiente. De ahí en adelante, cuanto ese sujeto haga será analizado en función de la “etiqueta” que le hemos endosado.
Pero las cosas no son tan sencillas. El hombre es un ser complejo que presenta varias facetas. Además, como dice Sartre, vamos construyendo nuestra esencia mediante las decisiones que vamos tomando. La persona es un proyecto en ejecución que solo finaliza con la muerte.
En estos tiempos que corren (dominados por la imagen y las reflexiones superficiales) la “apariencia” se está imponiendo sobre el “ser”. Por ejemplo, lo relevante no es ser respetuoso de la dignidad de otras personas sino parecerlo.
Por dignidad entendemos concebir al otro como un igual, capaz de tomar sus propias decisiones con autonomía. Es tener claro que los adultos no necesitan “tutores”; tutoría que es una forma de menosprecio por nuestros semejantes y un modo sutil de despotismo. Una postura que encuadra perfectamente con la cínica frase de Theodore Roosevelt: “Speak softly and carry a big stick” (“Habla dulcemente y carga un gran garrote”). Desde esa perspectiva, Octavio Paz retrató a los gobernantes de los “Estados benefactores” como “ogros filantrópicos”.
Raymond Aron postula que:
“puesto que todos los regímenes son democráticos, en el sentido de que claman la soberanía popular y que se trazan explícitamente por objetivo el bienestar de las masas o el desarrollo de la economía, es pues, la eficacia del poder y no la libertad del ciudadano lo que pasa por ser el criterio decisivo”. Y Friedrich Hayek alerta que “la actual tendencia de los poderes públicos a situar bajo su control todo lo que según ellos atañe al interés colectivo conduce a la destrucción del verdadero bien colectivo”.
Y eso es lo que estamos observando en las democracias “maduras” como Estados Unidos y los países integrantes de la OCDE.
El expresidente Barack Obama ha sido catalogado como “solidario”. Sin embargo, bajo su administración la autonomía personal de los estadounidenses ha sido severamente recortada mediante múltiples regulaciones perniciosas. El Registro Federal 2015 (que contiene en forma actualizada todas las que existen) contiene 80.260 páginas. El costo que ellas tienen para los individuos suele pasar desapercibido por la opinión pública porque es indirecto y además, porque los políticos “tutores” se cuidan muy bien de mencionarlo.
No obstante, es un fardo muy pesado sobre las espaldas de los habitantes. José Azel señala que:
“Si asumimos que el costo de las regulaciones federales se transfiere directamente a los hogares, cada hogar de EE. UU. paga anualmente un impuesto regulatorio oculto de USD $14.842. Este impuesto escondido representa el 28 % del presupuesto de gastos promedio por hogar”.
La OCDE no se queda atrás. Los gobernantes se apropian de una porción cada vez mayor de los ingresos de los individuos porque no hay dinero que satisfaga su voracidad fiscal. En ese proceso, la élite burocrática-política va avasallando derechos individuales y concentrando más poder, con medidas como el “Intercambio Automático de Información Financiera” (AEOI), que con presiones y amenazas de sanciones económicas está imponiendo en el mundo entero.
Esa dinámica va acompañada por un aumento de la corrupción, que está manchando por doquier a políticos y autoridades de todas las tendencias ideológicas. Consecuencia natural porque como remarca Lord Acton, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
La gente está percibiendo que el statu quo político se parece a lo que retrata la serie “House of Cards”. De ahí el rechazo masivo hacia ellos que se está manifestando en sucesivas consultas populares.
A Donald Trump se le ha endosado la etiqueta de “autoritario” a raíz de muchos de sus dichos y acciones. No obstante, es esperanzador su anuncio de rever la Ley Dodd-Frank que regula al sistema financiero de su país tras la crisis de 2008, así como la posibilidad de que EE. UU: abandone los principales organismos internacionales.
Mediante una orden ejecutiva, Trump ordenó analizar cada una de esas regulaciones para evaluar si estaban justificadas o si por el contrario, eran un lastre para los emprendedores y las familias.
En función de esa postura, el vicepresidente del Comité Financiero de la Cámara de Representantes, el republicano Patrick McHenry, mediante una carta le ordenó a Janet Yellen (presidenta de la Reserva Federal) “que deje de formar parte de las reuniones de los foros internacionales como el FSB (Consejo de Estabilidad Financiera) o el Comité de Basilea, donde la Unión Europea, EE. UU y el resto de los países del G-20 acuerdan la regulación financiera”.
Asimismo, plantea que se debería romper con el modelo actual, incluso, revisando los acuerdos ya suscritos por la normativa estadounidense. McHenry afirma que las regulaciones financieras se “cocinan” entre “estructuras secretas de estos foros internacionales”, y describe a sus participantes como “burócratas mundiales en tierras extranjeras sin transparencia, control ni autoridad para hacer lo que hacen”. Asimismo, considera que los acuerdos se negocian mediante “un proceso opaco”.
Agentes financieros europeos están preocupados porque ven la “espantada de EE. UU como una herida de muerte al marco regulador actual”. Consideran que “la sacudida de Trump hace tambalearse toda la estructura de coordinación internacional”.
Frente a esos temores, surge la interrogante: ¿Es eso malo?
En momentos en que observábamos con alarma la corriente hacia un gobierno mundial centralizado, dominado por burócratas y gobernantes crecientemente autoritarios, no deja de ser una bocanada de esperanza la iniciativa de Trump.
¿Ella ampliará la esfera de libertad individual?
No lo sabemos porque ignoramos cómo se implementará. Sin embargo, el solo hecho de ponerle freno a esa embestida de la OCDE contra los derechos individuales a nivel mundial, ya es de por sí, una excelente noticia.
Hana Fischer es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.
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