La Alianza en campaña
Si ya resultaba interesante que la Alianza del Pacífico fuera motivo de debate entre países, lo es mucho más que se haya convertido en asunto polémico al interior de los países. En las tres naciones sudamericanas que celebrarán comicios presidenciales en octubre, la Alianza del Pacífico que conforman México, Chile, Perú y Colombia ha pasado de ser un tema de política exterior a constituir parte del orden del día doméstico. En los tres, los líderes opositores, que en al menos dos casos tienen serias posibilidades de ganar y en el otro de hacer buen papel, la han reivindicado, ofreciendo integrarse a ella o por lo menos expandir los lazos con ella, en contra de la línea mantenida por sus gobiernos.
Se trata de un giro de la máxima significación. Hasta hace unos meses era costumbre leer opiniones adversas sobre esta iniciativa de integración de países de visión más bien liberal en boca de líderes de signo contrario, como Evo Morales, que la considera una “conspiración de Estados Unidos para dividir a Unasur”. Ningún líder político de fuste parecía dispuesto a romper allí una lanza en defensa de ella. Otra forma en que los países de visión más bien estatista y proteccionista enfrentaban a la Alianza era más sutil: Brasil, por ejemplo, como se lo contaba a uno medio mundo en Santiago, buscaba por la vía diplomática desacelerar esta iniciativa, cultivando a sus críticos o tentando a sus partidarios más tibios. Desde el otro lado, ningún gobierno aliancista parecía interesado en entrar en un “cuerpo a cuerpo” con los gobiernos críticos, contentándose con dejar que fuesen los hechos consumados los que hablaran solos. Pero esos hechos -por ejemplo el anuncio de la eliminación del 90 por ciento de los aranceles entre México, Chile, Perú y Colombia- eran en sí mismos una forma de responder a Brasil y al ALBA.
Hoy todo eso ha cambiado gracias a las campañas electorales de Brasil, Uruguay y Bolivia. En Brasil, Marina Silva, la estrella emergente de la campaña y retadora pugnaz de Dilma Rousseff, ha plasmado en un documento de 250 páginas que contiene el programa de gobierno una visión sobre la integración de su país con el resto de la región muy distinta de la imperante. Allí, mencionando de forma puntual a la Alianza, anuncia que abogará por “flexibilizar” las reglas del Mercosur para poder hacer acuerdos bilaterales con terceros si los demás miembros están en desacuerdo. Pone como ejemplo de cómo la situación actual trae perjuicios a Brasil el caso de la negociación entre Mercosur y la Unión Europea, que lleva años trabada por las resistencias de Argentina. Según ha explicado ella misma, no quiere repetir esto en relación con la Alianza y por ello se hace necesario modificar las restricciones que ahora impiden que Brasil negocie con los países de ese grupo latinoamericano.
Esta no es una visión expresada efímeramente al calor de una campaña para diferenciarse del adversario, sino parte de un documento que la candidata presentó en persona junto a dos figuras determinantes de su equipo: el economista Eduardo Giannetti da Foneca y Neca Setúbal, la accionista del imperio Itaúsa que controla el Itaú Unibanco, el mayor banco de la región, y que coordina muchos aspectos de la campaña. Que una líder ecologista que fue ministra de Lula haga una propuesta de esta naturaleza tiene una connotación sorprendente. Por cierto, esto ha animado a otro líder opositor, el candidato socialdemócrata Aécio Neves, que va tercero en los sondeos, a retomar su entusiasmo por la iniciativa de integración, que ya había expresado en 2013 pero que desde entonces no había figurado de manera prominente en sus pronunciamientos. Neves sostiene que Mercosur está “anquilosado” y que la Alianza es un ejemplo de cómo se puede hacer para que una iniciativa integradora como la del Mercosur se convierta en una área de libre comercio que permita a los miembros firmar acuerdos con terceros sin cortapisas.
No es posible a estas alturas medir con exactitud de qué manera la presión opositora influirá en Dilma Rousseff si logra la complicada reelección, pero todo indica que el escenario ha cambiado mucho con respecto a los tiempos en que Brasilia actuaba diplomáticamente -y de forma esporádica también lanzando algún dardo- en contra de la Alianza. A partir de ahora seguir actuando así entraña un costo para el Partido de los Trabajadores. Desde luego, si Marina Silva gana con apoyo de Neves y del Partido Social Demócrata -y eventualmente se le une en el gobierno el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, actualmente aliado al Partido de los Trabajadores, pero con crecientes muestras de simpatía por la oposición-, puede darse un giro copernicano en ese país en materia de política latinoamericana. Ya Marina Silva ha dicho muy específicamente que pretende “nuevos estándares” comerciales con Chile, por ejemplo. Esto, en cuanto a sus relaciones comerciales con América Latina. Pero su visión va más allá y ambiciona “relanzar el dinamismo comercial con Estados Unidos y la Unión Europea”. Eso implica que su relación con la Alianza podría ser parte de la relación con el Asia, el otro referente.
