La odisea de comer en Cuba
Nora Gámez Torres
Armada con un billete de 20 CUC y grandes dosis de paciencia me dediqué a la tarea de “resolver” comida en Cuba a finales de marzo. ¿Qué puede comprar un trabajador estatal, cuyo salario es aproxidamente esa cantidad?
Cuarenta minutos después de hacer una larga cola en una tienda en divisas sin aire acondicionado, esto fue lo que contenía mi compra: cuatro vasos pequeños de yogurt, un paquete de salchichas, un “tubo” de picadillo, una cuña de queso, una botella de aceite vegetal, un paquete con cuartos de pollo, un paquete de medio kilo de chícharos, hojuelas de maíz (de procedencia estadounidense), spaguetti y un jugo de mango.
¿Qué puede comprar un trabajador cubano con su salario mensual?
Los altos precios y la escasa oferta en tiendas y mercados continúa siendo un problema fundamental para los cubanos en la isla, donde un plato en una paladar puede costar tanto como el salario de un mes.
No llega a constituir una canasta básica, pues muchos productos tampoco estaban en oferta. Varios anaqueles lucían filas del mismo producto, o ninguno, y el desabastecimiento era evidente.
Encontrar carne de res es más difícil. Una empleada en la tienda Harris Brothers en La Habana Vieja comentó que hacía meses no se vendía y recomendó que fuera a buscarla a la carnicería Los Fornos, en la calle Neptuno. ¿El precio de un kilo de bistec de cañada allí? 8.55 CUC, el equivalente a 205 pesos, casi la mitad del salario medio mensual que ahora ronda los 460 pesos en moneda nacional.
Las tiendas en divisa, salvo raras excepciones como la exclusiva Palco, no comercializan frutas o vegetales. Para adquirirlos, los cubanos acuden a los mercados agropecuarios. Algunos son estatales, con precios ligeramente más baratos y, por ende, colas más largas y oferta más pobre; otros son “liberados”, regidos por la “oferta y la demanda”.
Una comparación de los precios de los alimentos en Cuba en distintos lugares revela la estratificación de la población de acuerdo con su capacidad de compra.
Roberto Geilbert, un obrero estatal, usualmente acude a una cafetería en el boulevard de San Rafael, en La Habana, para tomarse un vaso de refresco “gaseado” que le cuesta un peso en moneda nacional. Dice que es lo que puede pagar.
Otras cafeterías en “pesos cubanos” atraen a una clientela que pueden pagar 12 pesos por una pizza. Pero en las paladares que atraen a turistas y diplomáticos los precios se disparan.
Quince CUC costaba el solomillo que cenó el presidente Barack Obama en la paladar San Cristóbal cuando visitó la isla en marzo. Por 20 CUC se podía comer una langosta grille.
El plato más caro cuesta tanto como el salario mensual de un trabajador estatal.
Una agricultura que no produce
En 2008, el gobierno de Raúl Castro aprobó la entrega de tierras ociosas en usufructo con la esperanza de aumentar la producción agrícola. Aunque según cifras oficiales, el gobierno ha entregado un millón 830 mil hectáreas a 214 mil personas, ocho años después, la comida sigue siendo el dolor de cabeza número uno de muchos cubanos.
Pese a un mejoría en su producción, el cultivo de la papa en particular ha sido tan problemático, que su llegada a los mercados capitalinos compitió con el concierto de los Rollings Stones el pasado 25 de marzo como la noticia de ese día en La Habana.
En el recién concluido VII Congreso del Partido, el actual jefe de la comisión encargada de la implementación de los llamados “lineamientos”, el vicepresidente Marino Murillo, admitió que Cuba había continuado importando alimentos en los últimos años por cerca de $2,000 millones anuales, de los cuales pudo haber producido al menos la mitad.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el sector agropecuario en Cuba emplea a casi un millón de trabajadores pero apenas genera alrededor del 4 por ciento del Producto Interno Bruto cubano. Según cifras oficiales, en 2015 la producción agropecuaria disminuyó un 2.5 por ciento.
Los arrendatarios de tierras y productores agrícolas esperaban que del Congreso salieran nuevas iniciativas para estimular la producción. En estos ocho años, desde la aprobación de la entrega de tierras, y con la lentitud que acostumbra la burocracia cubana, se intentaron eliminar algunas trabas y prohibiciones absurdas. Cuatro años les tomó autorizar que los arrendatarios pudieran construir sus casas en las tierras que debían poner a producir –la medida se anunció en 2012.
