El arte de perderse
Nunca me ha gustado conducir y desplazarme en las autopistas me produce más pavor que la altura en los aviones. Pero si hay algo que puedo salvar del tiempo que paso atrapada en un auto, es la oportunidad de escuchar los programas de la National Public Radio (NPR). Los trayectos se me hacen más llevaderos con tertulias y entrevistados que me trasladan a otros lugares.
Precisamente el otro día escuchaba al mediodía el conocido espacio de Diane Rehm. Se trataba de una conversación con especialistas en crónicas de viajes y el tema giraba en torno al arte de perderse. O sea, viajar sin rumbo fijo y sin un itinerario planificado. Sencillamente dejarse llevar por los caminos sin metas particulares más allá del disfrute de los paisajes, la gente, los aromas de rincones inesperados.
Los invitados, viajeros consumados que han escrito libros de viajes, discutían sobre la necesidad o no de llevar mapas, contar con el socorrido GPS o el Google Earth, un invento capaz de sondear hasta las profundidades del mar para quienes eligen travesías marinas. También participaban radioyentes que compartían sus experiencias. Una mujer contó que había recorrido Estados Unidos a pie durante un año acompañada de su esposo y dos perros. Un hombre llamó desde el Misisipi, donde lleva semanas recorriéndolo, y confesó que en las noches siente una profunda soledad cuando acampa en la orilla.
Una de las inquietudes de los invitados es la sensación de desasosiego cuando nos creemos extraviados en sitios desconocidos. Pero los viajeros con espíritu más aventurero animaban a salir al mundo sin temor a lo inédito, porque en muchas ocasiones los mayores placeres se encuentran en el elemento de la sorpresa. Las vivencias jamás imaginadas. Las personas que salen al encuentro.
Los tertulianos proponían la idea de desviarse de la carretera y acabar en otro punto. Hablaban de la tentación que asalta a tantos conductores atrapados en atascos y aburridos en sus autos de cambiar súbitamente su destino. O mejor aún, subirse a trenes, barcos o autobuses colectivos en lugares lejanos que nos lleven a otros confines. En suma, dejar atrás las aprensiones y abrazar el arte de perderse.
Todo eso escuché en mi ruta diaria al desplazarme de un punto a otro. Las mismas vistas. Quién sabe si los mismos coches a uno y otro lado de mi senda. Los mismos conductores sin reconocernos de un carril a otro y con la mirada fija al frente. Me pregunto si todos escuchamos a la vez el programa de Diane Rehm, con sus invitados retándonos a escapar de la tediosa autopista y buscar otros recorridos inexplorados. Una metáfora sutil de la vida misma y la posibilidad de hacer una pirueta a lo Houdini y aparecer en otra parte. Lejos de donde nos esperaban y adonde nunca llegamos.
Cuando alcancé mi destino el programa casi llegaba a su fin. En el trayecto había ido muy lejos escuchando los relatos de los caminantes intrépidos que se atreven a conocer mundo sin mapas ni brújulas. Pensé en el viajero solitario que navega por el Misisipi y siente añoranza bajo las estrellas.
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