Brasil: los 5 factores que decidirán las elecciones
No ha habido en años recientes ni habrá en el futuro más o menos cercano ningún hecho político más importante para América Latina que el “ballotage” del próximo domingo en Brasil. Estos son, a mi entender, los cinco factores que romperán el desempate entre la “laborista” Dilma Rousseff y el “socialdemócrata” Aécio Neves.
1. FERNANDO H. CARDOSO
El ex presidente y patriarca del Partido de la Social Democracia Brasileña está, a sus 83 años, gratamente sorprendido de haberse convertido en protagonista de la segunda vuelta. La vanidad no debe haber tomado mal que, después de tantos años en que Lula parecía el único jubilado político capaz de remover pasiones, le toque a él.
Son dos los motivos que lo han puesto bajo los reflectores. Primero, su papel de “puente” entre Aécio Neves, el candidato de su partido, y Marina Silva, que llegó tercera en la primera vuelta y ha dado su apoyo explícito al socialdemócrata por gestiones del ex presidente, algunos de cuyos antiguos colaboradores están en la privanza de la ecologista. Segundo, los ataques destemplados de Dilma Rousseff, que ha hablado de los “fantasmas del pasado” para advertir que un triunfo de Aécio equivaldría a desandar el camino de las conquistas sociales, y ha llegado a sostener que el ex mandatario “nunca ocultó su desprecio por Brasil, especialmente los que no nacieron en cuna de oro”.
El gobierno de Fernando Henrique sentó las bases para el “boom” que le tocó gestionar a Lula. Muchos brasileños recuerdan esos años como los de un sacrificio y guardan memoria de la crisis financiera de 1999 -producto del contagio de la crisis internacional de aquel año- que obligó a devaluar la moneda. Pero millones de brasileños no tuvieron una experiencia directa de esos años. Otros con más información saben que sin Fernando Henrique no hubiera habido Lula y que el socialdemócrata inició programas sociales que su sucesor hizo suyos, ampliándolos (como el subsidio para que las familias pobres mantuviesen a los hijos en la escuela).
2. MARINA SILVA
La líder ecologista tuvo sus 15 minutos de gloria en la campaña de la primera vuelta, cuando la muerte del candidato del Partido Socialista Brasileño la catapultó a una candidatura imprevista que durante unas semanas pareció capaz de destronar a Dilma. Su derrota tiene que haber sido un trago amargo y no debe haberle sido grato “endosar” su capital electoral, como dicen los gringos, a Aécio porque ella ha cultivado siempre una imagen popular, por no decir algo populista, que puede verse comprometida por una ósmosis política con la centroderecha. Pero mayor es su deseo de sacar del poder a Dilma, que la maltrató mucho en la campaña. Sabe, además, que tendrá mucho poder si gana Aécio: habrá sido un factor determinante y con seguridad ocupará la cartera de Medio Ambiente.
La clave, aquí, son los 22 millones de votos que Marina obtuvo. ¿Logrará su apoyo a Aécio traducirse en un porcentaje suficiente de votos para el socialdemócrata? El riesgo no es menor: si esto no ocurre, habrá quedado no sólo relegada del poder sino también aislada de sus votantes, que habrán dejado de ser suyos. Neves la necesita. Sólo atrayendo a un sector de la clase media emergente que alguna vez fue partidaria del Partido de los Trabajadores podrá vencer. Y esa tarea la puede hacer Marina, que fue miembro del PT y ministra de Lula. El empate que registran las encuestas a una semana de los comicios -con ligerísima ventaja estadística de Aécio- indica que un número considerable de votantes de Marina se están volcando con el retador.
3. LA CLASE “C”
Son un 40 por ciento de la población y ganan entre 700 y 1.800 dólares al mes. En los 12 años de gobiernos del PT, es indudable que han avanzado mucho: son la clase media emergente que gracias al crecimiento, el crédito y la redistribución han podido acceder a cosas que antes veían pasar por encima de sus cabezas. Pero esta clase media emergente, que la estadística clasifica como “clase C” en Brasil, se ha desilusionado del gobierno. La pregunta es si se ha desilusionado lo bastante como para nadar hasta la otra orilla política o preferirán, con todos los reparos que tienen, mantener su voto por el PT. Por el momento, las encuestas indican que 49 por ciento de esos votantes están con Aécio y 42 por ciento con Dilma, lo que indica que hay una tendencia mayoritaria, aunque no determinante todavía, a nadar hasta la otra orilla.
No es difícil entender lo que sucede. Esta clase media empieza a advertir que, como en La Cenicienta, el encanto podría desvanecerse a la medianoche y todo podría volver a la mediocre realidad. Brasil no crece desde hace cuatro años y, si siguen las cosas sí, la incipiente señal de aumento del desempleo después de tantos años de empleo abundante podría cobrar la fuerza de una tendencia. Además, estos hogares están bastante endeudados y dedican ya un porcentaje importante de sus ingresos a saldar esos créditos. Por fin, las expectativas que su nueva condición despertó en ellos en lo que hace a los servicios públicos ha chocado con un Estado terriblemente tercermundista, muy alejado del sueño de los rutilantes BRIC de hace pocos años.
