El mundo según Trump
Se ha vuelto común, entre quienes se ocupan de política exterior, sostener que el Presidente en espera de los Estados Unidos, Donald Trump, está dinamitando las bases del orden mundial que impera desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en gran parte obra de los propios Estados Unidos. Alianzas, prioridades, compromisos, políticas de Estado que se empinan por encima de la coyuntura: todo está empezando -o pronto empezará- a volar por los aires si esta predicción se cumple.
La realidad es más complicada. Por lo pronto, el orden mundial está, él mismo, cambiando a pasos agigantados. Uno de sus pilares era, por ejemplo, la integración europea, que ahora se tambalea. Otro era el rol más bien reticente, casi acaracolado, de China en política exterior, aun cuando la liberación relativa de sus fuerzas productivas desde 1978 ya apuntaba al despertar, algún día, del león dormido.
Un tercero era un Medio Oriente en el que el radicalismo palestino contra Israel constituía casi la única fuente de violencia política, porque todo allí parecía más o menos controlado por las dictaduras militares sunitas, mientras que Irán, el titán chiita, estaba relativamente contenido a pesar de sus aliados peligrosos en el sur del Líbano. Hoy, el Medio Oriente formado por países creados en 1916, como decía Robert Zoellick recientemente, es un escenario de luchas infinitas entre sectas y tribus, y en medio de todo el islamismo yihadista ocupa espacios y utiliza puntos de apoyo para su ofensiva internacional. Todo ello, mezclado con las intervenciones de grandes potencias externas, provoca un éxodo de migrantes hacia una Europa donde el populismo nacionalista aumenta.
Por si fuera poco, el problema de las armas nucleares, en el mundo de la posguerra, se reducía esencialmente al de la Guerra Fría y después a una nueva guerra fría, sin mayúsculas, a partir de claro impulso hegemónico de Vladimir Putin en su (ancha) zona de confort y su afán por correr la frontera de la influencia europea usando la fuerza, la presión petrolera o gasífera y todo lo que esté a su alcance. Hoy, el asunto tiene ramificaciones múltiples y está menos controlado, de allí el peligro de Corea del Norte, ese Estado que parece un adolescente malcriado, e Irán, que hace concesiones tácticas pero probablemente no estratégicas.
Así, pues, el marco de la posguerra que Trump estaría desafiando ni es el que era ni está claro cuál es ahora. El orden mundial de la posguerra está cambiando con o sin Trump. Luego viene otra consideración: Trump todavía no ha dejado nada claro qué quiere hacer. Lo que sí ha hecho son nombramientos, pero lo que tienen en común apunta más a un estilo -ciertos espasmos- que a una visión de mundo, excepto en lo que parece ser una inclinación por hacer causa común con Moscú para resolver asuntos que interesan a ambos.
Las figuras clave del equipo de política exterior son -si el Senado ratifica a las que pasarán por él: no todas lo harán- Rex Tillerson, el mandamás de ExxonMobil que fungirá de secretario de Estado; Michael Flynn, el ex general y oficial de inteligencia al que Trump ha nombrado consejero de Seguridad Nacional; finalmente, John Mattis, el marine retirado, apodado “perro furioso”, al que el presidente electo ha pedido que se ocupe de la cartera de Defensa. Probablemente se una a ellos John Bolton como número dos de Tillerson, y es previsible que el vicepresidente de Trump, Mike Pence, sea parte del equipo en quien Trump confíe para sus decisiones de política exterior.
Aparte del claro componente militar en este equipo, hay una desacomplejada apuesta corporativa, como la hay en el resto del gabinete. Tillerson, el jefe del monstruo petrolero, no es el único hombre de negocios, ya sea en la parte empresarial o la financiera, que formará parte del gobierno. Suman ya más de 14 mil millones de dólares -y falta nombrar o nominar a unos seis ministros todavía- las fortunas personales de las personas a las que el empresario de bienes raíces ha convocado (la cifra aumenta si le añadimos el patrimonio de los asesores). Estarán también, por ejemplo, el inversor Wilbur Ross en Comercio, el ex banquero de inversión Steve Mnuchin, en el Tesoro, y Gary Cohn, ex jefe de Goldman Sachs, como director del consejo económico nacional.
Esa doble dimensión -la militar y la corporativa- envía una nada sutil señal de propósito: el renacimiento del poderío estadounidense, económico y militar, en un mundo en el que el país ha ido perdiendo preeminencia, haciendo excesivas concesiones y viendo disminuir el respeto de los demás. Ese fue el mensaje de Trump en la campaña y lo es en vísperas de asumir el poder. Pero todavía no hay claridad alguna sobre lo que va a suceder en política exterior, de allí que sea prematuro decir que va a dinamitar un orden imperante que, por lo demás, está cambiando.
¿Qué es lo que sí podemos colegir de los movimientos que ha realizado Trump hasta ahora en materia de política exterior sin hacer conjeturas afiebradas? Por lo pronto, hay una consistencia: el acercamiento a Vladimir Putin. Tanto Tillerson como Flynn han tenido tratos importantes con el Kremlin. Tillerson, a quien Putin le abrió al Artico gracias a la alianza con Rosneft, el gigante ruso de hidrocarburos, recibió la Orden de la Amistad de parte del mandamás ruso. Flynn, de otro lado, aceptó dinero para una cena en la que fue sentado junto a Putin y ha sido una presencia regular en Rusia. El propio Yuri Ushakov, asesor de Putin en el Kremlin para asuntos de política exterior y en especial Estados Unidos, ha dicho que los nombramientos de Trump están bien relacionados con su país.
