Fidel Castro y sus tentáculos
La muerte y los funerales de Fidel Castro en Cuba han producido un jolgorio en Miami y otras partes de la diáspora, aunque nuestros destinos no han cambiado, ni en la isla ni en el exilio.
En mí, sin embargo, dejó un terrible dolor, el de saber íntimamente que su historia pudo ser abortada a tiempo, si las personas con poder en la isla en los años 1950 hubieran entendido sus verdaderas intenciones, su terrible destino, que se extendería más allá de Cuba. El sistema que exportó ha causado miseria en otras naciones, y una férrea dictadura en su propia tierra. Aunque no se arriesgó como comandante de sus tropas, sino que mandó a otros a guerrear y morir por él, en Africa y en toda Latinoamérica.
A fines de 1999, Rafael Díaz Balart, padre de los congresistas norteamericanos Lincoln y Mario, me recordó que había insistido en el seno de la Cámara de Representantes en Cuba, donde era el líder de la mayoría, bajo el gobierno militar de Fulgencio Batista, que no se le diera indulto a Fidel ni a los asaltantes del Moncada. Castro era su cuñado, casado con su hermana Mirta, y padre de su sobrino Fidelito, y sabía bien de las tendencias megalómanas de su antiguo amigo de la universidad y sus propósitos. Pero no le hicieron caso.
Un año más tarde, en 1956, el que fue mi esposo, Pedro Vicente Aja Jorge –fallecido en enero de 1962– viajó a Ciudad México con Raúl Roa. Iban a participar en una reunión del Congreso por la Libertad de la Cultura, CLC, asociación internacional de intelectuales por la democracia, con oficinas en París, en la que ambos participaban.
En México, Roa visitó a Fidel Castro (que después de su triunfo lo nombraría ministro de Relaciones Exteriores), y ya estaban organizando su expedición de diciembre con el Granma. Mi esposo llegó solo a su regreso al aeropuerto de La Habana. Roa se había comprometido con Fidel, pero él no tenía confianza en alguien que conocía como gángster y guerrillero procomunista.
En México vio manejos que le recordaban una reunión en 1943, en la misma ciudad, a la que fue como estudiante universitario representando a los Jóvenes Evangélicos de Cuba, el Congreso Antifascista, organizado entre otros por un grupo comunista subterráneo en Cuba. El doctor Virgilio Beato me ha confirmado que allí también él reconoció a aquellos agentes del mundo soviético.
Los mismos individuos se aparecieron en la oficina de abogados de Aja, alrededor del 1957-58, sugiriéndole que fuera con ellos a la Sierra Maestra, que esta vez triunfarían. La reacción de Aja fue correr a la casa de José Manuel Cortina, presidente del CLC en Cuba, y sugerirle que habría que convencer a los gobernantes del peligro y formar una junta provisional, para sustituir rápidamente a Fulgencio Batista. La Junta no se formó hasta demasiado tarde, cuando Batista huyó, el 31 de diciembre de 1958, y quedó a cargo del general Eulogio Cantillo en Columbia, quien citó al magistrado Orlando Piedra para que la dirigiera. Fidel, faltando al compromiso con Cantillo, llamó a una huelga general contra esa Junta Militar, que el pueblo apoyó.
La historia que siguió no fue la de un Fidel liberador hacia la democracia en Cuba, sino la del seguidor de un plan de “imperativo territorial”, para la extensión de su poder al ámbito internacionalista.
Lo llevó a cabo asociándose al totalitarismo más férreo del planeta, el de la Unión Soviética, gobernada en ese entonces por Nikita Khrushchev, con quien tuvo un entendimiento muy afectuoso y dúctil para sus ambiciones.
Esa fue la ideología que ayudó a propulsar y extender el dominio de Fidel fuera de la isla, no solo con discursos, sino mandando a guerrear a sus propios habitantes y a los de otros países, aunque nunca fue él mismo a liderar como comandante en tierras extranjeras, como lo había hecho su ídolo Alejandro Magno. Solo se le ve en fotos con los líderes de todas aquellas naciones que le imitaron y le siguieron.
Ya antes había dado indicios de sus afanes, en 1947, en contra de la dictadura del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo. Luego se le ve en una foto en Bogotá, Colombia, que salió publicada en las páginas de Opiniones del Nuevo Herald, en abril de 1988, en lo que se llamó el “Bogotazo”, cuando ocurrió el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán.
Más tarde se le vincula a las guerrillas de Colombia, como recuerda en el diario El Espectador de Colombia, Julio Londoño Paredes, ex canciller y ex embajador colombiano en La Habana. “Nuestro país estaba estrenando democracia”, con Alberto Lleras Camargo el 7 de agosto de 1958, escribe Paredes. Este y otros líderes decidieron excluir a Cuba de la reunión que la OEA convocó en agosto de 1960 en San José de Costa Rica.
“La Declaración de Costa Rica, expedida al término de la reunión, en la que Colombia tuvo un papel definitivo, sin mencionar a Cuba, estuvo dirigida contra el régimen cubano”, dice el ex embajador. La respuesta la dio Fidel tres días después: declararse abiertamente marxista-leninista.
Meses más tarde, se le excluye de la OEA en Punta del Este, y la declaración fue redactada de nuevo por Colombia. Lo que resultó en que Fidel decidiera expandir sus tentáculos extraterritoriales por toda la América Latina, pero primeramente con las guerrillas colombianas.
“El blanco de las acciones cubanas no sólo se limitó a Colombia, sino que se extendió a casi todo el continente, desde Venezuela y Perú hasta Bolivia. Mucha sangre nos ha costado esa confrontación surgida después de la exclusión de Cuba de la OEA”, resume Paredes.
Poco después incursionó extensamente en Africa, enviando a Che Guevara al Congo. En 1965 el guerrillero argentino lideró a unos 200 cubanos de la isla enviados por Castro para rescatar la rebelión prosoviética que había comenzado Lumumba. Pilotos cubanos exiliados fueron enviados por Estados Unidos para enfrentárseles. Era una guerra entre potencias por el control del uranio en la provincia de Katanga.
Pero eso no quedó ahí. En la guerra civil que asoló a Angola, entre 1975 y 2002, Cuba envió unos 50,000 soldados, para ayudar a Agostinho Neto y su movimiento, el MPLA, que estaba en el poder al independizarse de Portugal. Los generales enviados por Fidel y apoyados por la Unión Soviética, constituyeron el apoyo principal de ese movimiento. Y allí quedaron muchos médicos y otros soldados cubanos viviendo hasta el día de hoy. Y muchos muertos también.
No entraremos a analizar ahora el “socialismo del siglo XXI”, otra suerte de expansión ideológica con Hugo Chávez, seguido por Nicolás Maduro, Rafael Correa y Evo Morales. Somos testigos diarios en las noticias de los expolios a los que han sometido los seguidores de Fidel a los pueblos latinoamericanos.
No, no puedo estar contenta, hay todavía una inmensa secuela “fidelista” difícil de sanear, en Cuba y fuera de Cuba.
- 23 de julio, 2015
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