Argentina rumbo a las elecciones
Es hora de empezar a prestar mucha atención a lo que sucede en Argentina, donde en pocas semanas se celebrarán unas elecciones primarias que, por su naturaleza, tendrán un valor predictor casi definitivo acerca de lo que cabe esperar en las generales de octubre. Esas elecciones serán las más importantes de América Latina este año, y es probable que en muchos años, por la tendencia que pueden marcar en una región donde el populismo antidemocrático es uno de los mayores escollos para el progreso.
Las últimas semanas han confirmado algo que era previsible: el kirchnerismo hará todo lo que esté a su alcance para frustrar el cambio de régimen. Digo bien “régimen” y no “gobierno”, pues la ruina en que están las instituciones republicanas allí, las características que ha adquirido el Estado kirchnerista y la perturbación de la vida económica y social que supone el sistema imperante constituyen mucho más que una administración gubernamental.
La Presidenta Cristina Kirchner ha dado en los últimos días varios pasos que delatan sus intenciones. Primero, ha decidido que el oficialismo esté representado por Daniel Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, un enemigo interno al que tendrá domeñado gracias a un aparato de control que incluye haberle impuesto como candidato a la vicepresidencia a su hombre de confianza, Carlos Zannini. El kirchnerismo aspira a seguir siendo el factor determinante del poder en Argentina después de las elecciones. En pos de ello, ha tenido que hacer una concesión -aceptar a Scioli- y una declaración de fuerza: ponerle lo que el columnista Morales Solá llamó “un comisario”.
Esta no era, desde luego, la idea original. Kirchner pretendía la reelección, pero Sergio Massa, el peronista disidente, provocó en 2013 un trauma en sus planes al derrotar al oficialismo en las elecciones para diputado. Aquel fue el antes y el después para los planes de la mandataria argentina: el surgimiento de una disidencia tan contundente en el corazón mismo del oficialismo permitió el triunfo de lo que era la causa opositora por excelencia en ese momento: el impedimento del cambio constitucional para que Kirchner se hiciera reelegir. No había en el Congreso y en la calle sustento para esa operación. A partir de entonces, la estrategia de perpetuación en el poder tuvo que sufrir modificaciones. El resultado ha sido, después de muchos forcejeos, el pacto no escrito mediante el cual Kirchner acepta a Scioli y Scioli se subordina por completo -no por vez primera en su carrera- a quien manda.
¿A qué aspira Scioli, en términos de estrategia electoral, para lograr la victoria? A reunir a los votantes ideológicamente cercanos al kirchnerismo pero avergonzados por los métodos y prácticas de Kirchner (Néstor ayer, hoy Cristina), a los votantes del kirchnerismo “duro” movilizados por La Cámpora y a los desertores y disidentes que pudieran haberse entusiasmado en su momento con Sergio Massa pero que ahora, ante la evidencia de que esa candidatura está debilitada, podrían optar por volver al redil.
Esto último es clave. Massa, el ex intendente de una pequeña localidad de la provincia bonaerense, fue la expresión en su momento de algo más que una corriente disidente al interior del peronismo. Su masa social representaba una “equidistancia” entre el oficialismo y la oposición formal, cuya columna vertebral es la centroderecha capitaneada por Mauricio Macri, durante muchos años jefe del gobierno de la capital. Eran votantes apetecibles para quien, como Scioli, fuera un oficialista “light” percibido como mucho menos ideologizado que Kirchner pero también para quienes, como Macri, tuvieran antiguas raíces peronistas y pretendieran, empinados sobre esa “legitimidad” original, lograr un cambio con apoyos muy diversos.
Massa, que percibía esto con instinto certero, hizo esfuerzos muy visibles para no ser absorbido por nadie. Sin embargo, la polarización, a la que contribuían, cada minuto que pasaba, el desastre económico y la agresividad política del gobierno, fue erosionando la figura del disidente. Macri empezó a situarse con más frecuencia en el primer lugar en las encuestas; Scioli, que en algunas desplazaba por poco al ex jefe del gobierno de la capital, fue consolidando una base peronista en la que había sectores cercanos al gobierno pero también corrientes justicialistas hastiadas de Kirchner y La Cámpora.
Una última baza le quedaba a Massa para evitar una derrota: la alianza con Macri. Círculos empresariales (el “círculo rojo” del que hablaba Macri aludiendo a un “establishment” que había sido oficialista pero se había decepcionado de él a medida que se sucedían las calamidades argentinas) presionaron a los candidatos para forzar dicha unión. Al final, Macri prefirió evitarla. “El cambio lo pueden llevar adelante quienes fueron protagonistas de estos años”, sentenció.
¿Estaba Macri cometiendo un suicidio político? No. Estaba partiendo de una premisa lógica: el perfil de líder del cambio se diluiría si sumaba a su coalición a un sector que hasta hace muy poco había estado tan identificado con el gobierno. Se habría resentido mucho su propia alianza, que incluye al PRO, su partido, al viejo radicalismo y a líderes como Elisa Carrió, que tuvieron alguna vez una militancia de izquierda y son percibidos como contrarios a los poderes del “establishment” y a la corrupción. Por último, prevalecen en Macri y su entorno la convicción de que los votantes de Massa tienen un entredicho tan frontal con el kirchnerismo, que no podrán votar por otra opción que la que encarna el ex jefe del gobierno de la capital.
