La iglesia católica avanza en una ardua negociación con China
La iglesia católica y los líderes comunistas de la República Popular China no se han llevado demasiado bien a lo largo de las últimas décadas. Por ello, por instrucciones expresas del papa Francisco se está negociando activamente un acuerdo de reconciliación entre el Vaticano y las autoridades chinas que, de pronto, podría cambiar esa relación caracterizada esencialmente hasta hoy por la existencia de una mutua actitud de desconfianza.
Esa trabajosa conversación bilateral, como cabía suponer, tiene hoy sus defensores y también sus fuertes detractores. En ella, de alguna manera se pone en juego la autonomía con la que normalmente la Iglesia Católica maneja aquellas cuestiones esenciales que tienen que ver con su propia vida y con su funcionamiento interno.
Las negociaciones en curso están bajo la órbita específica del Cardenal Pietro Parolin, el mismo diplomático del Vaticano que hoy trata de encarrilar, sin demasiado éxito, el diálogo abierto entre el gobierno del presidente venezolano, Nicolás Maduro, y los dirigentes de la oposición formalmente unificada.
Las rispideces de China con la iglesia católica comenzaron temprano. En rigor, en 1949 cuando, muy poco después de que los marxistas se hicieran del poder en China, decidieran expulsar a todos los misioneros católicos que allí se desempeñaban. Por considerarlos como meros instrumentos de los países de Occidente. Por ello, además, se dispuso entonces que los católicos deben profesar su fe bajo la tutela inmediata del Estado.
Hay en China unos doce millones de católicos, se supone. De ellos, más de dos terceras partes operan envueltos en una suerte de discreta clandestinidad en la que profesan su culto. Esto atento a que han preferido mantener siempre lealtad incondicional hacia Roma y, en consecuencia, no someterse a control formal alguno por parte del Estado chino. Muchos, descubiertos que fueron por las autoridades chinas, sufrieron por esa razón persecuciones y algunos hasta fueron encarcelados, simplemente por el presunto delito de mantener oculta su fe.
La principal diferencia a zanjar entre ambas partes tiene que ver con la designación de los obispos. Y con el futuro de aquellos que ya han sido nombrados. Para el Vaticano, los obispos son nada menos que los sucesores de los apóstoles. Por esta razón, ellos deben ser designados por el Pontífice.
Para la dirigencia política china, en cambio, sus designaciones deben ser coordinadas con el gobierno, porque de lo contrario, sostienen, habría una suerte de "intervención" inaceptable por parte del Vaticano en los "asuntos internos" de China.
Entre los obispos que han sido designados exclusivamente por el gobierno chino, sin contar con la aprobación de la Iglesia Católica, hay algunos que han roto sus votos de castidad, casándose y teniendo hijos. Y que no desean ni aspiran a "reconciliación" alguna con Roma. A su vez, entre los obispos que fueron designados exclusivamente por el Vaticano, que son casi treinta, hay algunos que han ya sido encarcelados por distintos períodos de tiempo y motivos.
La situación actual en China es que los obispos que el Estado chino designa obtienen con alguna frecuencia una suerte de "guiño oficioso previo" por parte del Vaticano y luego obtienen un perdón especial por haber sido designados desde fuera de la Iglesia.
Pero las cosas no siempre son así y tanto el Vaticano, como China, designan a veces obispos sin obtener el consentimiento de su respectiva contraparte. No obstante, el gobierno chino reclama constantemente a los católicos de su país la pertenencia a la Asociación Católica Patriótica de China.
La situación es bien compleja e ineficiente. Por las diferencias en la forma de designar a los obispos católicos hay hoy nada menos que unas 70 diócesis en China que carecen de obispo titular. A lo que se agrega que los ocho obispos católicos que han sido designados unilateralmente por el gobierno chino se consideran como excomulgados de hecho por la Iglesia Católica, razón por la cual su situación deberá ser objeto de un cuidadoso examen en busca de encontrar alguna posible solución al menos para la mayoría de ellos.
El actual arzobispo de Hong Kong, el cardenal John Tong, en una carta pastoral dirigida recientemente a sus fieles anunció que las autoridades chinas estarían ahora dispuestas a alcanzar un entendimiento con el Vaticano sobre este tan delicado tema. Agregando que muchos fieles que profesan su culto en un marco de total discreción no estarían todavía de acuerdo con someter en modo alguno las designaciones de los obispos católicos a decisión alguna por parte del gobierno de China. A lo que sumó, en obvia procura de tranquilizar a su inquieta feligresía, la advertencia de que el Papa no lastimará la integridad de la fe de una iglesia que se proclama como universal.
El respetado y valiente cardenal chino ya retirado, Joseph Zen, ha acusado al Papa de estar demasiado ansioso en este tema y aprovechado para llamar la atención de que, por ello, la posibilidad de llegara un arreglo "inaceptable" existe. Se habla de que ya existiría un primer "borrador" de un posible acuerdo, que sin embargo nadie parecería estar apurando demasiado.
Lo cierto es que existe un precedente, de corte bien pragmático. Es el de Vietnam, donde el Vaticano confirió, en la década de los 90, una suerte de derecho de "veto" a las autoridades locales respecto de las designaciones de los obispos, que no obstante quedaron a cargo exclusivo del Vaticano, que respeta el "derecho de oposición" que parecería haber conferido a las autoridades locales. Algo relativamente parecido podría de pronto acordarse con China, según sostienen algunos observadores.
Las autoridades chinas, por su parte, han estado generando algunas señales de autoridad, como la decisión de hacer quitar todas las cruces de los techos y campanarios de los templos cristianos en el este del inmenso país. Lo cierto es que la última designación de un obispo católico, en Changzhi, en el noreste de China, contó con la aprobación previa conjunta de la Iglesia Católica y del gobierno chino.
Hace muy pocos días, en otra señal de interés, el Papa Francisco se reunió, en Roma, por primera vez en público desde 1949, con el obispo de Suzhou, Joseph Xu Honggen.
Por el momento, el Vaticano no mantiene relaciones diplomáticas con la República Popular China, sino con Taiwán, isla que para China, como es sabido, debe tenerse tan sólo como una parte de su enorme territorio. Si las relaciones bilaterales finalmente se establecen, el Vaticano debería previsiblemente cortar su actual vinculación oficial con Taiwán.
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