No es la primera vez que Washington procura un acercamiento con Rusia. George Bush padre lo hizo con Boris Yeltsin y Bush hijo con el propio Putin, pero el tiempo demostró que la desconfianza del mandatario ruso hacia el Occidente y su afán de pisar fuerte en un espacio que todavía considera una zona de influencia rusa a pesar del desfondamiento del comunismo hacían imposible una amistad fructífera. El apego de Washington a la OTAN, que Rusia considera una alianza hostil a las puertas de Rusia, ha sido siempre un factor de tensión insuperable.
¿Qué hay detrás de la inclinación de Trump por Putin? En lo inmediato, es obvia la simpatía que siente por quienes tienen un sentido vertical del poder y una tendencia a defender sus intereses nacionales con capacidad de intimidación siempre y cuando no se metan con Estados Unidos. Digo bien “con Estados Unidos” y no esa interpretación más amplia de los intereses de los Estados Unidos que abarca a los aliados tradicionales, pues si algo es evidente es que Trump también tiene por la OTAN un cierto desdén aun si no llega tan lejos como para renunciar a su membresía (ha pedido que Europa aumente considerablemente su aportación económica a la Alianza Atlántica).
El otro gran asunto tiene que ver con el terrorismo islámico, al que Putin combate a sangre y fuego en el sur de Rusia desde hace años y que ahora, desde su protectorado en Siria, trata de destruir en la propia Asia Menor. Como el yihadismo es un enemigo declarado de los Estados Unidos y, por tanto, en la concepción de Trump de lo que son los intereses nacionales de Estados Unidos, un enemigo frontal, Rusia adquiere para él connotaciones de aliado natural.
Esto es así incluso si supone descolocar a la OTAN y a la Unión Europea, que ha soportado el embate del Kremlin en distintos momentos y muy especialmente a raíz de lo sucedido en Ucrania.
¿Hay alguna otra razón por la que Trump quiera un acercamiento estrecho con Putin? Puede ser que China sea otra razón. Esto no lo ha expresado así, pero la coincidencia de señales que apuntan en esa dirección sugiere algo. Trump no oculta que ve a China, no tanto por lo que hace en el Mar de la China Oriental y en el Mar de la China Meridional (poco parece concernirlo), como por lo que hace en el campo comercial y monetario, que el Presidente electo considera hostil a su país. Hoy es evidente que el yuan está sobrevaluado más que -como cree Trump- subvaluado, pero la percepción es que Pekín ha utilizado armas como esas para socavar la posición competitiva de la economía estadounidense. Los gestos con la Presidenta de Taiwán -que escandalizaron a Pekín hace pocas semanas porque parecían cuestionar la política de “Una China” que sostiene Washington desde hace décadas- tenían la intención de marcarle el territorio a Xi Jinping. La relación con Rusia puede convertirse en otra pieza de negociación con Pekín.
Más allá de esto, no hay certezas respecto de la política exterior de Trump. No se vislumbra aún lo lejos que llegará en su política migratoria y comercial en perjuicio de México, pero si persevera por el camino trazado por su retórica pondrá en juego el bloque norteamericano que ha sido otro pilar de la política exterior estadounidense. Hay que suponer que, en su visión algo aislacionista (“America First”), el resto de América Latina tendrá poca importancia inmediata, lo que puede significar que países como Brasil y Argentina asuman un liderazgo para llenar el vacío si sus situaciones internas lo permiten.
El otro frente al que prestará atención es Irán, porque ya ha afirmado que se opone al tratado nuclear firmado por Teherán con Estados Unidos y otros países. No puede descartarse que la cercanía con Rusia (que está en alianza tácita con Irán en respaldo de Assad en Siria) también esté orientada a obtener concesiones o ejercer presión sobre Teherán.
Tal vez sí es posible determinar a priori, en medio de tanta incertidumbre, que la política exterior de Trump no será la prioridad o, para ser más exactos, que su política exterior será, mucho más que con presidentes anteriores, una extensión de sus objetivos domésticos. En cualquier administración los vasos comunicantes entre política doméstica y política exterior son poderosos, pero no es menos cierto que la política exterior suele tener una dinámica propia, a veces tan independiente de la doméstica, que se vuelve un fin en sí mismo. Esto ocurre a pesar de las intenciones originales de los presidentes, porque los compromisos de Estados Unidos son tan grandes, y es tal la dependencia que todavía tienen las democracias liberales de su liderazgo, que no resulta posible evitarlo. La pregunta, con Trump, es hasta qué punto eso variará bajo su presidencia.
A estas alturas, Trump se insinúa como un Presidente de política interna que quiere ocuparse poco de la externa y sólo para resolver dos o tres asuntos que considera de importancia nacional por razones más bien defensivas y proteccionistas. ¿Será la dinámica de un mundo que reclama de Estados Unidos mucho más que eso suficiente para moldear la política exterior de Trump de forma muy distinta a la que él pretende o será esta fuerza de la naturaleza populista capaz de romper la tradición?
- 23 de julio, 2015
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