Impunidad y justicia
Los crímenes de sangre y el resto de violaciones a los derechos humanos en las que incurren muchos gobernantes, en particular las dictaduras, no deben quedar impunes, pero se aprecia que hay una mayor inclinación entre los sectores identificados con el marxismo o los asociados a la denominada izquierda política, de procesar a quienes violentaron los derechos ciudadanos.
Antes de profundizar más en un asunto tan delicado, vale la pena destacar que en la mayoría de los países del extinto bloque soviético, sometidos a la dictadura del socialismo real que se caracterizó por cometer millones de asesinatos, encarcelamientos masivos y violaciones constantes y sistemáticas a los derechos humanos, los procesos judiciales han sido pocos y los que concluyeron en condenas menos.
La muerte de Nicolás y Elena Ceaucescu fueron casos de excepción en las ruinas del extinto bloque soviético. La mayoría de los jerarcas de esos países y sus secuaces gozaron de absoluta impunidad.
En Europa Oriental, el fin de los gobiernos no fue la labor de una resistencia organizada, sino consecuencia del desgaste del modelo que promovían sus gobernantes. Paradójicamente en los países del cono sur, en los que por años imperaron dictaduras militares, la democracia no llegó por la victoria de quienes luchaban en contra, sino también por consunción; las dictaduras militares se agotaron en sí mismas y no les quedó otra alternativa que procurar una salida a la situación que enfrentaban como gobierno.
No obstante hay que mencionar que las dictaduras militares sudamericanas enfrentaron una cruenta resistencia, como en sus primeros años la resistieron el gobierno soviético y sus satélites.
Las fuerzas insurgentes —muchas de ellas no luchaban por el retorno de la democracia, eran satélites de la dictadura totalitaria cubana y buscaban implantar en sus países regímenes similares al de la isla— que enfrentaron las dictaduras militares a pesar de sus esfuerzos y las muchas bajas que sufrieron, nunca tuvieron la posibilidad de hacer colapsar las autocracias que combatían aunque los mandos unipersonales o colegiados, como la Junta Militar argentina, Augusto Pinochet en Chile y los regímenes de fuerza de Uruguay y Brasil, tampoco pudieron eliminar por completo los focos de resistencia armada.
Hubo una excepción entre los grupos insurgentes: el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, aunque es conveniente aclarar que la caída de Anastasio Somoza fue consecuencia del aislamiento de su régimen, más que por el esfuerzo de los guerrilleros y en particular, porque Estados Unidos le retiró su respaldo al dictador cuando le pidió dejara el poder.
La realidad fue que las dictaduras militares fueron haciendo conciencia de su impopularidad como consecuencia de los abusos en los que incurrían y decidieron convocar a elecciones. Los resultados les fueron adversos, pero para sorpresa, los respetaron.
Por otra parte, aunque se liberaron de regímenes de oprobio, es interesante comparar la apatía de los ciudadanos de las repúblicas populares europeas en promover procesos judiciales contra jerarcas y sicarios en desgracia, con la dedicación infatigable que muestran ciertos sectores en América Latina por procesar y condenar a los militares que usurparon el poder en el hemisferio y que durante su mandato cometieron numerosos crímenes.
Concluidas las dictaduras militares diferentes sectores que habían padecido la opresión y que se estrenaban en democracia, consideraron la necesidad de formar instituciones orientadas a depurar responsabilidades por lo ocurrido en el país y si las circunstancias lo determinaban, procesar a los culpables, una acción valida porque la impunidad y la mala memoria son las simientes para repetir los errores del pasado.
Las organizaciones fueron desnaturalizadas porque las dirigieron a denunciar exclusivamente los crímenes del oficialismo desplazado, propiciar el enjuiciamiento de sus jerarcas y sicarios, a la vez que se ignoraba conscientemente el terrorismo y las depredaciones cometidas por la insurgencia durante el proceso insurreccional.
A estos sectores, en su mayoría independientes, se sumaron extremistas, que más que justicia buscaban venganza. Entre ellos destacaban dirigentes y militantes de los movimientos insurreccionales, que durante la insurgencia cometieron atentados, secuestros, asesinatos y practicaron una violencia extrema muy similar a la de los regímenes que combatían.
En la búsqueda de la justicia debe primar la imparcialidad. No debe haber crímenes que se puedan justificar porque la víctima fue en su momento un victimario y tampoco se pueden obviar las víctimas inocentes que puedan causar las acciones de los contrincantes; los resultados de un suceso deben ser evaluados sin entrar en consideración las causas que lo motivaron.
El abuso de poder o el uso de la fuerza, si va a ser enjuiciado y en consecuencia sancionado, no debería responder a ideología o a la voluntad de los vencedores, solo a la Justicia para así lograr el fin de la impunidad que disfrutan los vencedores.
El autor es periodista de Radio Martí.
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