Doble moral del gobierno de José Mujica ante los derechos humanos
José Mujica, el mundialmente afamado presidente de Uruguay, es hijo de la década de 1960. Eran tiempos virulentos en América Latina, donde el mundo estaba dividido sin matices en “buenos” y “malos”, “bolches” y “fachos”, “iluminados” y “la masa ignorante de lo que realmente le conviene”.
En ese contexto, los “esclarecidos” decidieron imponer su “verdad” por la fuerza —ya sea bajo la forma de terrorismo o dictadura— al resto de la población latinoamericana.
Mujica fue uno de los tantos que optó por la violencia guerrillera, y es indudable que eso pone de manifiesto una particular psicología e ideología profundamente arraigadas.
En medio de ese horror quedó atrapada la población civil —verdadera víctima de lo acontecido— como siempre sucede en estos casos. Los culpables se autoerigieron en héroes o mártires, cuando en el fondo lo que los impulsó fue el sentirse por encima de los demás seres mortales.
Hay una gran dosis de soberbia tanto en el guerrillero, en el terrorista como en el dictador. El motor que los impulsa es el deseo desenfrenado de poder, el afrodisíaco más poderoso que existe.
Una vez recuperada la democracia en Uruguay, algunos connotados líderes izquierdistas confesaron que una de las grandes lecciones aprendidas fue el darse cuenta que no sólo los simpatizantes de la izquierda tenían derechos humanos, sino que todos lo tenían. Y que su reconocimiento y protección —más allá de ideologías, religión, raza o género— no era algo puramente “formal”, como habían sostenido hasta entonces, sino algo esencial para la convivencia pacífica.
Entre los que así se pronunciaron, podemos mencionar a líder histórico del Frente Amplio, Líber Seregni, quien en el 2000 declaró que son tan repudiables las acciones aberrantes cometidas por los militares como las ejecutadas por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
Seregni cuestionó la actitud de algunos frenteamplistas, para quienes “las violaciones de los derechos humanos perpetradas por los ‘adversarios’ son malas y las cometidas por quienes ‘piensan como yo’ no lo son tanto”. Además, reconoció que fanatizados por la ideología, muchos izquierdistas consideraron implícitamente que “había un derecho para mí y para los míos y había un derecho para los otros”.
Realizó un mea culpa expresando:
Los culpables fueron individuos que cometieron delitos aberrantes. Yo me miro y digo que fui muy débil en algún momento en que nos enfrentamos a un Gobierno autoritario y denunciamos todas y cada una de las violaciones que cometían, pero no tuvimos la misma claridad y firmeza para denunciar los actos contrarios a los Derechos Humanos que cometían los tupamaros.
Digo esto para que entendamos todos cómo son las cosas. Eso es lo que favorece la creación de un estado de espíritu de la sociedad, proclive a buscar las soluciones en cada uno de los casos. No hay que dividir al mundo, a la sociedad y los hechos que pasaron, en forma maniquea, entre buenos totalmente buenos y malos totalmente malos.
Con el fin del siglo XX, el mundo ha sufrido una gran transformación. Lejos quedó la década de 1960 con las tensiones propias de la Guerra Fría, y los enfrentamientos entre “bolches” y “fachos”.
No obstante, bajo la superficie todo sigue igual pero bajo ropajes diferentes. En estos momentos las fuerzas liberticidas adoptan la forma religiosa. Y tras ellas se alinean todos los “iluminados” de nuestros tiempos. Son los Gobiernos que se acercan a Irán, que profesan simpatía por Hamas, y por cualquier otro grupo guerrillero que ande por ahí suelto cometiendo tropelías.
Numerosas manifestaciones de nuestros gobernantes señalan que la ideología y la psicología que permeaban el accionar de sus integrantes en las décadas de 1960-70 siguen tan vigentes como entonces.
Por ejemplo, en el 2012 Uruguay votó en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU —junto con Pakistán, Venezuela y Cuba— el envío de una misión para investigar el impacto de las colonias judías en territorio palestino.
Pero en esa misma oportunidad, se negó a votar la realización de una relatoría especial para investigar las violaciones de los derechos humanos en Irán. Ah, pero claro, Palestina e Irán son identificados con los valores de la izquierda sesentista mientras que Israel con la derecha capitalista y democrática.
Asimismo en el 2012, el sector político del presidente Mujica cuestionó la “política de exterminio” de Israel hacia los palestinos y tildó a ese país de “genocida”. Recientemente, el propio Mujica en más de una ocasión calificó de “genocidio” las acciones de Israel sobre la Franja de Gaza.
Puntualizó que “cuando se bombardean hospitales, niños y viejos me parece que es un genocidio”. Al ser consultado si Israel no tiene derecho a defenderse, respondió: “Todos tienen derecho a defenderse, pero hay defensas que no se pueden hacer”.
Mujica no es tonto ni está mal informado. Sabe perfectamente cómo es la realidad. Es decir, que los gobernantes israelíes se preocupan por gastar el dinero de los contribuyentes en unos de los fines esenciales de cualquier Estado, como es el de garantizar la seguridad de sus habitantes, mientras que Hamas lo utiliza para construir misiles ofensivos para matar la mayor cantidad posible de judíos.
Es más, es tan grande el desprecio de ese grupo terrorista por la vida humana —inclusive la de sus propios compatriotas— que ha reconocido públicamente que incentiva a la población civil a “autoinmolarse”. También se sabe, aunque no lo dice tan abiertamente, que da dinero a los familiares de los niños o personas que usan como “escudos humanos”.
Incluso un desertor de Hamas declaró en una entrevista con Andrés Oppenheimer, que “Israel pide habitualmente a los residentes de Gaza que abandonen los edificios de donde son lanzados los cohetes, pero Hamas pide a los residentes civiles que permanezcan en sus hogares”.
Mientras que el Gobierno de Mujica se “horroriza” por el “genocidio” supuestamente perpetuado por el Estado de Israel, no se le mueve un pelo frente a las denuncias de genocidio de cristianos que el grupo yihadista Estado Islámico (ISIS) está realizando en Irak y Siria.
El líder de la comunidad caldea en los EE.UU., Mark Arabo, denunció que el ISIS decapita a niños cristianos y que sus madres son violadas y asesinadas. Arabo denuncia que en Siria ciudades enteras son “purificadas” mediante fusilamientos, decapitaciones y crucifixiones públicas en medio de las ciudades.
Todo esto nos demuestra que nada realmente profundo cambió en el alma de los exguerrileros del pasado y actuales gobernantes uruguayos. Sus expresiones y acciones indican que “las violaciones de los derechos humanos perpetradas por los ‘adversarios’ son malas y las cometidas por quienes ‘piensan como yo’ no lo son tanto”. Y que para ellos es más importante la ideología que la realidad —incluso más importante que la moral.
Y que en los conflictos como el que enfrenta a Israel con los palestinos, es importante entender cómo son realmente las cosas. Como dijo acertadamente Seregni, es esencial la creación de un estado de espíritu proclive a buscar las soluciones más ponderadas en cada uno de los casos.
Pero si los tupamaros aún no han sido capaces de reconocer que cometieron “actos aberrantes” en el pasado, ¿podemos esperar de ellos un juicio justo?
Hana Fischer es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.
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