América, de cabo a rabo
Un evento de la Fundación Internacional para la Libertad y la Cátedra Vargas Llosa reunió en España esta semana a una selección cultural e ideológicamente amplia de personajes políticos y literarios de muy diversos países.
La dimensión política de estas jornadas abarcó un abanico de asuntos, del populismo que surge en Estados Unidos y Europa al inmovilismo europeo ante los desafíos migratorios y de otra índole, y del grave estancamiento político que vive España, la cuarta economía de la Unión Europea, al futuro promisorio de una América Latina que da señales de renovación.
La conclusión que se desprendía de muchas intervenciones es que el populismo se ha desplazado de América Latina a Estados Unidos y Europa. Lo que antes era un populismo amenazador, con vocación proselitista y mirada continental en América Latina, hoy se ha vuelto, en estas tierras, una supervivencia agónica, confinada en pocos países donde ya no cuenta con bases mayoritarias. ¡Qué diferencia con lo que sucedía hace una década! En cambio, en parte por la crisis financiera de 2008, luego convertida en crisis económica propiamente, y por la oleada de refugiados impulsada por los holocaustos africanos y mediorientales, Europa experimenta una fuerte reacción nacionalista de carácter populista.
Quien hizo esta observación con más claridad fue el Nobel turco Orhan Pamuk, un crítico severo del autoritarismo disfrazado de laicismo en su país, pero también del fundamentalismo islámico: para él, la ceguera europea frente a la pretensión de Turquía de ingresar en la Unión y la falta de flexibilidad a la hora de albergar e integrar a los migrantes en el Viejo Continente ha despertado un populismo xenófobo que estaba latente pero no era la amenaza que es ahora.
Al otro lado del charco, el populismo de Donald Trump, a la derecha, y Bernie Sanders, a la izquierda, es en parte el eco de lo que pasa en Europa, que comparte con Estados Unidos un espacio de civilización occidental cuyo vasos comunicantes sirven tanto para esparcir las buenas como las malas ideas con velocidad. Pero también es resultado, como en Europa, de la crisis de 2008 que no acaba de hacerse sentir y de la decadencia de unos partidos que han perdido conexión con el hombre y la mujer del común.
Qué curioso que estos fenómenos conexos en Europa y Estados Unidos se den cuando en América Latina las cosas van al revés. Desde Mariano Rajoy, en la derecha, hasta Felipe González, en la izquierda, y desde Andrés Pastrana hasta Sebastián Piñera, la coincidencia en que América Latina vive la crisis del populismo, como a finales de los 90 vivió la del llamado “neoliberalismo”, no tiene fisuras.
¿Por qué esa asimetría entre América Latina y los países desarrollados? No es nueva. Cuando en los años 20 e inicios de los 30 irrumpió el populismo europeo de entreguerra, América Latina no había conocido su populismo epónimo. Estaba a punto de empezar -podría decirse que en Uruguay y Argentina, los países más avanzados, andaba ya en estado embrionario-, pero no sería hasta después de sentirse a fondo los efectos de la Gran Depresión que el fenómeno cobraría forma. Poco después, Getulio Vargas en Brasil y, luego, Perón en Argentina, instalarían el populismo latinoamericano, que, como describió en Madrid Carlos Alberto Montaner, tiene un identikit puntual y devastador para las instituciones y valores republicanos. La persistencia de la pobreza, el factor que muchos liberales olvidan, como insistió en recordarnos Mauricio Rojas, se encargó de acentuar los factores que hicieron del populismo latinoamericano un rasgo tenaz durante décadas.
Vuelvo a la divergencia extraña: el populismo que sacude la política estadounidense y europea se bate en retirada en América Latina. Advierto otra curiosa divergencia, esta vez entre latinoamericanos. Los venezolanos son más cautos que los otros latinoamericanos a la hora de pronosticar el fin del régimen de Maduro. Líderes de opinión como Marcel Granier, a quien el régimen chavista expropió Radio Caracas Televisión, sostuvieron que se va agotando lo que la presión internacional puede hacer y que el partido decisivo se juega dentro de Venezuela, donde la oposición no actúa ahora con la unidad necesaria. El y otros creen que se puede erosionar seriamente la credibilidad ganada tras el triunfo abrumador de la oposición en las elecciones para la Asamblea mientras persista la división de temas, liderazgos y estrategias. Entre el cambio de Constitución, el referéndum revocatorio y la Ley de Amnistía, para mencionar sólo tres asuntos que distintos líderes opositores persiguen, hay una competencia no resuelta; cada cual enfatiza algo distinto… mientras Leopoldo López y otros muchos siguen presos.
Mientras tanto, y en esto Alvaro Uribe fue revelador, Venezuela ha apuntalado mucho la presencia cubana, especialmente a través del tristemente célebre Ramiro Valdés, hombre clave de la represión cubana durante décadas y cercano a Raúl Castro, que está hoy instalado en Caracas. Según Uribe, esto augura una posibilidad de golpe de Estado dentro del chavismo para optar por el endurecimiento violento aprovechando las dificultades opositoras para hacer valer su mayoría.
