El terror como instrumento de control
El terror como instrumento de control, intimidación y manipulación es usado por extremistas de toda clase, en particular políticos o religiosos, desde tiempos inmemoriales.
Han sido muchas las minorías étnicas y políticas que han recurrido a la violencia más descarnada para lograr sus propósitos. También la delincuencia común usa el terror como arma de presión para lograr sus fines.
El terror ha estado presente desde el principio de los tiempos. El atentado a la vida inocente o ajena, salvo que sea catastrófico, cuenta con la casi indiferencia de aquellos que no han sido afectados por el desastre.
La muerte del prójimo debería ser menos ajena porque los medios de información permiten visualizarla, pero paradójicamente, la muerte de Abel o de Caín nunca había calado menos en un número importante de representantes de la especie humana.
En la guerra civil siria, cada día preocupa menos el terrorismo de los extremistas islámicos de ISIS y los asesinatos en masa de iraquíes de otras confesiones religiosas; es un crimen de baja exposición si se compara con el histórico conflicto israelí-palestino, que tiene un gran despliegue internacional, porque más allá del lamentable desastre humano que implica, es un instrumento útil para los enemigos de Israel.
Los perjuicios de la práctica terrorista se han incrementado con el desarrollo de las tecnologías, y por la presencia en casi todas las sociedades nacionales de inadaptados que asocian su trascendencia con la destrucción del vecino y sus bienes.
Los llamados estados terroristas son los que más acceso tienen a estos recursos, pero eso es parte de otro trabajo.
El suicida del pasado reciente se ha ido transformado en el suicida-homicida de la modernidad, un individuo de poca humanidad, sin visión de futuro y de una crueldad que solo pueden vislumbrar sus víctimas.
Una gran parte de las organizaciones terroristas contemporáneas están inspiradas en conceptos religiosos o son usadas por estas facciones como pretexto para imponer el modelo político que proponen, dictaduras extremas que en vez de sostenerse en una ideología, lo hacen en una religión.
Estos individuos recurren a la religiosidad para encubrir sus propósitos. Su verdadera intención es el control político y la supuesta difusión de sus creencias religiosas solo tiene el objetivo de promover e imponer estados fundamentalistas en los que la vida esté circunscrita a las valoraciones de los iluminados de turno.
Tal afirmación no implica que el terrorismo político haya desaparecido de la escena mundial; lo que sucede es que el proceso de globalización hace muy difícil la presencia en estado puro de cualquier expresión pública por nefasta que esta sea.
Hay terrorismo político en Colombia, pero contaminado por la droga; el terrorismo checheno y palestino fueron quizás en sus orígenes de carácter político-nacionalista pero en la actualidad ambos están penetrados por un supuesto integrismo musulmán, condición que se afirma con la vocación suicida de sus ejecutores.
El terrorismo suicida es particularmente peligroso. El suicida-homicida tiene un mínimo de autoestima. Es de suponer que los terroristas suicidas son grandes egoístas, individuos con un profundo temor a enfrentar los retos de la vida y unos enajenados que acortan una meta a la que la mayoría de los mortales no queremos llegar.
Un operativo suicida no tiene que poseer una inteligencia notable ni talentos especiales, solo una fe absoluta en que la destrucción de su enemigo le deparará la victoria.
Evidentemente la vocación suicida de los terroristas puede estar influida por las miserables condiciones de vida en las que nacieron y crecieron muchos de sus ejecutores, pero el factor determinante para la inmolación como vía de redención está en su conciencia, porque los que encuentren en la muerte propia y en la de los demás una vía para resolver las diferencias e impulsar concepciones religiosas o filosóficas, tienen más de desquiciados que de justicieros.
Tampoco hay que creer que todos los terroristas que escogen la vía del suicidio para perpetrar sus actos criminales son retrasados mentales o torpes fanáticos que compran el mito del edén de la leche y la miel.
Los hay cultos, técnicamente capacitados y con sensibilidad para cualquier perspectiva humana que no interrumpa su sueño holocáustico de un nuevo mundo redimido en el asesinato colectivo.
Esos son los líderes del terror, los inspiradores, los programadores de la muerte, que también están dispuestos a sucumbir en aras de una oscura intolerancia que habrá de generar nuevos suicidas, porque el mundo que prometen no sería viable para los que tienen la libertad y la dignidad consustanciada a su existencia.
El terrorismo no es básicamente un problema de educación o de miseria económica, sino que sean excluidas absolutamente es fundamentalmente consecuencia de la crueldad extrema de sus promotores, sustentada en una ambición desmedida de poder.
El autor es periodista de Radio Martí.
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