Bolivia: La bendición de la informalidad
A menudo se habla de la informalidad como un problema serio, como una plaga que hay que eliminar. Por supuesto, tal planteamiento evidencia el desconocimiento del verdadero problema. Y es que la informalidad es en realidad una solución, una forma de escapar a trabas que genera el Estado.
Tener un negocio formal en Bolivia es un ejercicio en tolerancia y flagelación. Quien desea someterse a esos tormentos requiere pasar por una serie de trámites y obtener un sinnúmero de permisos como ser la ficha ambiental, la licencia de funcionamiento, el número de identificación tributaria, registro de comercio, pasar por el Sedes, el Senasag, la alcaldía, la gobernación, el plan regulador o por algún ministerio, donde indefectiblemente tendrá que hacer interminables colas, ser mal atendido, recibirá información equivocada o incompleta, tendrá que volver nuevamente para que le informen algo diferente a lo que le dijeron la última vez, tendrá que dar alguna coima para que los funcionarios hagan lo que deberían hacer sin coimas, tendrá que dar otras coimas para agilizar los trámites u obviar algún requisito, tendrá que pagar a algún abogadillo para hacer memoriales absolutamente prescindibles, se verá sometido a una oficina de impuestos que castiga el menor error con multas draconianas y cuya función es hostigar y castigar a quienes intentan cumplir la ley, convivirá con leyes laborales elaboradas bajo la premisa de que el empleador es un mafioso y explotador mientras el empleado es un santo victimizado por este y tendrá que cumplir con caprichos políticos como los aumentos salariales determinados en base a consideraciones políticas.
Ante este panorama desolador, existen personas que deciden mandar al Estado y a toda su burocracia al carajo y hacer algo a lo que tienen legítimo derecho: trabajar. Y conste que la informalidad no existe solo entre los emprendedores, porque también hay empleados que escapan a toda la burocracia y trabajan en empresas informales. Y si las condiciones laborales en el sector informal supuestamente son peores que en el formal es muy válido e importante preguntarnos seriamente ¿por qué no se van al sector formal?
La informalidad no es un problema, el Estado es el problema y la informalidad es una solución. Para convencernos de esto solo hace falta hacer el ejercicio mental de cómo sería el país, si el Estado pudiera eliminar la informalidad de manera punitiva. ¡Cuántas más personas sin empleos habrían! ¡Cuánto menos creceríamos! ¡Cuánto más pobres seríamos!
Si queremos reducir la informalidad, tenemos que ir a la raíz del problema: la burocracia estatal.
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