El Opio y los Acuerdos de Paz en El Salvador
La idea de que los Acuerdos de Paz se quedaron cortos porque no resolvieron todos, todititos los problemas del país se ha convertido en la nueva droga que adormece a El Salvador. Esta idea se enmarca dentro de una tradición de dos siglos en los cuales la población ha buscado drogas para evitar tomar las medidas que hubieran desarrollado al país hace ya mucho tiempo.
Una de las más viejas ha sido echarle la culpa a España por el subdesarrollo, clamando que los españoles se llevaron “todo el oro” de la América Latina, como si la fuente de la riqueza fueran los minerales, no la educación de la gente, y como si en El Salvador hubiera habido mucho oro que los españoles se hubieran llevado. Esta idea, terriblemente perniciosa, ha sobrevivido hasta nuestro tiempo. El uruguayo Eduardo Galeano publicó en 1971 un ensayo llamado “Las venas abiertas de la América Latina” que desarrolla esta idea con tanta cursilería que el propio Galeano reconoció años después que ni él mismo sería ya capaz de leer su libro por lo pesada que era su prosa de izquierda y porque había ya superado sus ideas hacía ya mucho tiempo. Pero a los latinoamericanos y a los salvadoreños en particular les fascina este tipo de ideas para lamentarse por una vida entera por lo que unos malvados españoles les hicieron hace ya 300 o 400 años. Esta droga es maravillosa porque justifica no hacer nada en la vida real y echarle la culpa a otros—que es la fuente del subdesarrollo.
En esta lamentación los latinoamericanos no se ponen a pensar que, por ejemplo, los australianos nunca se han quejado de que los ingleses se hayan llevado sus minerales. En vez de eso, han desarrollado su país con la educación y la salud de su gente. Tampoco se ponen a pensar que mientras regalaban el libro de Galeano al Presidente Obama, Hugo Chávez y sus Socialistas del Siglo XXI realmente se llevaron el petróleo de Venezuela e hipotecaron a China los recursos naturales del país por muchas décadas futuras. ¿Son esas las venas abiertas de Venezuela?
Hay muchas otras drogas, tales como la búsqueda de “una solución integral a los problemas del país”. Bajo el efecto de esa droga, la gente dice que no vale la pena resolver problemas específicos porque ningún problema será realmente resuelto hasta que todos los problemas estén resueltos. Entonces, los latinoamericanos se sientan a pensar en cuál sería esa receta mágica que nos convertiría no en Suiza, o en Suecia (en donde todavía hay problemas) sino en un cielo en la tierra en el que ningún problema social, económico o político existiría.
Ya con eso, los salvadoreños pueden llenar su vida intelectual fluctuando entre echarle la culpa de todo a la Madre España, o a la madrastra putativa que sustituyó a los españoles cuando éstos se fueron, Estados Unidos, e imaginar todas las características que tendría la utopía que, un día, los salvadoreños vamos a descubrir y que nos va a dar la riqueza de Estados Unidos, Europa, Japón y similares sin tener que estudiar y ser productivos. Esta fluctuación justifica aun más no hacer nada.
Ha sido en estos sueños de opio que El Salvador ha gastado las energías que debería haber usado para desarrollarse. Y ha sido en medio de estos sueños de opio que la idea de que esa solución perfecta, esa idea maravillosa que resolverá todos y cada uno de los problemas que han existido, existen y existirán debió haber surgido en los Acuerdos de Paz.
Gracias a Dios que esta idea no surgió en el momento en el que los Acuerdos de Paz estaban siendo discutidos porque si hubiera surgido y prevalecido todavía estaríamos en guerra. Afortunadamente, los Acuerdos de Paz se centraron en dos objetivos concretos, sin opios ni otras drogas: uno, terminar la guerra, y dos, perfeccionar los mecanismos institucionales que permitirían que en el futuro los problemas del país se resolvieran políticamente, no a balazos. Los dos objetivos se cumplieron. Ahora es nuestra tarea asegurar que, con esas instituciones, vayamos progresando día a día en la solución de nuestros problemas como lo han hecho todos los países que han logrado desarrollarse.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
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