Esto, no hace falta recordarlo, no está del todo garantizado. Si el comportamiento de los intendentes de distintas localidades de la provincia de Buenos Aires es un termómetro, las noticias son inquietantes para Macri: varios de ellos han regresado al oficialismo tras el fracaso de los esfuerzos para juntar a Massa con Macri. Se trata de un sector político cuya única ambición es obtener cuotas de poder y que carece de principios, pero de ese tipo de elementos no podrá prescindir quien quiera llegar al gobierno en las elecciones de octubre.
No es seguro que el electorado de Massa tenga un comportamiento tan volátil y acomodaticio como estos representantes del massismo, pero la correa de transmisión entre ellos y los votantes que en 2013 auparon a Massa contra Kirchner fue una realidad en ese momento. Si mantienen influencia en esos votantes -lo que no es imposible en una provincia tan clientelista-, pueden volverse un problema.
Las PASO de inicios de agosto podrían resolver este problema para Macri. Si en ellas Massa obtiene un pobre resultado, no puede descartarse que, como piden algunos simpatizantes suyos, el ex intendente renuncie a participar en la contienda de octubre. En ese caso, Massa tendrá que emitir señales de algún tipo porque no es concebible el silencio neutral: supondría su extinción como factor de esa campaña y por extensión como factor de poder en el nuevo gobierno. En el siempre laberíntico juego de probabilidades, cobra más fuerza la conjetura de un eventual apoyo a Macri que a Scioli por la enemistad que se profesan Massa y el kirchnerismo. Massa entiende bien que Cristina Kirchner, el demiurgo que maneja a Scioli, no sólo le cerrará las puertas del poder si gana los comicios: probablemente lo perseguirá para destruirlo.
No termino de escribir esto y me surge una duda: ¿Será Scioli un títere de Kirchner también si gana la Presidencia o es ese un mero movimiento táctico en su hora de necesidad para lograr el objetivo? En su biografía política hay episodios de una obsecuencia que sonroja a quien la conozca, pero también hay momentos de independencia. Como vicepresidente de Néstor Kirchner logró despertar en él (y su esposa) suficientes dosis de desconfianza como para que lo apartaran del cogollo íntimo de la Casa Rosada. A partir de 2012 -para citar otro momento de rebeldía-, cuando el kirchnerismo inició su decadencia, se permitió tomar distancia del populismo del gobierno. No lo hizo desde el liberalismo sino desde un peronismo más bien de centroderecha (tal vez recordando que fue Carlos Menem quien lo llevó a la política en los años 90). El peronismo, por lo demás, tiene una historia rica en rebeldías de este tipo. El propio Néstor Kirchner llegó a la Presidencia en 2003 gracias al apoyo de Ernesto Duhalde y al poco tiempo lo traicionó.
Kirchner y La Cámpora, la facción en la que un hijo de la Presidenta es determinante, lo tienen muy claro: de allí que estén tomando muchas precauciones para cerciorarse de que sean ellos quienes sigan mandando de una u otra forma. Sus actos sugieren que lo que buscan es crear unas condiciones en las que Scioli no pueda darse el lujo de romper con ellos. Por ello, además de haberle impuesto una vicepresidencia umbilicalmente ligada a la Casa Rosada, Kirchner y a La Cámpora le van a imponer una lista parlamentaria de toda confianza.
¿Hay aquí una interesante oportunidad para Macri? La hay: si cundiera la percepción de que Scioli no será el peronista “light” y civilizado que se creía en caso de llegar a la Casa Rosada, su candidatura se vería afectada: perdería esa dimensión aglutinante que él quiere potenciar y se vería confinada en el núcleo duro del kirchnerismo. Un núcleo duro que no es poca cosa -un 20% del electorado- pero que con seguridad no bastaría para triunfar. Sería, por lo pronto, mucho más difícil de lo que ya es para Scioli captar el voto de Massa en el balotaje. Macri debe estar salivando de felicidad al ver a su rival principal encorsetado por la estrategia de la Presidenta y La Cámpora.
En Argentina hay una mayoría que se asfixia bajo el kirchnerismo. Tendrían que ocurrir cosas muy extrañas, incluso tratándose de ese país misterioso, para que una candidatura oficialista en el contexto actual pueda hacerse con el triunfo. La capacidad de manipulación de las instituciones es enorme, sí, como lo es la utilización del aparato estatal. Sólo en lo que va del año, el gasto fiscal ha aumentado 37% (contra un aumento de ingresos de 27%) y todo apunta a un déficit presupuestario, este año, de 6%, el más alto de América, destinado a comprar votos. Sin embargo, basta sumar el nivel de apoyo de Macri y de Massa en los sondeos de hoy para darse cuenta de que una masa crítica de argentinos desea el cambio. Tienen interpretaciones muy distintas de ese cambio, pero apuntan a lo mismo: cambiar de régimen.
Carlos Pagni escribe en La Nación que hay dos Argentinas, la de los aportantes de impuestos y la de los consumidores de impuestos. Los segundos, los populistas, no son pocos, pero albergo la convicción de que los límites de abuso, prepotencia y vulgaridad a los que el kirchnerismo ha llevado al populismo serán decisivos a la hora de volcar hacia el cambio a una mayoría de ciudadanos.
- 23 de julio, 2015
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