El triple abrazo de Jerusalén
¿Dónde callan las palabras? ¿Cuál es el concepto capaz de atravesarlas? Desde que Dios, según la Biblia, fue nombrando las aves, los peces y a cada uno de los pobladores del nuevo mundo, y a medida que los nombraba los creaba, no sólo la Biblia sino la entera cultura occidental giró en torno de la palabra. ¿Se puede ir más allá de ella? ¿Es posible trascenderla?
Pero la palabra, con todo su poder, también tiene sus límites. El límite de la palabra es el idioma. Un argentino y un alemán, hablando cada uno en su propio idioma, no podrían entenderse. Según el relato bíblico de Babel, cuando Dios quiso castigar la soberbia de los hombres que pretendían actuar como si fueran dioses, los condenó a la multiplicación de los idiomas.
Hasta aquí llega la palabra en cuanto idioma. Y aquí se detiene. El conmovedor abrazo triple del papa Francisco, el rabino Skorka y el musulmán Abboud frente al Muro de los Lamentos, en Jerusalén, nos dio la pista de una superación de la palabra. Sólo el gesto nos decía sin decirlo, puede "hablar" allí donde enmudecen las palabras. El gesto vence. En el triple abrazo de Jerusalén, ni Francisco, ni Skorka, ni Abboud necesitaron traductores.
Estos tres representantes religiosos se abrazaron en silencio. ¿Es que ya sobraban las palabras? Tanto la Biblia como el Talmud y el Corán abundan en palabras. El abrazo entre Francisco, Skorka y Abboud apeló únicamente al silencio. Y, sin embargo, en ese abrazo de Jerusalén, los representantes de las tres grandes religiones monoteístas se entendieron sin pronunciar una sola palabra, sin agregarles nada a las miles de páginas que sus antecesores habían escrito a lo largo de los siglos. No tacharon ni una sola coma de lo que ya estaba escrito y, sin embargo, se entendieron como nunca sus mayores lo habían logrado.
Antes de escribir, nuestros antecesores hablaron. El paso del lenguaje oral al lenguaje escrito fue un avance técnico y cultural gigantesco, pero muchos creyeron también, con Platón, que fue un retroceso. Por eso el genial discípulo de Sócrates pretendió salvar, mediante sus Diálogos, el espíritu de la oralidad. Las grandes epopeyas homéricas se recitaron durante varios siglos antes de que alguien las registrara en el pergamino o en el papel, así como antes del Martín Fierro se cantaba en los fogones.
Si Francisco, Skorka y Abboud hubieran querido actualizar las enseñanzas de sus grandes religiones, habrían tenido que reescribir volúmenes enteros. Pero esta vez bastó con un abrazo. Cuando maduran los tiempos, sobran los textos. Después de haber errado cada uno por su lado durante siglos, después de haber combatido a veces cruelmente entre ellos, por ejemplo en las Cruzadas, los representantes de las grandes religiones monoteístas terminaron por abrazarse. Esta observación plantea un interrogante. ¿Estaban adorando a tres dioses distintos o adoraban a un solo Dios con tres nombres distintos? Si aceptáramos esta segunda interpretación, en Occidente ha existido un solo Dios, bajo distintas denominaciones. ¿Cómo es la convergencia final entre las grandes religiones? Esta visión, incluso, sería aceptable hasta para un ateo, cuyo punto de vista sería que, en vez de haber sido creados por Dios, somos nosotros lo que hemos creado a Dios.
Es difícil no entrever en todas estas señales un signo en común. El signo de la convergencia. Hemos adorado a infinidad de dioses. Al final del camino, ¿resplandece empero el signo de un solo Dios, el mensaje de una sola historia? No parece casual, en este sentido, que el abrazo tripartito de Jerusalén haya sido gestado por tres argentinos. Ni Francisco, ni Skorka, ni Aboud necesitaron traducirse unos a otros. Hablaban el mismo idioma español, el mismo dialecto porteño. Es un bienvenido misterio que los tres protagonistas de este encuentro de dimensión universal se hayan reunido previamente en las calles de Buenos Aires.
Cuando Francisco fue elegido papa, él mismo hizo notar que venía "del fin del mundo". ¡Estaba tan lejos de los centros de poder! Esa Argentina que él representaba, además, parecía no destacarse ni por su desarrollo ni por su sabiduría. De su origen contradictorio con su destino eventual, de Francisco podría decirse entonces como se había dicho de Cristo, ¿qué pudo salir de Nazareth?
Cuando ni nosotros mismos creíamos en nuestro propio destino, he aquí que nos llueven signos contradictorios. No sólo la elección de un papa argentino, sino, además, la elevación de ese papa argentino a un liderazgo universal que excede hasta los límites del catolicismo. ¿Dónde estamos entonces? ¿En el pozo o en la cima?
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