En Uruguay está sucediendo algo no menos digno de atención. El candidato del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou, se ha acercado mucho al favorito, el ex Presidente Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, la gran coalición de izquierda. En algunos sondeos incluso aparece por delante del oficialista. Lacalle ha hablado de una “profundización de los vínculos con la Alianza del Pacífico” en el marco de sus 10 propuestas de política internacional. En cambio, el Frente Amplio no menciona a la Alianza en su programa de gobierno.
La actitud del gobierno uruguayo, hay que reconocerlo, ha sido distinta con respecto a la Alianza que la de otros miembros del Mercosur, como Brasil, Argentina y Bolivia (también lo ha sido la de Paraguay). Tratándose de una economía más abierta, Uruguay ha querido presionar a sus socios para que adopten una visión más propicia al libre comercio y ha mantenido relaciones bastante correctas con el espacio comercial de México, Chile, Perú y Colombia. De hecho, el vicepresidente Danilo Astori -probable ministro de Economía o canciller si ganara Vázquez- ha participado en muchas de las reuniones de la Alianza por ser Uruguay uno de los 25 países observadores. Montevideo no ha querido desmentir rotundamente las constantes rumores sobre la eventualidad de una integración formal al grupo, aunque es posible que esa actitud haya tenido más bien el objetivo de presionar a sus socios actuales. Son conocidas las tensiones de Uruguay con Argentina.
La línea de Lacalle es mucho más nítida porque, sin llegar a hablar abiertamente de una integración plena con el espacio aliancista, su propuesta de estrechar las relaciones tiene un mensaje implícito que propios y extraños han sabido entender como un giro de política exterior y comercial importante. En la eventualidad de una victoria de Marina Silva con apoyo de Aécio Neves en segunda vuelta en Brasil y de Lacalle en el balotaje de Uruguay (con respaldo del Partido Colorado, el otro opositor), se puede dar un escenario en el que dos países del Mercosur pongan a sus socios ante un disparadero, obligándolos a aceptar o bien una inclinación de facto hacia la iniciativa de México, Chile, Perú y Colombia o una modificación sustancial de sus propias reglas.
En Bolivia, mientras tanto, Jorge Quiroga, el ex presidente que candidatea por el Partido Demócrata Cristiano, ha hablado en términos muy desafiantes. “Algo estratégico para Sudamérica en el siglo XXI es la Alianza del Pacífico… es la alianza más importante de Sudamérica”. Ha llegado a decir que pedirá que su país se una a ella, porque el “futuro está en Asia y se la puede aprovechar para llegar a esos mercados”. Para atizar más el fuego, ha vinculado el aspecto económico y comercial al de la reivindicación marítima, señalando que unirse a ella tendría “un contenido simbólico” por tratarse de una integración por la vía del Océano Pacífico.
A diferencia de Silva y Lacalle, Quiroga todavía está lejos del oficialismo en las encuestas y enfrenta un proceso electoral sesgado para que gane Morales, pero es la primera vez que alguien desafía en esta materia al presidente, que es quien más duras expresiones públicas ha tenido contra la iniciativa integradora de libre comercio. Si logra hacer un buen papel en las elecciones y posicionarse como líder de la oposición, este será seguramente uno de los caballitos de batalla de Quiroga contra el gobierno, colocando a Morales a la defensiva en una materia en la que hasta ahora había jugado a la ofensiva.
Todo esto supone un giro coqueto de la política latinoamericana: en el preciso momento en que desde Chile, uno de los miembros clave de la Alianza, se emitían señales menos entusiastas con esta iniciativa de las que había habido hasta el cambio de gobierno, y cuando todavía no se disipaban del todo las dudas sobre si el PRI, de nuevo en el poder en México, mantendría la misma visión que el PAN, desde los países y bloques competidores situados en las antípodas llegaban las señales de signo positivo.
Chile ha matizado en los últimos tiempos lo que al comienzo del nuevo gobierno parecía ser una resistencia casi explícita y en México ya no queda duda de que Peña Nieto tiene el corazón en la Alianza, independientemente de que haya sido su predecesor quien primero apostó por ella en su país. Pero no deja de ser cierto que esta iniciativa corría el peligro de frenarse si no surgían impulsos renovados. Esos impulsos vienen hoy preferentemente desde Brasil, Uruguay, Bolivia y otros países (en la propia Venezuela la oposición democrática ha invocado a la Alianza como un paradigma de relaciones comerciales).
De lo que más habrá que estar pendientes es de lo que suceda en Brasil, por supuesto. La Alianza representa un tercio de la economía latinoamericana, una mitad de sus exportaciones y una población de más de 200 millones, por tanto es una especie de Brasil II pero con una propuesta diferenciada de la estatista y proteccionista. Hasta que surgieron voces tan clamorosas al interior de Brasil en favor de la Alianza, lo común era entender que se estaba produciendo una rivalidad por lo menos tácita entre esas dos potencias. Aunque la Alianza no defendía sus políticas en el plano político e ideológico en foros internacionales, en tratos diplomáticos y en la dialéctica política de forma explícita, su mera existencia era un polémica tácita con Brasilia. Ahora es Brasilia la que polemiza consigo mismo mientras la Alianza observa expectante.
La Alianza está en campaña, pero no por iniciativa propia sino de sus rivales. Las vueltas que da la vida.
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