Muchas vidas alteradas en la frontera entre Colombia y Venezuela
CÚCUTA, Colombia—Para el décimo cumpleaños de su hijo Jurgen, Julien Quiseno tenía pensado prepararle una pequeña torta e invitar a algunos familiares para celebrar en su casa de bloques de hormigón en las afuera de San Antonio del Táchira, en Venezuela.
Hace un par de semanas, sin embargo, soldados venezolanos se presentaron en su casa y la deportaron por ser colombiana y residir en Venezuela sin documentos. El jueves pasado, el día del cumpleaños de Jurgen, lo pasó en un refugio temporal en esta ciudad fronteriza. El niño, sus dos hermanos y la madre de Quiseno, que son ciudadanos venezolanos, siguen al otro lado de la frontera.
“Ha sido tan malo, tan difícil” dijo Quiseno, una madre soltera de 31 años con ojos oscuros y serios y cabello largo atado en una cola. “Pero ya vendrán otros años, otros cumpleaños. Sólo tengo que esperar”.
Quiseno es una de más de 16.000 personas que según Naciones Unidas han sido deportadas o han huido de Venezuela desde el 19 de agosto, cuando el presidente Nicolás Maduro ordenó repentinamente que se cerrara la usualmente permeable frontera y que se expulsara a los colombianos indocumentados. Maduro, cuyo partido socialista enfrenta una dura lucha electoral en diciembre, culpa a los inmigrantes colombianos por el crimen rampante y la escasez de alimentos que abruman a Venezuela.
La de Quiseno es una de las decenas de miles de vidas que han sido perturbadas a lo largo de esta activa frontera. Familias han sido separadas. Los colombianos desplazados regresan a su tierra buscando alimento y refugio, muchos de ellos arrastrando sus electrodomésticos, muebles y otras pertenencias a través del río Táchira.
Las comunidades a lo largo de la frontera de 2.217 kilómetros han albergado a familias de ambas nacionalidades durante décadas. El área metropolitana en torno a Cúcuta y San Antonio es el hogar de cerca de tres millones de habitantes, muchos de las cuales cruzan la frontera a diario. Los miles de personas que se ganaban la vida transportando bienes de un lado al otro, tanto legales como ilegales, desde aquellos que cambian divisas a los que revenden gasolina venezolana, han visto cómo sus actividades se han paralizado.
“He hecho esto toda mi vida”, dijo Oscar Medina, de 42 años, que trabaja con su padre cambiando dinero a la entrada de un puente entre los dos países. El jueves, no había tráfico y se habían levantado barreras de alambre de púas a lo largo de la otrora congestionada vía. “¿Ahora qué trabajo puedo encontrar?” preguntó.
En un estacionamiento cercano del lado colombiano, cinco camiones con placas venezolanas se encontraban abandonados. Estaban cargados con toneladas de carbón colombiano que iba a ser exportado a través de un puerto venezolano. Sus conductores, que viven del lado venezolano, no han podido regresar, relató el administrador del estacionamiento, Javier Niño.
En un puente sobre el río, cientos de venezolanos esperaban el jueves a pleno sol con la esperanza de regresar a casa. Muchos estaban visitando a familiares en Colombia, pero encontraron la frontera cerrada cuando trataron de volver. “Imagine llegar a casa y que no se le permita entrar”, reclamó airada Mari González, de 49 años, arrastrando su maleta a través del puente cuando a ella y a otros finalmente se les permitió el ingreso al país. “Que tremenda falta de respeto”.
El gobierno venezolano permitió el viernes lo que las autoridades colombianas llamaron un “corredor humanitario”, para que los niños que residen en Venezuela pero que estudian en Colombia puedan asistir a clases. El día anterior, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, manifestó en un discurso televisado su disposición a reunirse con Maduro, siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones. También solicitó que Venezuela permita que entren camiones y retiren las pertenencias de los colombianos forzados a salir de Venezuela. “A los colombianos tienen que respetársele sus derechos fundamentales”, dijo.
Santos ha lanzado una ofensiva diplomática, invitando a los embajadores de más de una decena de países para que vean lo que sucede en la frontera. El sábado, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, visitó la zona y exhortó a los dos países a que “reunifiquen” a las familias.
El gobierno colombiano se ha movido rápidamente para abordar la llegada de los deportados. Esta cálida y ventosa región sufre de un desempleo superior al promedio y las autoridades colombianas han instalado refugios en escuelas y gimnasios con carpas, ofrecido alimentos y asistencia médica para más de 3.300 personas, según cifras policiales.
El cierre de la frontera ha resaltado lo mucho que la pujante ciudad depende del contrabando. Debido a que Venezuela subsidia enormemente la gasolina y los alimentos, muchas familias se ganan la vida comprando esos productos a precios bajos en Venezuela y revendiéndolos en Colombia. El desplome del bolívar frente al peso colombiano en el mercado negro ha hecho que los márgenes de ganancia sean incluso más jugosos para los contrabandistas.
En el lado venezolano, mientras tanto, la gente se ha acostumbrado a depender de medicinas, celulares y partes para motocicleta provenientes de Colombia, todos productos escasos en Venezuela. El cierre de la frontera ha disparado los precios de estos bienes en el mercado negro. La semana pasada, muchos de los puestos en Colombia que vendían gasolina venezolana estaban sin dependientes, dejando contenedores vacíos rodando a merced del viento cálido.
El ministro del Interior de Colombia, Juan Fernando Cristo, calculó que cerca de 5.000 familias viven del contrabando de gasolina. El viernes, anunció un grupo de trabajo para ayudar a estos ciudadanos a recibir formación profesional y encontrar otro empleo.
Otros, como Carlos Gutiérrez, tenían un trabajo legítimo, pero ahora no pueden llegar a él. Gutiérrez vive en Cúcuta, pero trabajaba en una pequeña fábrica de zapatos en Venezuela. La semana pasada se agazapaba entre algunos árboles bajos en la ribera del río, analizando la posibilidad de escabullirse y cruzar la frontera para llegar a su trabajo. Explicó que se había quedado sin dinero.
Sin embargo, soldados venezolanos ocupaban la otra ribera. “El conflicto entre los países no se va a acabar”, aseguró. “Espero que encuentren una solución pronto. Ha arruinado todo”.
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