Su compatriota Andrés Pastrana ve el riesgo serio de que el populismo colombiano salga tonificado de los acuerdos de paz inminentes entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc (y, eventualmente, el ELN, con el que se han iniciado también tratos formales). Es interesante comprobar la inesperada coincidencia que Pastrana y Uribe exhiben hoy. Pastrana fue quien intentó negociar un acuerdo con las Farc en su gobierno, cediéndoles 42 mil kilómetros cuadrados. Uribe fue quien les hizo la guerra. Sin embargo, hoy parece haber sintonía en la interpretación de la secuencia: primero, Pastrana, gracias al Plan Colombia y una política de fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, apuntaló al Ejército colombiano, y luego Uribe aprovechó esa herencia para infligir a las Farc un castigo severo. Ese castigo, a su vez, hizo posible que Santos se sentara a negociar con el enemigo. Lo que pasó después es otra historia y materia de una controversia que ha llevado la popularidad de Santos a mínimos históricos.
Pero estas son las excepciones. Lo que predomina es la idea de que el populismo latinoamericano se bate en retirada y lo que ocurre en Argentina tiene valor predictor. Hay consenso en elogiar la gestión de Mauricio Macri y entender que dos aspectos políticos de primera magnitud serán determinantes para que no le suceda a él la maldición de los presidentes no peronistas que caen. Uno es que ha logrado, como se ha visto en la aprobación del acuerdo con los “holdouts”, una mayoría parlamentaria operativa. El otro es el dominio macrista de la provincia de Buenos Aires, que representa casi el 40% del electorado nacional y ha sido el bastión de todos los populismos argentinos.
Respecto de Brasil, subsiste una diferencia interesante entre liberales y conservadores, por una parte, y socialistas por la otra. Los socialistas razonables han arrojado la toalla respecto de Bolivia y Ecuador, como la habían arrojado antes con relación a kirchnerismo, pero no todavía a propósito del PT brasileño. En esto Felipe González, que influye mucho en el socialismo latinoamericano, expresa el temor de que se establezca “el gobierno de los jueces”. En el fondo, es una defensa política de Dilma y Lula porque interpreta que encarnan un socialismo moderado, independientemente de los casos de corrupción existentes. La visión desde la otra orilla, por ejemplo en boca de un Pedro Aspe, el ex ministro de Hacienda mexicano, o Luis Alberto Lacalle, el ex mandatario uruguayo, es distinta: Brasil necesita una salida política, constitucional, que permita formar un nuevo gobierno. El efecto de postergar esto es nocivo no sólo para Brasil: también para la región.
Sobre Chile hay mayor consenso del que se pensaba: socialistas moderados y liberales creen que se llevó demasiado lejos el cuestionamiento al modelo y que aun con los frenos que se pusieron, la desconfianza crece. De allí la inusitada diferencia que lleva Piñera a sus adversarios potenciales, como Ricardo Lagos, en los sondeos. Sin embargo, no está ausente cierta ironía en esto, pues Lagos, aunque lo expresa con más recato que otros socialistas internacionales, también piensa que hubo imprudencia en la etapa clave del gobierno chileno.
Estados Unidos suscita hoy, para estos latinoamericanos esperanzados con el retroceso populista, una preocupación angustiosa. Como sostiene Pedro Aspe, el proteccionismo se ha apoderado tanto de republicanos como de demócratas, lo cual pone en peligro el Acuerdo Transpacífico, y acaso la relación comercial con el mundo situado al sur del Río Grande. La mayor víctima sería, por supuesto, México, cuyas cabezas más lúcidas ven con espanto que los actores estadounidenses principales, incluida Hillary Clinton, la esposa de quien rubricó el Nafta en 1993, reniegan del comercio libre.
A ello se añade un esfuerzo tardío del Presidente Obama por “reengancharse” a América Latina. Lo que ha hecho para ello despierta temor: en algunos cubanos de la isla que acudieron al evento, porque no hay una respuesta liberalizadora del castrismo en reciprocidad a los gestos de Washington; en algunos colombianos, como Pastrana, porque el aval dado por el secretario de Estado John Kerry a las Farc en La Habana puede tener consecuencias en el debilitamiento institucional colombiano frente a la arremetida política, con toda clase de exigencias, de parte de la organización que el propio Departamento de Estado califica de terrorista.
La visión que sobre el Perú predomina en estos círculos internacionales es la de un país que, como piensa Roberto Dañino, ex primer ministro, ha visto la calidad de su vida política declinar al mismo tiempo que la economía se modernizaba. Una paradoja que a todos los observadores intriga. ¿Qué va a pasar en el Perú?, se preguntan. El signo de la imprevisibilidad política, la otra cara de la debilidad institucional, marca hoy al Perú con la misma fuerza con la que hasta hace poco lo marcaba su rutilante economía.
La retirada del populismo, pues, no significa el triunfo liberal. Y si todos estos riesgos, aumentados por la necesidad de Obama de labrarse un legado que le es esquivo en otras partes, se confirman, podríamos llevarnos un chasco.
Quizá pueda terminar repitiendo algo que tuve ocasión de decir en una reunión en Chile hace algunos meses: la derrota del populismo -suponiendo que Brasil dé pie a un mucho mejor gobierno y que ni Correa ni Morales violen la ley tratando de hacerse reelegir- no significa para los liberales otra cosa que un espacio de competencia que se va abriendo. Superado lo peor del populismo, liberales, conservadores, socialdemócratas y democristianos entran otra vez en reñida competencia por el alma de América Latina. Veremos quién dominará la próxima década.
- 23 de julio, 2015
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