La “clase C” no vota como grupo, eso está claro. Pero los vasos comunicantes entre buena parte de sus miembros no son desdeñables. Al fin y al cabo, casi todos ellos pertenecen a una realidad común: la del Brasil que por fin parecía encaminado a un destino próspero. Dependiendo de si los miembros de la “clase C” están más cerca de la frontera con la pobreza que de la frontera con la comodidad o viceversa, sus miembros se inclinarán por el temor o por la esperanza, las dos fuerzas emocionales que suelen decidir elecciones. Dilma está haciendo una campaña casi exclusivamente orientada al miedo. En cierta forma, tiene razón: es la única carta que le puede dar el triunfo. Aécio va por la vía de la esperanza, como típico retador. En medio, una “clase C” con el alma partida.
4. LA ECONOMIA
La campaña de Dilma contra Fernando Henrique encierra una contradicción curiosa. Si los años del ex mandatario fueron tan malos, los de la actual mandataria tienen que haber sido calamitosos, pues el crecimiento promedio de la economía bajo la presidenta ha sido inferior al bajo dos por ciento de la etapa del intelectual socialdemócrata. A diferencia de Lula, a quien le tocaron los años del “boom” y por tanto de la alegre redistribución, a Dilma le ha tocado la desaceleración fruto de los entrampamientos y excesos del populismo. Sin crecimiento, con inflación de 6.5 por ciento y las tasas de interés altísimas que la acompañan y, ahora, por primera vez en años, con señales de que empieza a haber un aumento del desempleo, nadie como Dilma, la economista, sabe que las cosas son complicadas.
Por eso ha sido tan importante en todas sus campañas la presencia de Lula y por eso mismo acaba de decir, sabiendo el riesgo que ello entraña, que apoyará al ex presidente laborista si en 2018 decide volver a las andanzas tentando la presidencia nuevamente. Ella ha preferido pagar el costo de proyectar la imagen de un partido hegemónico a pesar del hastío que cunde en amplios sectores de la población antes que permitir cualquier distanciamiento entre su presidencia y la figura, todavía muy popular, de Lula.
La desaceleración de la economía era un asunto académico mientras las estadísticas no se tradujeran en menos oportunidades, menos crédito, más deuda y precios más elevados. Ahora que todo eso ocurre, el cristal con que millones de brasileños miran la era del PT ha cambiado de color. Eso lo sabe bien Dilma, de allí que, a diferencia de elecciones anteriores, haya tenido que apelar al discurso del miedo antes que al de la esperanza. Sólo si logra que se crea que con Aécio la economía no irá mejor y, además, que se perderán las “conquistas” sociales podrá neutralizar el factor económico que le juega en contra.
Una buena parte del crecimiento de Marina en la primera vuelta se debió, justamente, a esos brasileños que ya no confían en el PT como gestor económico pero temen un regreso a tiempos menos auspiciosos para sus ansias de movilidad social. Aquellos que no ven claro que Lula pudo hacer lo que hizo en gran parte gracias a que Fernando Henrique dejó sentadas las bases del “boom” recuerdan, o han oído a sus padres decir, que en los 90 el desempleo alcanzó los dos dígitos. Si Aécio logra convencer a estos votantes de que no es con él sino con Dilma que Brasil retrocederá a las épocas del alto desempleo y por tanto del congelamiento o estratificación social después de tantos años de movilidad, la reelección le será esquiva a la presidenta. Ella y Roy Falcao, jefe del PT y director de su campaña, lo saben mejor que nadie, de allí la desesperación.
5. LA CORRUPCION
El PT no inventó la corrupción brasileña. De hecho, cuando Lula llegó al poder Brasil ya figuraba en el puesto 69 en el ranking de Transparencia. Todavía estaban frescos episodios del pasado no tan remoto como el caso Collor de Mello, para no hablar de los graves problemas éticos que se daban periódicamente en los distintos niveles del Estado. Pero no hay duda alguna de que los años del PT han potenciado la corrupción a un nivel que empieza a indignar a grandes capas de la población. Brasil figura hoy en el puesto 72 en el ranking internacional.
Desde el “mensalao”, como se conoce el escándalo de compra de parlamentarios en tiempos de Lula, hasta la última denuncia de Pablo Roberto Costa, según la cual el gigante energético estatal Petrobras desviaba un tres por ciento de todos sus contratos al PT, los brasileños han asistido a una sucesión aturdidora de hechos punibles por parte de -o a la sombra de- quienes han detentado el poder en estos 12 años.
La relación estrecha entre el PT y muchas empresas brasileñas pasó y sigue pasando por un toma y daca del que muchos brasileños se han hastiado. Esto explica, en parte, que en junio de 2011 tantos cientos de miles y acaso millones de ellos salieran a las calles a manifestarse en contra de la organización del Mundial, algo que en otros tiempos no habría significado otra cosa que orgullo. Era el grito ético contra el despilfarro, el abultamiento de facturas, los cheques bajo la mesa y los contubernios que han caracterizado a un sector amplio del Estado brasileño.
Que hayan ido a la cárcel o hayan sido -y sigan siendo- investigados muchos jerarcas políticos habla bien de la independencia judicial en Brasil. Pero lo que ahora está en juego es la responsabilidad política. Y esa responsabilidad alcanza a los líderes, Lula y Dilma, inevitablemente. De allí que la corrupción sea un factor tan importante en el desencanto de un sector grande de ex votantes del PT. Que el PT haya perdido el escaño senatorial de Sao Paulo (que mantuvo por 20 años) y el de Río Grande do Sul (la tierra de Dilma), donde también perdió la gobernación, da una idea del costo que la corrupción, junto con la economía, han infligido al gobierno.
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