El núcleo, aparentemente ético, del socialismo
Los socialistas basan sus ideas en creencias místicas, propias de las religiones, donde la principal misión del hombre en la vida es velar por el bienestar de los otros antes del propio, un concepto que contradice las leyes fundamentales de la naturaleza, sobre todo la propia supervivencia.
Si alguien no puede hacerse el bien a sí mismo (proveerse de lo necesario para la vida, asegurar el bienestar propio y el de su familia, fortalecer y crear riqueza en su entorno y comunidad), menos está en capacidad de hacerlo para los demás, como dice la sentencia de los gerentes norteamericanos: “No puedes prestar tu camisa si no tienes una”
Tal generosidad es un suicidio, incrementa la miseria que ya existe, es tan grotesco como visualizar a dos mochos tratando de rascarse la espalda entre sí; todos los animales del reino animal, crían a sus pequeños para que aprendan a sobrevivir, les enseñan a cazar, a escaparse si están en peligro, dónde hallar la comida y el agua, a competir para ser los mejores, dónde pasar la noche sin ser víctimas de otros depredadores.
El socialismo cría a sus acólitos en la creencia de que otros se ocuparán de ellos, que no hay que esforzarse mucho por conseguir el sustento, pues el Estado Benefactor proveerá por ellos, no hay nada que aprender para ser un buen proveedor, en último caso, siempre puedes robarle su propiedad a los otros, a quienes tienen, con el consentimiento del gobierno socialista.
En un sistema socialista los perdedores, los ineficientes, los vividores, los criminales, tienen una gran ventaja, cuando se trata de competir con los ciudadanos productivos, que saben lo que están haciendo, que son perfeccionistas, que cumplen con la norma, que ponen lo mejor de sí en sus emprendimientos; siempre pueden contar con el estado benefactor, para que “iguale” las cosas por medio de leyes, fiscalizaciones, multas, y medidas judiciales, que perjudican a los que son exitosos y los obligan a compartir sus mercados y técnicas, haciéndoles ineficientes para que los “débiles”, los que no son aptos, se igualen, y hasta triunfen sobre los líderes naturales.
El socialismo se dedica a criar a una camada de flojos e ineptos, a gente que no tiene incentivos para aprender, para ser mejores, para inventar, para superarse; está diseñado para premiar a los más embrutecidos miembros de la sociedad, a quienes el vicio suma en la degradación, a los tramposos, a los mentirosos, a los ladrones, a los más enfermos e incapaces.
Ser bueno es un asunto bastante pervertido; una sociedad que es capaz de sacrificar a sus emprendedores, a sus investigadores, a sus profesionales más excelsos, a sus más destacados intelectuales, para favorecer una masa de menesterosos y parásitos está condenada a desaparecer en el corto plazo.
Si no lo creen, fíjense lo que pasa en nuestras universidades; el socialismo cree que esas pruebas que miden el conocimiento y las habilidades de los estudiantes, que quieren ingresar a los estudios superiores, esos “filtros” que detectan quiénes están preparados para continuar en estudios más profundos sobre las diferentes profesiones, y las ve como una discriminación, como una forma de crear desigualdades y diferencias de clase, calificándolas de “inaceptables”. ¿Y qué hacen? Elimina esas pruebas, obliga a las universidades a bajar sus estándares de calidad educativa para que entre todo el mundo, porque “la educación es para todos”, expropian inmuebles y hacen universidades populares, crean nuevos currículos de estudios, acortan las carreras, eliminan los exámenes y gradúan en actos oficiales una masa de estudiantes, todos engañados con títulos que no se han ganado. ¿A quiénes perjudican?
Miren lo que pasa con nuestros médicos, teníamos en las mejores escuelas de medicina de Latinoamérica, todos esos médicos especialistas con que contaba el país ¿Dónde están? Lo que ha habido es una impresionante fuga de cerebros hacia los países desarrollados, o a países hermanos, donde existen oportunidades de superación, donde sus conocimientos y experticias son bien remunerados.
Los socialistas les tienen asignados a los médicos unos sueldos de hambre (al contario, los diputados de la Asamblea Nacional se asignan unos sueldos y beneficios millonarios por su labor de arruinar al país), los obligan a trabajar en condiciones inhumanas, humillados al ser comparados con los improvisados médicos cubanos y continuamente insultados por el gobierno.
Los que tienen una oportunidad, se van a lugares donde puedan desarrollar sus conocimientos, tener a disposición equipos y material de punta para sus investigaciones, con buenos sueldos y condiciones de trabajo, respetados, donde puedan hacer emprendimientos sin que los estén fiscalizando, cerrando sus clínicas y consultorios, perseguidos por una policía sanitaria socialista.
La salud, como derecho popular, se ha convertido en un infierno para la población, no se consiguen los médicos necesarios, no hay insumos ni medicinas, la atención es infame y las muertes, producto de la negación de la atención debida o de la mala praxis, se multiplicaron exponencialmente.
El altruismo, mal entendido y peor practicado, es una broma de mal gusto del colectivismo; lo que Venezuela tiene ahora en su sistema de atención primaria a enfermeros “doctorados”, que apenas saben llevar los moribundos en ambulancia para un “ruleteo” de muerte, que exhiben en sus oficinas, al lado del retrato del líder máximo, sus títulos de oropel para hacer intervenciones que requieren pericia y práctica; hay un ejército de médicos cubanos atendiendo a los venezolanos más necesitados a fuerza de pastillitas “made in Cuba” y palmaditas en el hombro, que nos está costando una fortuna (sólo tenemos que recordar que el sistema de salud cubano fue el verdadero asesino de Hugo Chávez Frías).
El socialismo le roba al ser humano no sólo las ganas de vivir, lo reduce a estadísticas, a simples guarismos, que enseña orgulloso al mundo, para mostrar las grandes bondades de su medicina socialista, de su universidad socialista, del nuevo hombre.
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