Italia y el dominó populista
Primero fue el “Brexit”, luego el huracán Donald Trump, después el anuncio del Presidente francés, François Hollande, renunciando a buscar la reelección (una admisión de derrota) y ahora la dimisión del primer ministro italiano, Matteo Renzi, tras la aplastante victoria del “No” en el referéndum constitucional que él había propuesto y sobre el cual había hecho cuestión de Estado.
Los italianos no han votado, evidentemente, en función de los méritos o deméritos de las reformas constitucionales que quería Renzi, algunas abstrusas y burocráticas. Sencillamente, han aprovechado la oportunidad para barrerlos tanto a él como a su Partido Democrático del poder y dar un golpe de autoridad contra la clase política. Detrás del “No” había una coalición variopinta cuyo líder visible era Beppe Grillo,el ex comediante cuyo Movimiento de las Cinco Estrellas, con su mensaje “anti-establishment” y contrario a la empresa privada y a Europa, ha calado hondo. Los otros grupos del “No” iban de la extrema izquierda a la extrema derecha.
No está claro cuándo habrá eleciones nuevas porque hay dos leyes electorales en competencia en este momento: la nueva, aprobada en la Cámara de Diputados el año pasado, y la anterior, que sigue viva en el Senado porque las reglas que norman la composición de esa cámara eran, ellas mismas, parte de las propuestas de reforma derrotadas el domingo pasado en las urnas. Ahora, los partidos principales de izquierda (el de Renzi) y derecha (el de Berlusconi, que sigue moviendo hilos en la trastienda), tratarán de pactar una nueva ley para impedir que el Movimiento Cinco Estrellas pueda obtener una victoria clara, haciendo casi imposible que gobierne un solo partido. ¿Cómo? Con una ley que restablezca algo que se parezca a la representación proporcional.
Y aquí está el gran peligro para Italia y buena parte de Europa en este contexto de populismo desenfrenado que revienta como una gran ola contra el armazón institucional del Viejo Continente: que la política desprestigiada, con sus partidos deslegitimados, y el Estado del Bienestar, con sus impuestos y gastos exorbitantes y sus compadrerías excluyentes, se conviertan en la única alternativa a la izquierda y la derecha “antisistema”. Sería una tragedia, pues esa desgastada política es, justamente, la que creó las condiciones para esta ola populista: la economía de Italia no crece desde 1999, cuando el país adoptó el euro.
Una forma de aquilatar la gravedad de lo que pasa y hacerse una idea de qué acontecimientos pueden echar fuego en la hoguera del populismo europeo en las semanas que vienen es prestar atención al sistema bancario de Italia. La morosidad, que suma más de 360 mil millones de euros, ahora abarca a uno de cada cinco créditos, una proporción diez veces superior a la de Estados Unidos y cuatro veces mayor que la de Francia, donde la cifra ya es alarmante.
La quiebra de un banco como el Monte dei Paschi di Siena, que está en la lona a pesar de haber sido rescatado dos veces porque necesita cinco veces más capital de lo que marca su actual capitalización bursátil, puede darse en cualquier momento. Ello precipitaría una hecatombe financiera -y por tanto política- que inyecte mucha fuerza al populismo de media Europa.
A menos que los líderes italianos y europeos entiendan que décadas de gestión mediocre y anquilosada, y de ausencia de reformas serias, son la verdadera causa del resurgimiento del populismo, sus intentos de aferrarse a la vieja política sólo acelerarán su propia caída. Y el resultado, viendo la clase de líderes populistas que están provocando tantos cataclismos electorales en esos tiempos, da mucho miedo.
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