Detrás del encuentro del Papa y Raúl Castro
Puede verse también en este blog Raúl Castro hace migas con el cielo por Álvaro Vargas Llosa
La calidez y hospitalidad que el papa Francisco le mostró a Raúl Castro en el Vaticano hace unos días dejó atónitos a muchos católicos, y con razón. El dictador fue a Roma para pulir su imagen y el pontífice le ayudó.
Durante el encuentro, Castro se burló de la fe al bromear que si el Papa se portaba bien, él podría regresar a la Iglesia Católica. También se burló de todos los refugiados cubanos, vivos o muertos, al obsequiarle al Papa una pieza de arte que mostraba a un migrante rezando.
El papa Francisco le dio al dictador una copia de su exhortación apostólica de 2013 titulada La alegría del Evangelio, en la que critica duramente la libertad económica. Es como predicarle a los devotos. Como dijo Raúl, “Él es jesuita y yo también fui a una escuela jesuita”. En serio.
Siempre es posible que el papa Francisco busque acercarse al régimen para cambiarlo. Tal vez tenga en mente una versión espiritual del Caballo de Troya, que una vez que cruce las puertas del infierno cubano despliegue un ejército de ángeles.
Con Dios todas las cosas son posibles, pero sospecho que esta reconciliación con Castro tiene raíces más mundanas.
El Santo Padre es un hijo de la Argentina del Siglo XX, definida ideológicamente por el nacionalismo, el socialismo, el corporativismo y el sentimiento antiestadounidense. No me extrañaría descubrir que estas tendencias influyen en sus opiniones sobre Estados Unidos y la isla a 144 kilómetros de sus costas.
Cuando la dictadura cubana perdió a su mecenas soviético a principios de la década de los 90, casi colapsó. El año pasado, los profundos problemas económicos volvieron a dar la apariencia de que obligarían a un cambio. A medida que disminuyeron los subsidios petroleros venezolanos a La Habana, el podrido sistema de la isla quedó al borde del colapso.
Era una oportunidad para que la Iglesia mostrara solidaridad con el indefenso pueblo cubano, o al menos no tomar partido. En cambio, el Vaticano intervino para ayudar a los Castro. En diciembre nos enteramos que el Papa Francisco negoció el descongelamiento de las relaciones entre Obama y Castro, que aunque es improbable que genere mejoras en los derechos humanos, ya está generando un renovado interés en invertir con el gobierno militar.
Algunos católicos han tratado de excusar la hostilidad del Papa hacia la libertad económica en La alegría del Evangelio al argumentar que creció en una economía corrupta dirigida por el Estado y, probablemente, la confundió con un sistema capitalista. Es un disparate. El estatismo argentino explícitamente denuncia la economía de mercado.
Hay otra explicación más factible sobre por qué el Papa muestra su desdén en su exhortación por una “cruda e ingenua confianza en la bondad de aquellos que poseen poder económico y en el funcionamiento sacralizado del actual sistema económico”. Esta se encuentra en la convicción argentina de superioridad cultural sobre los capitalistas acaparadores de dinero del norte y su fe en el Estado para protegerla.
El historiador mexicano Enrique Krauze rastrea su origen en un rechazo intelectual a EE.UU. después de la derrota española en la guerra hispano-estadounidense de finales del siglo XIX. Los ejemplos que cita en Redentores, su libro de 2011, incluyen al poeta nicaragüense Rubén Darío y el historiador franco-argentino Paul Groussac, quienes caracterizaron a los estadounidenses como bestias incivilizadas. Al mismo tiempo, según Krauze, el Cono Sur, y Argentina en particular, importaron la idea de un “socialismo que lucha para mejorar el nivel económico cultural y educativo de los pobres, a la vez que genera un estado nacionalista”.
En 1900 el uruguayo José Enrique Rodó publicó Ariel, en el que enfatiza la “superioridad de la cultura latina sobre el mero utilitarismo patrocinado” por el norte. Rodó fue “el primer ideólogo del nacionalismo latinoamericano” y su influencia se extendió por toda la región. “El latinoamericanismo, especialmente en el sur, también fue anti-yankeeismo”, escribe Krauze.
Cuba vuelve a ser, 115 años después, símbolo de la lucha entre el norte y el sur. A muchos intelectuales latinoamericanos no les gusta la dictadura, pero detestan la riqueza y el poder de EE.UU. Saben que un colapso completo de Cuba probablemente traerá de regreso a los estadounidenses. Es por eso que toleran el statu quo.
Sólo puedo especular sobre las opiniones del Santo Padre sobre Cuba, pero se está ganando una dudosa reputación política. En agosto de 2014 levantó la prohibición al padre Miguel d’Escoto Brockmann, de la comunidad Maryknoll, para celebrar misa. El clérigo comunista, que se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores del sandinismo marxista, fue degradado por el papa Juan Pablo II por rehusarse a alejarse de la política.
Después de levantar la prohibición, el padre d’Escoto se apresuró a denunciar al querido pontífice polaco por “abuso de autoridad”. También declaró a Fidel Castro mensajero del Espíritu Santo en “la necesidad de luchar” para establecer “el reino de Dios en esta tierra, que es su alternativa al imperio”.
La semana pasada, el reverendo Gustavo Gutiérrez, el peruano que lanzó la teología de la liberación, regresó al Vaticano. Le dijo a los periodistas que la Iglesia nunca condenó su pensamiento y elogió las ideas del papa Francisco sobre la pobreza. No mencionó la pronunciada caída de la pobreza en Perú desde que las autoridades tiraron por la borda sus ideas. Tal vez el Papa hable de ello durante su viaje a Cuba en septiembre.
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