Argentina: Límites
A días de vencer el plazo para el pago que nos permita no caer en default, no hay información oficial al respecto. Sin embargo a nadie asombra demasiado porque, desde hace un tiempo, los argentinos se han habituado a vivir en un país donde todo se define según como despierte la jefe de Estado.
Se acabó hasta el periodismo de datos, todo es interpretación y proyección de escenarios. Lo cierto es que el Mundial terminó y la mampostería comenzó a caerse irremediablemente. El enfermo no mejoró por la magia de Messi ni por los dones de Mascherano. La infección se expande. Todos saben o perciben donde se originó pero nadie sabe aún donde termina.
Una cosa es amputar un miembro y otra muy distinta es perder la vida . Sin embargo, quién debe tomar la decisión todavía vacila, bromea con 52 muertes de una tragedia que se originó en Balcarce 50, inaugura vagones ya obsoletos en China, y supone que con el discurso podrá convencer que la culpa de lo que vaya a suceder es como la Patria: del otro. “Argentina pagó, el juez Griesa no repartió”, podría ser una de las frases que sintetice la decadencia.
En rigor, dramatizar en torno a este tema tampoco vale la pena. Cuando ya se llegó a este punto de ignominia, la credibilidad de inversores es utopía haya o no default. La situación podrá tensarse más o menos según salga la movida que no nace de una ingeniería política precisa sino del humor con que amanezca Cristina. Así se vive, así se nos digita la vida.
Todo es improvisación según el carácter que predomine en la jefe de Estado a quién ya nada le importa demasiado. Sólo un tema la desvela: la impunidad que precisa para su salida. Sincerémonos, más le irritan los movimientos de ciertos jueces acá dentro, que las decisiones de los de afuera. Peor fue para ella, la restitución del fiscal Campagnoli que la mediación de Daniel Pollack o el quehacer de Thomas Griesa.
Y es que la Presidente está encontrando algo que no halló en once años de mandato: límites.
El kirchnerismo creció sin límites, y ya adulto es complicado educarlo. Lo que sucede con un ser humano sucede con un Estado. Si se le dejó hacer a su antojo y se le concedieron sus caprichos desde el comienzo, después es tarde. Las consecuencias son la mala educación o su corolario: el desgobierno.
Por esa razón, el fin de ciclo es un final cantado. El chico malcriado cuando termine su ciclo lectivo deberá irse del colegio. La responsabilidad no es sólo de él. Ha habido detrás quienes abonaron caprichos y aguantaron inconductas y excesos sin protestar siquiera, lavándose las manos.
Inevitablemente esos también deberán pagar ahora parte de las consecuencias. No fueron actores secundarios aunque intenten ubicarse en ese sector del teatro. El voto transforma a la víctima en victimario. De allí que votar no pueda ser lo que aún es en Argentina, un hecho automático, un ensobrar al menos malo o dejar el sobre en blanco. Poder se puede pero después… Y siempre hay un después. Después, acá estamos.
En definitiva, el default, las deudas, etc., serán patrimonio de quién asuma el año próximo la Presidencia y de cuantos habitamos esta geografía. No hay salida a no ser que alguien escoja Ezeiza.
Cuando el gobierno actual ya no esté, habrá mucho para hacer. No pretendamos un final con grandes cambios. No se puede, somos adultos como para enceguecernos con un engaño.
El oficialismo dejará una herencia que ya permite definir cómo será la gestión próxima: adversa. Más allá de quién asuma en el 2015, la economía resentida hará inviable una administración proba, en tanto las cajas quedarán vacías. Por eso es necesario situar la esperanza más allá de los números y las estadísticas.
Los argentinos podrán soportar los vaivenes de una tierra arrasada durante una década desperdiciada, pero muy difícilmente puedan sobrellevar otra década de agresión, maltrato y división de la sociedad como ha sido esta.
Ya no podrá reducirse todo a un Boca-River. El próximo gobierno tiene una tarea quizás mucho más compleja que levantar un default de monedas, pues le será un imperativo salir del defalco de antinomias y violencia.
En definitiva, el país podría soportar otro gobierno sin grandes logros en lo económico pero difícilmente volverá a sostener – en nombre de la democracia, muchas veces confundida con apatía -, una autoridad perversa y maniquea como lo es Cristina.
Hoy somos rehenes del Frankestein que nosotros mismos fuimos armando. Los boomerang que sufre a diario el gobierno son idénticos a los que padecemos los ciudadanos. El kirchnerismo, en definitiva, es justamente eso: el boomerang de los argentinos. Nos lanza al abismo porque primero, nosotros lo lanzamos…
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