En defensa de los paraísos fiscales
Puede verse también Más sobre paraísos fiscales por Alberto Benegas Lynch (h)
Hay varios temas involucrados en la controversia suscitada por los Papeles de Panamá. Entre estos se encuentran la voracidad fiscal de varios estados y la evasión fiscal por parte de determinados ciudadanos. A los políticos les interesa que nos olvidemos del primer tema, discutiendo solo el segundo, que es de lejos menos importante que la rapacidad fiscal de no pocos estados en América Latina.
Empecemos por el uso del lenguaje. El economista Daniel Lacalle señala que el término “paraísos fiscales” procede de “un error de traducción que no es casual, ni irrelevante. Tax haven significa refugio fiscal, no ‘paraíso’… No es lo mismo un refugio, consecuencia de un ataque confiscatorio, que un paraíso”.
Esta semana, muchos han equiparado el aparente robo por parte de políticos –su corrupción al apropiarse de fondos públicos y esconderlos en lugares como Panamá– con la aparente evasión fiscal por parte de ciudadanos. Pero como explica mi colega Juan Carlos Hidalgo: “El Estado (ni la ‘sociedad’) es dueña del dinero que uno produce. Robar implica el acto de apropiarse de algo ajeno contra la voluntad del dueño. Tratar de quedarse con el dinero de uno no es un robo… Sí, evadir impuestos es un crimen… Pero esto en ningún sentido debería interpretarse como que el Estado tiene un reclamo moral sobre mis ingresos”.
Otra cosa que se suele decir es que los llamados paraísos fiscales solo benefician a los ricos que tratan de eludir o evadir impuestos y a todo tipo de criminales internacionales, pero en realidad los paraísos fiscales constituyen un beneficio para todas las personas alrededor del mundo que han gozado de los frutos de una sana competencia fiscal. Durante la década de los ochenta, las tasas impositivas sobre la renta personal en los países ricos de la OCDE promediaban 67% y las tasas impositivas sobre las empresas 50%. Estas políticas tributarias desalentaban el ahorro y las inversiones, contribuyendo así a un estancamiento económico. Pero luego vinieron los recortes de impuestos en varios de estos países, empezando con las reformas tributarias de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Esta “carrera hacia abajo”, como le dicen muchos críticos, resultó en que para 2008, la tasa impositiva sobre la renta personal más alta en estos países cayera a un promedio de 40% y la tasa impositiva sobre las empresas a 27%. Pero esa llamada “carrera hacia abajo” contribuyó a una era de crecimiento económico y prosperidad global sin precedentes.
El principal problema en nuestras sociedades latinoamericanas sigue siendo la corrupción, producto de la concentración de poder en las autoridades públicas y en la escasa rendición de cuentas sobre el uso y abuso de este. Pero si sigue pensando que la evasión fiscal es un gran problema, hay dos formas de combatirla: o continuamos dándole más poder a nuestros políticos despidiéndonos de nuestro importante derecho a la privacidad y a la presunción de la inocencia o nos unimos a la tendencia internacional de la competencia fiscal.
Si optamos por lo segundo, tendríamos que reducir la cantidad, complejidad y carga de nuestros impuestos, fomentando así el ahorro y las inversiones. También ayudaría que nuestros servidores públicos mejoren los servicios que prestan y entiendan que los ciudadanos no trabajamos para ellos, más bien al revés, y que precisamente por eso deben rendir cuentas acerca de cómo gastan nuestro dinero.
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