El economista cubano Omar Everleny Pérez opinó en el más reciente número de la revista Cuba Studies publicada este año que deberían emprenderse nuevas acciones para “que se aprecien los resultados en la agricultura, ya que hoy los mismos son insuficientes”. Entre las medidas propuso la definición de un “nuevo sistema de gestión agrícola”, la creación de mercados mayoristas para adquirir insumos, la búsqueda de soluciones para la transportación de las mercancías. Asimismo, mencionó la “imperiosa necesidad de la asociación con capitales extranjeros”.
Pero Pérez, considerado un experto de la economía cubana aunque crítico de la lentitud de las reformas impulsadas por Castro, parece no haber leído bien hacia donde soplaba el viento. Justo después del Congreso del Partido, fue despedido del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana.
Las reformas parciales no funcionan
Durante ese evento que congregó a cerca de mil militantes comunistas, solo se escucharon críticas a “los intermediarios” en la cadena de comercialización –especialmente, a los vendedores mayoristas– y la sugerencia de que podría volverse a la centralización de la distribución a través del organismo estatal de acopio, luego del supuesto fracaso de un “experimento” de descentralización de la distribución en La Habana y provincias cercanas.
El gobernante cubano Raúl Castro fustigó durante la apertura del Congreso “desviaciones” como “la reaparición de la especulación y el acaparamiento” al referirse a los altos precios de los productos agropecuarios. Aunque reconoció los bajos niveles de producción, llamó a “no quedarse de brazos cruzados ante el manejo inescrupuloso de los precios por parte de los intermediarios, que quieren ganar cada vez más”.
La retórica recuerda a la de su hermano Fidel Castro, quien primero en los años 1980 y luego en los 1990 permitió los llamados “mercados campesinos”, donde los productores podían vender las cosechas directamente a la población, pero luego los suprimió o limitó severamente al acusar a los agricultores e intermediarios de enriquecimiento.
Este martes, el Ministerio de Finanzas y Precios anunció también la imposición de precios máximos de venta de algunos productos (viandas, hortalizas, frutas y granos) en los mercados agropecuarios – aunque no en los regidos por la “oferta y demanda”.
El profesor y economista Carmelo Mesa Lago admite que el precio de los productos aumenta considerablemente después de que estos “salen de la tierra” y que los intermediarios, que cubren con los costos de su transportación, juegan un papel en el aumento de los precios, pero soluciones como imponer topes a los precios de venta de algunos alimentos son “decisiones políticas pero es muy difícil que puedan mantenerse, no son factibles económicamente”.
El experto menciona también la baja producción y la escasa competencia entre los intermediarios como factores que encarecen los alimentos.
Pero el economista cubano Pavel Vidal, profesor de la Universidad Javeriana en Colombia, insiste en que los intermediarios no son el principal problema.
“El experimento para desmontar Acopio [el organismo estatal de distribución agrícola] en La Habana, Artemisa y Mayabeque quedó incompleto, pues se introdujo un mercado mayorista para las ventas finales, pero no se introdujo un mercado para la compra de insumos, ni se atendieron otros factores que restringen la capacidad productiva del sector”, explica.
Al mismo tiempo, el auge de los paladares y el incremento del turismo ha aumentado la presión a un mercado agropecuario que no da abasto.
“La agricultura sigue siendo un mercado con restricciones para incrementar la oferta, por tanto, ante un incremento de la demanda (más turistas, más paladares y aumento del salario promedio nominal) reacciona con un incremento de los precios. No es culpa de los intermediarios”, asegura.
En un intento por paliar la escasez de buenas noticias en el Congreso, a unos días de su clausura, el Ministerio de Finanzas y Precios anunció, además, una rebaja de alrededor del 20 por ciento de los precios en las tiendas recaudadoras de divisas como expresión de “la voluntad política de la Dirección del Partido y el Gobierno de hacer todo lo posible por mejorar la situación de la población en medio de las limitaciones existentes”.
El litro de aceite vegetal fluctúa ahora entre el 1.95 y 2.10 CUC. Anteriormente llegaba a alcanzar los 2.60 CUC.
Aunque la medida fue bien recibida en la isla y ahora el billete de 20 CUC puede rendir un poquito más, está muy lejos de resolver el problema.
“Lo peor es que los diseñadores de la reforma no han podido defender la continuidad de las reformas de mercado en la agricultura y cedieron a las fuerzas que se resisten a los cambios, y deciden regresar a la estructura del ineficiente y contraproducente sistema de acopio estatal”, opina Vidal.
El economista vaticina entonces un mayor desabastecimiento de alimentos en tiendas y mercados como resultado, a lo que podría sumarse el impacto negativo para la economía cubana de la situación en Venezuela.
“2016 será nuevamente un año difícil para los cubanos”, opina y concluye que lo visto en el caso de la agricultura “demuestra que las reformas parciales no dan resultados”.
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