Argentina y la embestida contra la Corte Suprema: Carlos Fayt, la resistencia ejemplar que nos orienta
Ha ardido el Congreso por la desesperación que abruma a quienes se van a fin de año y tienen miedo de quedarse sin una blindada impunidad. Necesitan modificar la composición de la Corte Suprema de Justicia antes de marcharse. Lo necesitan con urgencia. Han buscado por todos los resquicios y encontraron un caminito aparentemente viable, al que no hesitan en recurrir con escandalosa impudicia: el juez Carlos Fayt.
Tengo frescos los recuerdos de mis conversaciones con ese erudito y noble abogado en los tiempos de la dictadura y luego en los años de la recuperación democrática. Bien nutrido por la ética, demostraba siempre tener aguzados los sentidos en la correcta dirección. Por eso sus textos, conferencias, enseñanzas y desempeño posterior en la Corte son ejemplares. Por eso tantos discípulos siguen venerándolo.
La agresión de la que ahora es objeto permite asociarlo con un directo a la mandíbula que se mandó el historiador Ricardo Rojas contra quienes ofendían a Hipólito Yrigoyen. Rojas no había pertenecido a la UCR hasta que se produjo el golpe de 1930. A partir de ese quiebre, tomó el partido de los derrotados, los que merecían el apoyo de los verdaderos patriotas. Entonces dijo: "Quienes calumnian a Yrigoyen no saben que muerden el bronce". Esto le valió ser arrestado y hundido en el penal de Ushuaia. Muchos ahora rezan para que vayan a un penal los que ofenden el juez Carlos Fayt. Se deben guardar fotografías y documentos para que la Justicia ecuánime del futuro ponga las cosas en su debido lugar.
Sólo los imbéciles y los cínicos pueden tragarse el cuento de que el oficialismo quiere destituir a un grande del derecho por razones de edad o de salud. ¿Por qué no lo hicieron cuando cumplió 80 años? ¿O 90, 91 o 95? ¿Por qué recién ahora, cuando sólo le falta medio año para que ceda el trono? ¿Por qué se le da tanta relevancia a este asunto? La respuesta es translúcida.
La versión populista que nos envilece no logra asir las herramientas que permitan llevar a cabo su objetivo en plenitud. Están nerviosos, angustiados, histéricos. Esta versión populista que nos agobia confesó sin rubor al ganar las últimas elecciones que iría por todo. Ir por todo significa, en la mejor de las traducciones, aspirar al totalitarismo. Las palabras "todo", "todos" y "todas" martillan sin cesar, como un bajo continuo, las demagógicas peroratas oficiales. Expresan un anhelo que les nace desde las vísceras.
Pero, por suerte, no les resulta fácil avanzar en algunos rubros. Por ejemplo, destituir al digno juez Carlos Fayt, que ya merece un pedestal de bronce. Como no les resulta posible sacarlo de en medio, entonces apelan al miserable recurso de corroer su fortaleza. Suponen que, abrumado por el escándalo, se quebrará su espíritu de lucha y presentará la dimisión a su apetecido cargo.
Oprime constatar cómo lo presionan mediante el garrote de la Comisión de Juicio Político. Quienes están medianamente informados saben que esta comisión no puede iniciar un proceso probatorio antes de que se acuerde la realización de un juicio político. Esto es simplemente así. Las pruebas deben tener relación con las acusaciones formuladas antes, y no después. La comisión sólo puede recomendar al Congreso el enjuiciamiento, nada más. Pero aún no hay juicio político y sin juicio político previo no es legítimo avanzar con este atropello ruin. No cabe ni un examen psicofísico al juez ni un reportaje periodístico ni un debate público. Para exámenes psicofísicos sabrosos ya existe una lista interesante de personajes en los más altos niveles del Poder Ejecutivo y no habría que molestar al reducido Poder Judicial.
Muchos miembros del oficialismo, aunque exhiban el título de abogados, desconocen áreas del derecho y, sobre todo, de la Constitución nacional. No tendrían ni que haber empezado por este camino. El cuadro de situación no permite equívocos: cualquier otra medida que adopte la Comisión de Juicio Político, más allá de recomendar el enjuiciamiento, es inconstitucional. Pero violar la Constitución no es un obstáculo insalvable para quienes ahora detentan el poder. La Argentina atraviesa un callejón peligroso.
El kirchnerismo quiere controlar a todos los jueces, como viene haciéndolo desde 1987, cuando engulló la intendencia de Río Gallegos. De allí en adelante, no ha cejado en ir siempre por más. Resulta exacta la reflexión de Gabriela Pousa cuando dice que "cuando se trata de analizar el escenario político nacional, todas las sorpresas son posibles. De un tiempo a esta parte, lo irracional y estrafalario suele darse con mayor frecuencia que lo lógico y razonable". Los límites se han traspasado como nunca antes y, aunque la sociedad siga dando prevalencia a lo económico, aquello que de veras nos hunde como país y como sociedad es la crisis ética, que, lejos de zanjarse, tiende a ser cada vez más profunda.
Pousa agrega un ejemplo ilustrativo: si acaso mañana el ministro de Economía, Axel Kicillof, decretase un corralito que nos impidiera hacernos de nuestros ahorros, en una hora la Plaza de Mayo estaría repleta de argentinos indignados, presentes y activos, haciendo valer sus derechos.
Pero que nos confisquen los principios y valores morales no moviliza siquiera, y es que, aunque suene duro, los ahorros pesan más que la ética. Se defiende el billete con mayor ahínco que la decencia.
Asumiendo esta realidad, quizás pueda entenderse por qué, en términos históricos, es más grave la afrenta a Carlos Fayt que el déficit fiscal. Este último se revierte con profesionales capaces que reemplacen a los mediocres del presente. Pero la falta de respeto implica una degradación cultural que no se corrige de un día para el otro.
La edad del juez Carlos Fayt se usa como la justificación más a mano, pero también la de mayor bajeza. No hay adjetivo para sentenciar con el debido rigor lo que el Gobierno está haciendo con un juez del máximo tribunal, pero sobre todo con un ser humano. Por eso la resistencia de Fayt es una lección maravillosa y orientadora. Gran cantidad de ciudadanos lo acompañan con admiración y anhelan que mantenga firme su postura. No se trata de un beneficio personal, sino de un sacrificio que la historia reconocerá. Su presencia en la Corte Suprema garantiza que el Poder Judicial no sea objeto de un asalto infame, con graves consecuencias para la salud de la República.
Es oportuno recordar unas palabras del propio Fayt, pronunciadas en septiembre de 2013, cuando aún no se veía clara la salida de nuestro país: "Hay mucha corrupción, es alarmante, enorme, está en niveles muy altos. El país no tiene partidos políticos ni lideres auténticos. ¿Dónde están los grandes líderes? ¿Dónde están un Lisandro de la Torre o un Juan B. Justo? ¿Dónde están las grandes figuras del país? ¿Dónde?".
Parece que ahora la Argentina comienza a despertar. Y usted, doctor Fayt, con su vigor ético, nos ayuda.
- 28 de diciembre, 2009
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